Alina despertó lentamente, el sonido de los monitores y las voces suaves de los enfermeros que se movían por la habitación llenaron el espacio. Su cuerpo estaba agotado, y aunque la sensación de pesadez era constante, había algo más: una sensación de vació profundo que ahora no podía ignorar.
Miró a su alrededor, su mente tratando de encajar las piezas. Fue cuando sus ojos se encontraron con los de Ezra, que estaba sentado junto a su cama, su rostro lleno de tensión, como si estuviera esperando que ella reaccionara. A su lado, una silla de ruedas esperaba, desprovista de la calidez que Alina había temido que ahora tomaría el lugar de sus piernas.
El doctor entró en la habitación, con su bata blanca perfectamente doblada y un gesto profesional pero compasivo. Alina lo miró con incertidumbre, sus ojos reflejando la pregunta sin necesidad de palabras.
"Buenos días, Alina", dijo el doctor, sonriendo de manera suave, tratando de calmar la atmósfera tensa que flotaba en la habitación. "Lo primero que debo decirte es que estás fuera de peligro. Pero hay algunas cosas que tenemos que discutir ahora que la cirugía ha sido un éxito en cuanto a evitar mayores daños."
Ezra, que había estado observando a Alina con una expresión de preocupación, no despegó la vista de ella ni por un segundo, como si temiera que cualquier movimiento en falso pudiera hacerle daño. Cuando el doctor comenzó a hablar, Ezra se puso tenso y escuchó atentamente cada palabra.
"El impacto de la bala causó daño en la espina dorsal, lo que resultó en una parálisis desde la cintura hacia abajo. No hay mucho que podamos hacer para revertirlo, pero con el tratamiento adecuado, la rehabilitación y el apoyo de tus seres queridos, Alina, podrías aprender a adaptarte a esta nueva realidad."
Las palabras del doctor parecían colisionar en su mente, pero Alina no podía evitar sentir que el golpe no había sido solo físico. Su mente, aún aturdida por todo lo que había pasado, luchaba por aceptar lo que eso significaba para ella, para su futuro.
"¿Qué pasa ahora?" Alina escribió en su cuaderno, su mano temblando un poco mientras anotaba las palabras, sabiendo que esta pregunta era la que más le dolía de todas.
El doctor dio un paso hacia la silla de ruedas, tomándola por los costados y ajustándola con cuidado, como si se tratara de una extensión del propio cuerpo de Alina. "Vamos a necesitar comenzar con la rehabilitación lo antes posible. Necesitarás adaptarte a usar la silla de ruedas, aprender a moverte, a hacer todo lo que antes era tan natural para ti, pero que ahora requerirá algo más de paciencia y de trabajo. Será un proceso largo y desafiante, pero lo importante es que sigas adelante."
Alina asintió lentamente, comprendiendo que esta sería una de las pruebas más difíciles que tendría que enfrentar. Sentía un nudo en el estómago solo de pensar en todo lo que cambiaría, en todo lo que tendría que aprender a hacer de nuevo. Pero, mientras miraba a Ezra, algo dentro de ella le decía que no estaba sola. Quizás podía hacerlo.
Ezra se levantó lentamente, acercándose a ella con cuidado, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera lastimarla aún más. Su rostro estaba tenso, la mandíbula apretada, pero sus ojos mostraban una vulnerabilidad que nunca antes había revelado.
"Yo… estaré aquí, Alina", dijo con voz baja, sus palabras casi entrecortadas. "No vas a estar sola en esto. No te lo voy a dejar hacer sola. No sé cómo, pero te lo prometo."
Alina lo miró, un leve destello de gratitud cruzando su rostro, y ella levantó la mano con lentitud, tocando su brazo en un gesto que era tanto de consuelo como de agradecimiento. Ezra sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo al contacto, un deseo profundo de protegerla de cualquier dolor, de cualquier mal. Era como si no pudiera soportar la idea de que algo más le ocurriera.
"Te prometo que todo va a estar bien", añadió con más firmeza, aunque sabía que las palabras nunca podrían hacer justicia a lo que ella estaba viviendo. "Voy a estar ahí en cada paso, incluso si tengo que aprender cómo vivir con esta silla de ruedas."
El doctor sonrió y asintió, comprendiendo la relación que ambos compartían, aunque nada de lo que dijera podría hacer que la realidad fuera más fácil de aceptar. "Es importante que ambos mantengan una actitud positiva. El apoyo emocional que recibas de Ezra será fundamental en este proceso. Y tú, Alina, tienes una fortaleza que muchos no tienen. No te subestimes."
Cuando el doctor se fue, dejando a ambos en la quietud de la habitación, Ezra se sentó al borde de la cama, mirando a Alina con una mezcla de preocupación y algo más profundo, algo que no quería admitir. Alina tomó su cuaderno, escribiendo lentamente.
"No quiero que me veas como una carga. No quiero que sientas que tienes que cuidarme todo el tiempo."
Ezra la miró con tristeza, sin poder evitar la compasión que le brotaba de su corazón. "No me importa si soy el que tiene que cuidar de ti, Alina. Lo haría sin dudarlo, incluso si eso significa cambiar mi vida por completo. Yo... no sé cómo vivir con esto, pero lo que sí sé es que no quiero perderte. No voy a dejar que esto te derrumbe."
Alina sonrió débilmente, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una chispa de esperanza. Había demasiadas incertidumbres en el camino por delante, pero al menos no tendría que recorrerlo sola.
Mientras ella asentía, Ezra ayudó a guiarla hacia la silla de ruedas con una delicadeza increíble. Sus manos temblaban ligeramente mientras la asentaba en el asiento, pero cuando estuvo segura, miró hacia él, como si quisiera agradecerle sin palabras.
"Vas a hacerlo, Alina", dijo en voz baja. "Y no importa cuánto tarde, no importa lo que pase, voy a estar aquí."
Y así, aunque su vida había cambiado para siempre, había algo en la mirada de Ezra que le daba fuerzas para creer que, quizás, solo quizás, todo estaría bien. No porque todo fuera fácil, sino porque, finalmente, se sentía acompañada, amada. Y con eso, sabía que podía enfrentarlo todo.