voces que no se oyen

Capítulo 48: La decisión de Alina

La habitación estaba silenciosa, solo interrumpida por el suave pitido de los monitores que seguían su curso regular, como una melodía repetitiva. Alina estaba sentada en la cama, su mente un torbellino de pensamientos, luchando con una realidad que no quería aceptar. A lo largo de esos días, había estado pensando en las palabras de la enfermera, y más que eso, había estado procesando lo que Ezra había hecho por ella. Todo lo que él había hecho, sin dudarlo, sin esperar nada a cambio. Ella ya no era la misma. Algo había cambiado dentro de ella, y aunque la gratitud la invadía, también lo hacía la tristeza.

Tomó su cuaderno con mano firme, sintiendo cómo el dolor aún se manifestaba con cada movimiento. Aún no estaba completamente recuperada, pero lo que realmente la inquietaba era el peso de la incertidumbre. El futuro que la esperaba, si es que se le podía llamar futuro, era un abismo al que no quería mirar. No quería ser una carga para nadie, especialmente para Ezra.

Miró el cuaderno, el bolígrafo en su mano parecía tan liviano comparado con la carga que sentía sobre sus hombros. Respiró profundamente, tratando de ordenar sus pensamientos. Sus dedos movían el bolígrafo con cierta inseguridad, pero de alguna manera, sabía lo que tenía que escribir.

Con lentitud, trazó las palabras en el cuaderno.

"Ezra…"

Dejó la palabra colgada en el aire, como si fuera más difícil de lo que había imaginado. Respiró hondo nuevamente y continuó.

*"Lo que haces por mí… no sé cómo agradecerte. Sé que te preocupa, sé que intentas salvarme, pero… no quiero seguir así. Si la única solución es que quede en una silla de ruedas, lo aceptaré. Pero no quiero pasar mi vida entre hospitales, entre medicinas, entre todos esos procedimientos. No quiero depender de nadie para vivir. No quiero que mi vida sea una constante lucha contra algo que no puedo controlar.

No sé cómo lo haré, ni cómo será mi vida, pero… no quiero quedarme aquí. No quiero que mi vida sea solo un espacio vacío de hospitales y camas. Por favor, entiende que no quiero que sigas sacrificando todo por mí. Esto no es lo que quiero."*

El cuaderno descansó sobre sus piernas, y ella lo miró fijamente, como si esperara una respuesta, aunque no había nadie en la habitación para responderla. En su pecho, sentía el peso de sus palabras. Había sido sincera, demasiado sincera tal vez, pero al mismo tiempo sentía un alivio al haberlo expresado. A Ezra no le podía ocultar lo que sentía, no después de todo lo que había hecho por ella.

El sonido de la puerta abriéndose interrumpió sus pensamientos. Ezra entró con paso firme, pero se detuvo al verla. Alina levantó la vista lentamente y lo observó. Él no decía nada, pero sus ojos lo decían todo. Su rostro estaba tenso, como siempre, pero había algo diferente. Algo que ella no había visto antes.

Ella levantó el cuaderno con un movimiento lento y lo sostuvo frente a él, permitiéndole leer lo que acababa de escribir. Cuando sus ojos pasaron por las palabras, la expresión de Ezra se suavizó por un momento. No dijo nada. Simplemente leyó, y cuando terminó, dejó que el cuaderno cayera suavemente sobre la mesa. No parecía sorprendido, pero había un indicio de algo que ella no lograba entender. Dolor, quizá.

Ezra dio un paso hacia ella, pero no se acercó lo suficiente como para tocarla. Había una distancia invisible entre ellos, algo que había estado creciendo a medida que las circunstancias los empujaban a caminos diferentes.

—No… —su voz salió baja, vacilante—. No quiero que tomes esa decisión.

Alina lo miró, sus ojos fijos en los de él. La incomodidad de las palabras flotaba entre ambos, pero ella no apartó la mirada.

“No quiero seguir viviendo así, Ezra” escribió en el cuaderno. “No quiero que me sigas cuidando. No quiero que sigas perdiendo el tiempo por alguien como yo”.

Ezra respiró hondo, como si una carga pesada hubiera caído sobre sus hombros. Sus ojos se llenaron de algo que no podía nombrar, y se acercó finalmente, su voz quebrada.

—No te estoy cuidando porque sea mi trabajo, Alina. Te estoy cuidando porque… —dudó, buscando las palabras correctas, las que no pudieran lastimarla más de lo que ya lo había hecho—. Porque no quiero perderte. No puedo, no después de todo lo que hemos pasado.

Alina lo observó en silencio, la mano que sostenía el bolígrafo tembló ligeramente. Él estaba allí, tan cerca, pero tan lejano en sus palabras. Ella no quería ser la carga que él sentía que debía llevar. Y al mismo tiempo, algo dentro de ella deseaba sentir que podía ser libre de esa carga, que podía vivir de alguna manera sin tener que depender de la compasión ajena.

Finalmente, después de unos momentos de silencio, Alina levantó el cuaderno y escribió, una vez más.

“No quiero que sientas que debes hacer algo por mí. No quiero que me sientas como una obligación. Te aprecio, pero tengo que aprender a vivir por mí misma, aunque sea de otra forma.”

Ezra no sabía qué hacer, ni qué decir. Sus ojos recorrían las palabras una y otra vez, pero no encontraba una respuesta que fuera suficiente. El amor, la confusión, el dolor… todo se mezclaba en su pecho, como una tormenta que lo ahogaba. Se quedó en silencio, mirando el cuaderno vacío, hasta que su voz volvió a sonar.

—¿Y si lo que yo quiero… es estar contigo? —dijo, apenas un susurro.

Alina lo miró, las palabras de Ezra flotando en el aire, desmoronando poco a poco las paredes que había levantado dentro de ella. Pero, ¿qué podía hacer con eso? ¿Podía permitirse creer en eso?

El cuaderno cayó entre ellos, y el aire, por un momento, se volvió más denso. Ambos sabían que no había respuestas fáciles.




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