voces que no se oyen

Capítulo 55: El Encuentro

Ezra volvió a la estación de policía como si nada hubiera pasado. Las paredes blancas, los escritorios desordenados y los murmullos de sus compañeros eran lo único que conocía en ese momento. Se sentó en su puesto con la actitud de siempre: fría, distante, y mandona. No quería pensar en lo que había sucedido, en la confusión que aún lo atormentaba.

Todo eso con Alina, su amor, su lucha, sus momentos juntos, ¿era realmente un sueño? No lo podía creer. Era imposible que todo lo vivido con ella fuera una alucinación mientras estaba en coma. Sin embargo, no encontraba ninguna otra explicación.

Se sumergió en el papeleo, ignorando las miradas de sus compañeros, hasta que un olor familiar alcanzó sus narices. Al principio pensó que se trataba de una de las deliciosas comidas que a veces llevaban los otros policías, pero al respirar profundamente, el aroma le pareció mucho más especial. Era un dulce, una mezcla de vainilla, canela y algo más. Ese olor, tan peculiar y acogedor, lo atrapó.

Se levantó rápidamente, como si el aire mismo lo empujara. Miró por la ventana, buscando el origen de esa fragancia. Y allí, al otro lado de la calle, lo vio. Enfrente de la estación, una pastelería nueva, brillante, con una entrada que parecía cálida y acogedora. Ezra frunció el ceño, sin saber qué pensar. ¿Qué hacía allí una pastelería tan atractiva? No era común en su vecindario.

Ivan, uno de sus compañeros, pasó junto a él cargando una caja con una envoltura blanca y una cinta roja, con el mismo aroma dulce que había sentido antes.

—¿De dónde sacaste eso? —le preguntó Ezra sin pensarlo.

Ivan lo miró, sonriendo con una expresión algo burlona. —Ah, es de la nueva pastelería que abrieron justo enfrente, ni idea de quién la maneja. Pero si te gustan los pasteles, ya sabes dónde está.

Ezra lo miró en silencio por un momento, la mente zumbando con preguntas. Sin poder evitarlo, sus pies ya se movían hacia la ventana. Miró hacia la pastelería de nuevo. La fragancia lo envolvía, y aunque su mente le decía que no debía actuar impulsivamente, algo en su interior lo empujó a tomar una decisión.

No lo pensó ni un segundo más. Con el corazón acelerado, sin importar lo que los demás pudieran pensar, se dirigió hacia la puerta, empujándola con fuerza. Cruzó la calle en un abrir y cerrar de ojos, sin detenerse ni mirar atrás. En su mente solo había una cosa: ver si realmente era ella. Si realmente Alina estaba allí.

Entró a la pastelería y el aroma lo recibió con la misma calidez que lo había seducido desde la ventana. El ambiente era agradable, la luz suave, y la decoración sencilla pero encantadora. No estaba preparado para lo que vio a continuación.

En el mostrador, detrás de un pequeño espacio para pasteles y dulces, allí estaba. Alina. Pero algo estaba completamente diferente. No era la mujer que él conocía, no era la sorda y muda que había tocado su alma. Esta Alina no usaba silla de ruedas, caminaba con gracia por detrás del mostrador, sonriendo mientras atendía a otro cliente. No había señales de las cicatrices que la vida le había dado. No había rastros de la tragedia que él había vivido.

Cuando ella levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Ezra, no hubo reconocimiento, solo una expresión neutral. Ella sonrió con una cordialidad educada y le preguntó con suavidad, como si lo conociera solo de vista.

—¿Desea algo de la pastelería? —preguntó con una voz clara y hermosa, sin duda diferente a la que él recordaba.

Ezra quedó paralizado por un segundo, su mente girando a mil por hora. No podía creer lo que veía. No podía comprender lo que estaba sucediendo. ¿Era posible que todo lo que había vivido con ella hubiera desaparecido de un solo golpe? No pudo responder a la pregunta de Alina. Solo la miró fijamente, como si estuviera buscando respuestas en los ojos de la mujer que tenía frente a él.

—Alina… —dijo su nombre sin pensarlo, su voz temblando, pero firme—. ¿Alina?

Ella frunció el ceño, aparentemente confundida. —Perdón, ¿nos conocemos? —preguntó, aún sonriendo amablemente, pero algo en su rostro reflejaba la duda.

Ezra sintió un nudo en el pecho. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía ella no reconocerlo? De un solo golpe, todas las certezas que había creído conocer, todo lo que había vivido a su lado, se desmoronaba ante él. La mujer que amaba, que había luchado por salvar, estaba ahí, pero no era la misma. Su corazón se aceleró, y un miedo profundo lo invadió. ¿Había perdido realmente todo?

No podía quedarse ahí, sin respuestas. No podía aceptar que todo hubiera sido un sueño. Necesitaba saber por qué ella estaba allí, por qué todo lo que había vivido con ella parecía desvanecerse, como un eco lejano.

Ezra dio un paso hacia ella, sin pensar en lo que hacía. —Alina, por favor… ¿qué ha pasado? —su voz sonaba rota, llena de desesperación. No sabía cómo explicarlo, no sabía cómo decir lo que sentía sin parecer un loco. Pero tenía que intentarlo.

Alina miró a su alrededor, notando la tensión en el aire. Pero, con una sonrisa que intentaba ser profesional, le dijo suavemente:

—Lo siento, pero si no desea nada de la pastelería, quizás deba irse. —Su tono no era grosero, pero sí claro, como si no hubiera conexión alguna entre ellos.

Ezra se quedó allí, como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies. La mujer que había amado, que había luchado por, ahora solo lo veía como un desconocido. En su corazón, algo se rompió. La incertidumbre, el miedo, el dolor lo abrumaban. No podía creer lo que sucedía. Y lo único que sentía en ese momento era un vacío absoluto.

Sin poder soportar más, se dio media vuelta, sin decir palabra, y salió de la pastelería. No le importó que las puertas se cerraran tras él con un sonido sordo. Solo podía escuchar el latido frenético de su corazón, y todo lo demás desapareció en ese instante.

¿Qué había pasado? ¿Por qué no lo recordaba? ¿Por qué todo parecía haberse desvanecido en el aire?




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