Ezra despertó de golpe, como si el mundo entero hubiera sido arrancado de sus manos en un instante. Un parpadeo, y todo cambió. En lugar del suave olor de la pastelería y el calor del sol que solía filtrarse por la ventana de su tienda, ahora solo sentía una fría corriente de aire y la luz artificial que iluminaba la habitación del hospital.
Su respiración era pesada y acelerada, como si hubiera estado corriendo, y el dolor que sentía en el cuerpo parecía no tener fin. Alzó la vista, sintiendo que su mente se nublaba. Las paredes blancas, las máquinas con pantallas digitales y el zumbido de los monitores lo rodeaban, mientras el eco de un pasado lejano le recorría la cabeza. Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía como esperaba. El cansancio lo invadía, y aún no comprendía lo que pasaba.
—¿Ezra? —La voz de un médico llegó desde el lado de la cama.
Ezra intentó girar la cabeza, pero el esfuerzo le resultó abrumador. Cuando finalmente lo consiguió, se encontró con el rostro de un hombre de mediana edad, con gafas y un uniforme hospitalario. El médico lo observaba con una expresión seria, pero había algo en sus ojos que Ezra no alcanzaba a identificar.
—¿Dónde estoy? —logró preguntar con voz ronca.
—Estás en el hospital, Ezra. Despertaste del coma. —El médico explicó con calma.— Has estado en coma casi un año. Fue después de una redada. Te golpearon en la cabeza, y desde entonces no habías despertado.
Ezra no entendía. Un año… ¿Cómo podía ser posible? ¿Por qué no lo recordaba? Un año. Eso era mucho tiempo. No podía comprender lo que le decían. ¿Un año entero? Sus recuerdos eran borrosos, como fragmentos rotos de un sueño que se escapaban a medida que trataba de aferrarse a ellos.
—Un… un año… —murmuró para sí mismo, tratando de procesar la información. ¿Cómo podía haber pasado tanto tiempo sin darse cuenta? ¿Dónde estaba Alina? No entendía. Lo último que recordaba… Lo último que sentía… Había sido tan real, tan vívido.
—¿Alina? —preguntó de inmediato, algo en su voz mostrando desesperación. No le importaba si parecía fuera de lugar; necesitaba saberlo.
El médico lo miró confuso, y luego se echó un vistazo a su libreta de notas. —No tenemos registro de ninguna Alina relacionada con tu caso. Lo siento, Ezra, no sabemos de quién estás hablando. No hay ningún paciente con ese nombre en nuestra base de datos.
Ezra sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Las palabras del médico no lograban encajar con su realidad. Un frío helado le recorrió la espalda. ¿Alina no estaba en la base de datos? ¿No había estado a su lado cuando despertó de la cirugía? ¿No le había dado la oportunidad de decirle lo que sentía? ¿No habían pasado juntos todo lo que él había soñado?
Desesperado, intentó incorporar su cuerpo, pero el dolor de su cabeza lo detuvo. La sensación de vacío lo invadió, y por un momento, las sombras de la incertidumbre lo rodearon. Miró a su alrededor, buscando respuestas que no llegaron.
—No entiendo… —murmuró, más para sí mismo que para el médico—. Ella… Ella estaba ahí. Alina, ella… ¿Dónde está? ¿Por qué no la veo?
El médico lo observó con una ligera preocupación, pero no dijo nada. Sabe que estaba confundido, y tenía que darle tiempo para asimilar lo que había sucedido.
—Ezra, necesitas descansar. Tu cuerpo ha estado inactivo mucho tiempo. Tu mente probablemente está procesando lo que ha pasado en estos meses.
Pero nada de lo que decía el médico ayudaba a calmar la tormenta que se desataba en su pecho. Porque lo que más lo aterraba era esa sensación persistente en su interior. Ese vacío. Esas emociones que sentía tan reales, tan intensas, pero que no podía comprender.
Todo lo que había vivido, todo lo que había sentido con Alina, ¿había sido solo un sueño? ¿Un sueño dentro de su coma? ¿Un sueño tan vívido que había dejado una huella tan profunda en su alma? ¿Cómo podía ser? ¡No podía ser!
La presión en su cabeza aumentaba mientras la confusión se apoderaba de él. Necesitaba respuestas, necesitaba ver a Alina, necesitaba escuchar su voz. Pero no podía. No sabía si algún día lo lograría. El miedo a la soledad lo invadió.
—¿Puedes… puedes darme acceso a mi teléfono? —preguntó, su voz temblando—. Quiero llamar… quiero llamar a alguien.
El médico se quedó en silencio por un momento, luego asintió con calma.
—Claro, pero aún es temprano, y tu cuerpo necesita descansar. Es posible que lo que estés sintiendo sea una mezcla de recuerdos y alucinaciones por la larga estadía en coma. Debes tomarte tu tiempo.
Ezra no lo escuchaba. Su mente seguía dando vueltas, girando en torno a esa figura que había invadido su vida con tanta intensidad. Alina, la mujer que sentía tan real, tan verdadera. No podía aceptar que todo hubiera sido solo un sueño. Necesitaba saber la verdad, aunque fuera lo último que hiciera.
Mientras el médico se retiraba para permitirle descansar, Ezra permaneció allí, en esa fría habitación, mirando el techo y preguntándose si todo lo que había sentido, todo lo que había vivido, realmente había sucedido o si era solo un eco lejano de su mente en coma. Un susurro que se desvaneció cuando despertó.
No tenía respuestas. Pero lo que sí sabía, lo que sentía profundamente, era que debía encontrar a Alina. Y si lo que había vivido con ella era un sueño, entonces no quería despertar de él.