voces que no se oyen

Capítulo 50: La verdad entre ellos

Ezra no se movió, sus dedos apretaron con firmeza la mano de Alina, como si temiera que, si la soltaba, ella se desvanecería en el aire. El silencio que llenaba la habitación era denso, casi palpable, pero no era incómodo. Era un silencio cargado de promesas no dichas, de sentimientos que aún estaban esperando ser liberados.

Alina lo miraba con una intensidad que lo atravesaba, sus ojos brillaban con una mezcla de vulnerabilidad y esperanza. Ella había dado el primer paso, había hablado de lo que sentía, aunque no estuviera completamente segura de cómo se desarrollaría todo. Pero lo había hecho. Y ahora era el turno de Ezra.

Por un momento, Ezra se quedó allí, observándola, respirando profundamente. Había tantas cosas que quería decir, tantas cosas que se habían acumulado en su pecho, pero las palabras nunca parecían suficientes. No podía negarlo más. No podía seguir guardando todo eso dentro.

Soltó una respiración pesada, la cual había estado conteniendo durante semanas, tal vez meses, y con una mano temblorosa, acarició suavemente la mejilla de Alina, como si temiera que ella se esfumara al contacto. No era solo que sentía miedo de perderla, sino que había algo más profundo, algo que nunca había experimentado antes y que, de alguna manera, lo aterraba.

"Alina..." Su voz tembló al principio, como si las palabras costaran más de lo que esperaba. "Esto que siento... lo que me haces sentir... no lo entiendo. Ni siquiera sé cómo describirlo."

Alina lo miraba con paciencia, con los ojos llenos de comprensión, como si esperara que las palabras llegaran de la forma más cruda posible. Y, en cierto modo, las palabras de Ezra comenzaron a salir lentamente, como si la verdad finalmente estuviera obligada a liberarse.

"Siempre he sido así, ¿sabes?" dijo, y una ligera risa amarga escapó de sus labios. "Frío, distante, siempre he mantenido las emociones a raya. No me gusta mostrar debilidad, no me gusta que la gente vea lo que realmente soy... o lo que no soy."

Pausó, la incomodidad de sus palabras parecía hacerle retorcer el rostro, pero continuó, como si no pudiera detenerse ahora.

"Pero desde que te conocí... desde que entraste en mi vida con esos malditos postres que, maldita sea, ni siquiera me gustan... no sé qué me pasa. Tú... tú me haces sentir cosas que nunca quise sentir. Como si todo lo que he hecho hasta ahora estuviera... vacío."

Alina frunció el ceño, tomando su mano con un gesto suave, invitándolo a continuar, a no detenerse. Ezra respiró hondo antes de seguir.

"Es como si tú tuvieras esta habilidad de... hacer que mi mundo gire. Y no lo quiero, Alina. No quiero que sea así. Pero es que... no puedo dejar de pensar en ti, no puedo dejar de preocuparme por ti. Cada vez que no estás ahí, mi mente no para de preguntarse si todo está bien contigo, si te has lastimado, si te has caído... Y eso no soy yo. No soy el tipo que se preocupa por nadie."

El dolor en su voz era tangible, pero lo que lo hizo más real fue la frustración que marcaba sus palabras, como si luchara contra sí mismo.

"Me asusta, Alina. Todo esto me asusta. Porque nunca he sido un hombre que se permita sentir algo más allá de la ira o la indiferencia. Pero tú... tú logras que sienta algo más, algo que no puedo controlar, algo que me hace vulnerable."

Alina, al escuchar sus palabras, sentía que algo dentro de ella se ablandaba. La barrera que había construido, la que había temido que él fuera incapaz de derribar, comenzaba a desmoronarse. No necesitaba que él tuviera las respuestas. No necesitaba que todo tuviera sentido, lo único que importaba era que él estaba siendo sincero, y eso era más de lo que esperaba.

"Y no quiero... no quiero perder lo que he comenzado a sentir por ti. No sé si es amor, no sé si es algo más. Pero no quiero que termine. No quiero que sea solo un maldito error. Quiero que esto... sea algo real. Algo que pueda sostener."

La sinceridad de sus palabras le atravesó el corazón. Ezra nunca había hablado así antes. Era tan crudo, tan real, que Alina sintió un nudo en la garganta. Tenía miedo, sí, pero también sentía una calidez que comenzaba a apoderarse de ella. ¿Podía ella permitirse sentir lo mismo?

Tomó su cuaderno, ahora con las manos más firmes, y escribió lentamente, sus palabras claras y directas.

"Ezra, yo..." Miró sus palabras antes de escribir la siguiente línea, sabiendo lo que debía decir, pero con una duda persistente en su mente.

"Yo siento lo mismo. No sé cómo, no sé por qué, pero desde que te conocí, algo en mí cambió. No me importa lo que suceda, no me importa cómo nos vean los demás. Lo que me importa es lo que siento por ti. Y aunque no lo entienda, no quiero perderlo."

Cuando terminó de escribir, levantó los ojos hacia él, buscando alguna reacción. Pero Ezra solo la miró con intensidad, como si las palabras que ella acababa de escribir tuvieran el poder de cambiar todo.

La sala estaba en silencio, pero había una comprensión mutua, una aceptación sin necesidad de más explicaciones. Los dos sabían lo que sentían, lo sabían sin tener que decirlo en voz alta. Y aunque aún había incertidumbre, miedo y dudas sobre el futuro, por primera vez se permitieron abrazar lo que estaba naciendo entre ellos.

Ezra dio un paso hacia ella y, sin pensarlo más, la envolvió en un abrazo, apretándola contra su pecho con la suavidad que nunca había mostrado a nadie más. No había promesas de perfección, no había garantías de lo que el futuro les depararía, pero lo que sí había era una conexión genuina, algo que había comenzado con postres y palabras no dichas, pero que, en ese momento, parecía ser la base de algo mucho más grande.

Alina cerró los ojos, permitiendo que su corazón se calmara por primera vez en mucho tiempo, sabiendo que tal vez, solo tal vez, las cosas podrían estar bien.




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