Ezra empujó la puerta de la oficina del director del hospital con la misma actitud con la que solía irrumpir en un escondite de criminales: duro, directo, sin paciencia.
—Necesito hablar con usted —dijo sin saludar.
El director, un hombre canoso de voz templada, levantó la vista de sus papeles.
—Oficial Ríos, entiendo su desesperación, pero ya hablamos con usted. La condición de la señorita…
—No quiero volver a escuchar que "no hay nada que hacer" —gruñó Ezra—. Vengo a pedirle todo el expediente clínico, todos los análisis, cada imagen de la resonancia. Y quiero una copia de las notas del neurocirujano. Ya.
El doctor lo miró por unos segundos.
—¿Qué piensa hacer?
—Voy a mover cielo y tierra —respondió, y su voz no tembló—. Y si ustedes no pueden salvarla, entonces encontraré a alguien que pueda.
Salió de ahí con los documentos bajo el brazo. Desde su auto, empezó a llamar. Primero a Carla, su amiga enfermera. Luego a Martín, su antiguo compañero en Interpol. Después a una conocida que trabajaba en una ONG de salud.
En menos de una hora tenía tres recomendaciones. En cinco, tenía una cita virtual con un centro en Suiza para enviar el caso de Alina.
Durante toda esa tarde, Ezra apenas probó bocado. Su mundo era una tormenta de correos, llamadas, informes médicos que no entendía del todo, pero que se obligaba a aprender. Porque era ella. Porque no había opción.
Cuando el sol bajó y las luces del hospital comenzaron a encenderse una a una, Ezra volvió a la habitación de Alina.
La observó, dormida aún. Su piel más pálida que nunca. La máquina seguía marcando los latidos, pero él no podía dejar de pensar en lo cerca que estuvo de no escuchar ese sonido nunca más.
Sacó su celular, escribió un mensaje y se lo envió a sí mismo, como si fuera un pensamiento que necesitaba anotar para no olvidar:
"Si existe una mínima posibilidad, entonces no es el final."
Se sentó otra vez a su lado.
—Te voy a sacar de esto, ¿me oyes? Aunque tenga que vender mi alma o robarle el tiempo al maldito destino. No me importa cómo. Pero lo haré.
Afuera, la noche caía.
Adentro, un hombre que no sabía amar… empezaba a luchar por lo único que lo hacía sentir vivo.