Ezra no podía dejar de pensar en lo que había pasado. Aquella noche, el sueño o lo que fuera que había vivido con Alina se había desmoronado en un abrir y cerrar de ojos. Cada segundo que pasó desde que salió de la pastelería le pesaba más que el anterior. El sentimiento de abandono y desesperanza lo invadía, pero también había algo extraño, algo más profundo que no entendía bien: una mezcla de dolor, pero con una extraña sensación de paz. Quizá porque veía lo que había querido ver todo el tiempo: que Alina estuviera bien, aunque no fuera de la manera en que él la había imaginado.
Al día siguiente, sin pensarlo demasiado, Ezra se levantó temprano, se alistó rápidamente y se dirigió de nuevo hacia la pastelería. Cada paso que daba hacia allí le pesaba, como si su corazón fuera de plomo, pero algo en su interior le decía que necesitaba hacer esto. Necesitaba aclarar lo que estaba pasando, aunque eso significara enfrentarse a su propio dolor.
Cuando entró a la pastelería, el familiar aroma de los pasteles y el ambiente acogedor lo recibieron de nuevo. El lugar era el mismo, pero el aire se sentía diferente. Había algo en él, una inquietud que se agitaba en su pecho mientras miraba hacia el mostrador.
Allí estaba Alina, de nuevo, en su puesto, con una sonrisa que no era la misma. Ella lo miró, esta vez con una expresión un poco más amable, pero aún le faltaba ese brillo en los ojos que solía tener cuando él estaba cerca. Ezra respiró hondo, sintiendo que sus palabras se atoraban en su garganta.
—Hola —dijo, susurrando al principio, pero luego se aclaró la voz y repitió más fuerte—. Hola, Alina. Perdón por cómo me presenté ayer. No fue mi intención ser tan abrupto, solo… no sabía qué pensar. Me llamo Ezra. Trabajo en la estación de policía, justo enfrente.
Alina lo miró fijamente por un momento, sin decir nada, pero su rostro mostraba algo de confusión. Entonces, Ezra la observó más de cerca, con los ojos llenos de desesperación, tratando de leerla. Fue cuando lo notó.
Un cambio en ella. Algo en su postura, en sus ojos, en el modo en que acariciaba su vientre con una leve sonrisa en los labios. Era un gesto tan sutil, pero él lo captó al instante.
Ella estaba embarazada.
Ezra se quedó en silencio por un momento, con el estómago revuelto, incapaz de formar las palabras. Se acercó un paso, pero antes de poder decir algo más, una voz masculina interrumpió la quietud de la habitación.
—Amor, ¿me ayudas con esto? —un hombre apareció desde la cocina, sosteniendo una caja con algunas cajas de pasteles, y se acercó a Alina.
Ezra observó cómo el hombre le pasó la caja a Alina, y cómo ella lo miró con ternura. "Amor", la llamó, y el corazón de Ezra dio un vuelco. El hombre la miraba como alguien que la cuidaba, que era parte de su vida.
Era claro: Alina tenía una familia. Había alguien en su vida que la amaba, alguien con quien compartía su día a día, alguien que esperaba un hijo con ella.
Ezra no pudo evitar el dolor que lo atravesó. Ese golpe directo al corazón le hizo tambalear, y por un momento, todo se nubló. Todo lo que había esperado, todo lo que había imaginado, se desmoronó. Alina había seguido adelante. Ya no era la mujer que había luchado por salvar, no era la mujer que él había amado en sus sueños. Ella había encontrado su camino, su felicidad, su familia. Y eso, de alguna manera, lo partió en pedazos.
Con el corazón destrozado, pero también con un extraño sentimiento de aceptación, Ezra dio un paso atrás, y su voz salió en un susurro, casi inaudible.
—Bueno, Alina… Si alguna vez necesitas algo, sabes que puedes contar con nosotros. Los policías estamos para ayudarte. —Le sonrió, pero la sonrisa se sentía forzada, como si el peso de la vida lo estuviera aplastando.
Se dio la vuelta sin esperar una respuesta, porque ya no podía esperar nada. Caminó hacia la puerta, y con cada paso que dio hacia la salida, sentía cómo el corazón se le rompía un poco más. Pero, a medida que cruzaba el umbral de la puerta, algo cambió en él. Algo dentro de él se relajó, aunque fuera un poco.
Ella estaba feliz.