╰────────────────➤[Haré lo que sea]
Aquella noche Klaus era el huérfano que dormía a ratos en la cama y Violet era la huérfana que permanecía despierta, trabajando a la luz de la luna. Todo el día los dos hermanos habían vagado por la casa junto con Elena, haciendo las tareas asignadas y casi sin hablar entre sí. Klaus se sentía demasiado cansado y deprimido para hablar, Violet estaba encerrada en aquella zona de su mente destinada a inventar, demasiado ocupada haciendo planes como para hablar. Y Elena, la pobre Elena, tenía demasiada información en su mente como para aceptar.
Cuando se acercaba la noche, Violet recogió las cortinas que habían sido la cama de Sunny y las llevó a la puerta de las escaleras de la torre, donde el enorme ayudante del Conde Olaf, aquel que no parecía hombre ni mujer, montaba guardia. Violet le preguntó si le podía llevar las mantas a su hermana, para que estuviese más cómoda por la noche. La enorme criatura casi ni miró a Violet con sus ojos sin vida, movió la cabeza y la despidió con un gesto silencioso.
Violet sabía, claro, que Sunny estaba demasiado aterrorizada para consolarse con un montón de ropa, pero esperaba que le permitirían tomarla entre sus brazos unos segundos y que podría decirle que todo iría bien. Quería también hacer algo conocido en el mundo del crimen como «reconocer el terreno». «Reconocer el terreno» significa observar un lugar concreto para poder urdir un plan. Por ejemplo, si eres un ladrón de bancos —aunque espero que no sea así—, quizá vayas al banco unos días antes de robarlo. Quizá con un disfraz, mires aquí y allá, observando a los guardias de seguridad, las cámaras y otros obstáculos, para poder planear cómo evitar que te capturen o te maten en el transcurso del robo.
Violet, una ciudadana decente, no estaba planeando robar un banco, sino rescatar a Sunny y, para hacer su plan más fácil, esperaba poder observar la habitación de la torre donde su hermana estaba prisionera. Pero resultó que no iba a tener oportunidad de reconocer el terreno. Aquello la puso nerviosa. Sentada en el suelo junto a la ventana, trabajaba silenciosa en su invento.
Violet tenía muy pocos materiales con los que inventar algo y no quería andar por ahí buscando más por miedo a levantar sospechas en el Conde Olaf y su grupo. Pero tenía lo suficiente para construir un aparato de rescate. Encima de la ventana había una sólida barra de metal donde colgaban las cortinas, y Violet la sacó y la dejó en el suelo. Utilizando una de las piedras que Olaf había dejado apiladas en un rincón, partió la barra en dos. Después dobló cada uno de los pedazos hasta formar un ángulo, y aquella tarea le produjo pequeños cortes en las manos. Entonces, descolgó el cuadro del ojo. En la parte de atrás, como en la de muchos otros cuadros, había un trocito de alambre para colgarlo del clavo. Quitó el alambre y lo utilizó para unir las dos piezas. Violet había construido lo que parecía una gran araña de metal.
Entonces, se dirigió a la caja de cartón y sacó el vestido más feo de cuantos había comprado la señora Poe, una ropa que los huérfanos no llevarían jamás, por muy desesperados que estuviesen. Trabajando deprisa y en silencio, empezó a hacer tiras con la ropa y a atarlas unas a otras. Entre las habilidades de Violet figuraba un vasto conocimiento de diferentes clases de nudos. El nudo que estaba utilizando se llamaba la lengua del diablo. Un grupo de mujeres piratas finlandesas lo inventó en el siglo XV, y lo llamaron la lengua del diablo porque se giraba por aquí y por allá de una forma muy complicada y extraña. La lengua del diablo era un nudo muy útil y, cuando Violet ató las tiras de ropa entre sí, cabo con cabo, formaron una especie de cuerda. Mientras trabajaba, recordó algo que sus padres le dijeron cuando nació Klaus y también cuando trajeron a Sunny a casa desde el hospital. «Tú eres la hija mayor Baudelaire», le dijeron con dulzura pero con seriedad. «Y, al ser la mayor, siempre tendrás la responsabilidad de cuidarlos y de asegurarte de que no se metan en líos». Violet recordaba su promesa y pensó en Klaus, cuyo rostro amoratado seguía hinchado, y en Sunny, colgada de lo alto de la torre como una bandera, y empezó a trabajar más deprisa. Ella sabía que no era la hermana de Elena, pero no pensaba dejarla sola y menos con un hombre al que no conocía. A pesar de que el Conde Olaf era obviamente el causante de todo su sufrimiento, Violet tenía la sensación de haber roto la promesa que le hizo a sus padres, y se prometió resolver la situación.
Al final, utilizando todos los feísimos vestidos que fueron necesarios, Violet obtuvo una cuerda que medía, esperaba, algo más de nueve metros. Ató uno de sus extremos a la araña y observó su obra. Había construido uno de esos garfios que se utilizan para escalar edificios por las paredes, en general con un propósito vil. Utilizando el extremo metálico para engancharlo a algo en lo más alto de la torre y la ropa para ayudarla a escalar, Violet esperaba llegar hasta arriba, desatar la jaula de Sunny y volver a bajar. Era, obviamente, un plan muy arriesgado, porque era peligroso en sí y porque ella había construido su propio garfio, en lugar de comprarlo en una tienda especializada. Pero un garfio fue todo lo que se le ocurrió a Violet, dado que no disponía de un taller adecuado y carecía de tiempo. No le había contado su plan ni a Klaus ni a Elena, porque no quería darles falsas esperanzas, así que, sin despertarlo, recogió su garfio y salió de puntillas de la habitación.
Una vez fuera, Violet se dio cuenta de que su plan era incluso más difícil de lo que había pensado. La noche era tranquila, lo cual quería decir que casi no podía hacer el menor ruido. También soplaba una ligera brisa y, cuando se imaginó zarandeándose agarrada a una cuerda hecha con ropa feísima, casi se dio por vencida. Y la noche era oscura y se hacía difícil ver dónde podría lanzar el garfio para conseguir que los brazos metálicos se agarrasen a algo. Pero allí, de pie, temblando en su camisón Violet sabía que tenía que intentarlo. Lanzó el garfio lo más alto y fuerte que pudo con su mano derecha y esperó a ver si se enganchaba en algo.
¡Clang! El gancho hizo un fuerte ruido al golpear la torre, pero no se agarró a nada y cayó con estrépito. Violet, con el corazón a cien, se quedó completamente inmóvil, preguntándose si el Conde Olaf o alguno de sus cómplices vendría a investigar. Pero, tras unos momentos, no apareció nadie, y Violet, haciendo girar el garfio por encima de su cabeza como si de un lazo se tratara, volvió a intentarlo.
¡Clang! El garfio golpeo la torre y volvió a caer, golpeando con fuerza el hombro de Violet. Rompió el camisón y le rasgó la piel. Violet, mordiéndose la mano para no gritar de dolor, tanteó el lugar del hombro donde había sido golpeada, y estaba empapado de sangre. El brazo le temblaba a causa del dolor.
En aquel punto de los acontecimientos, si yo hubiera sido Violet me habría rendido, pero, justo cuando estaba a punto de dar media vuelta y entrar en la casa, se imaginó lo asustada que debía de estar Sunny y, haciendo caso omiso del dolor de su hombro, utilizó la mano derecha para volver a lanzar el garfio.
¡Cla...! El habitual ¡clang! Se detuvo a la mitad, y Violet vio a la pálida luz de la luna que el garfio no caía. Nerviosa, dio un buen tirón de la cuerda y no pasó nada. ¡El garfio había funcionado!
Con los pies tocando la pared de la torre y las manos agarradas a la cuerda, Violet cerró los ojos y empezó a escalar. Sin atreverse a mirar a su alrededor, subió por la torre, una mano detrás de la otra, teniendo en todo momento presente la promesa a sus padres y las cosas horribles que haría el Conde Olaf si funcionaba su malvado plan. El viento de la noche soplaba cada vez con mayor fuerza a medida que ella subía más y más arriba, y tuvo que detenerse varias veces porque la cuerda se movía a causa del viento. Estaba segura de que en cualquier momento la cuerda se podía romper, o el garfio soltarse, y entonces Violet se precipitaría a una muerte segura. Pero, gracias a sus diestras habilidades a la hora de inventar —la palabra «diestras» significa aquí «hábiles»—, todo funcionó como se esperaba y de repente Violet sintió entre sus manos un trozo de metal en lugar de cuerda. Abrió los ojos y vio a su hermana Sunny, que la estaba mirando frenética e intentaba decir algo a través de la cinta adhesiva que le cubría la boca. Violet había llegado a lo más alto de la torre, junto a la ventana donde estaba atada Sunny.
La hermana mayor de los Baudelaire estaba a punto de agarrar la jaula de su hermana e iniciar el descenso cuando vio algo que la hizo detenerse. Era el extremo del garfio que tras varios intentos se había agarrado a algo en la torre. Durante la escalada, Violet había supuesto que se había prendido a alguna mella de la piedra, o en alguna parte de la ventana, o quizá en una pieza del mobiliario del interior de la habitación, y se había quedado allí. Pero el garfio no había quedado agarrado en ninguno de aquellos sitios. El garfio de Violet se había clavado en otro garfio, en uno de los garfios del hombre manos de garfio. Y Violet vio cómo su otro garfio se acercaba a ella, brillando a la luz de la luna.