Volando al Viento [ Genshin Impact ]

Capítulo 02. La Princesa Garza

Capítulo 02.
La Princesa Garza

Ya habían pasado cerca de diez años desde ese primer encuentro entre dos pequeños de clanes diferentes, cuyos futuros se estaban negociando a puerta cerrada. Muchas cosas habían pasado tras esa tarde de primavera; tantas como podían caber en una década de vida. Y pese a los fervientes deseos de la Shogun Raiden de mantener todo inamovible y eterno, la realidad era que nada ni nadie era exactamente igual a aquel entonces. El mundo no era el mismo, Inazuma no era la misma y, definitivamente, Kamisato Ayaka tampoco lo era…

La primavera estaba comenzando de nuevo. El clima, el cielo y los cerezos se veían bastante parecidos a los de aquel día; o al menos a cómo Ayaka creía recordarlos. Algunas cosas ya se habían vuelto algo difusas para esos momentos; otras seguían tan nítidas como entonces.

Esa tarde era su quinto día seguido de estancia en la Casa de Té Komore, un punto de reunión muy importante para el clan Kamisato en la ciudad de Inazuma. Había ido a la capital a encargarse de los últimos arreglos para el Festival de Primavera que ocurriría en una semana. Era uno de los más importantes y grandes del año, y del cual claro la Comisión Yashiro estaba encargada de organizar, tomando Ayaka las riendas casi por completo de ello para aligerar un poco el peso de las obligaciones de su hermano.

Para ese momento ya casi todo estaba listo, y lo que quedaba por hacer los representantes locales de la comisión podrían encargarse por sí solos de terminarlo. De hecho, cerca de una hora atrás, Thoma, que la había acompañado en todas esas diligencias en la ciudad como su ayudante, había salido de la Casa de Té con la última correspondencia con instrucciones de su parte para todo lo que se tendría que hacer en los siguientes días. Terminando eso, tenían programado su regreso a la Hacienda Kamisato, en donde le entregaría su reporte completo a su hermano, orgullosa de poder decirle que todo había salido muy bien.

Siendo ya una joven adulta de dieciocho, Ayaka se había convertido prácticamente en la mano derecha de su hermano, dedicando casi todo su tiempo al trabajo de la Comisión Yashiro, y en especial a ayudar a las personas lo mejor que podía. Su reputación había ido creciendo conforme ella misma lo hacía, volviéndose una figura reconocible y admirada entre la gente de Inazuma; incluso igual o más que el Comisionado Kamisato.

Cada vez que alguien la veía andar por las calles de Inazuma con su paso grácil y su rostro radiante de amabilidad y alegría, no podía más que maravillarse por el aura de perpetua perfección que la rodeaba. Sus pulcros modales, su elegancia, su bondad, su afable sonrisa, y su belleza sinigual, le ganaron entre la gente el apodo de Shirasagi Himegimi; la Princesa Garza, la representación viva de la Inazuma pacífica, perfecta y eterna que el Arconte Electro tanto ha soñado.

Pero como suele ocurrir, la mayoría desconocía lo que esta princesa ocultaba tras su sonrisa y su “perfección.” Desconocían los miedos, las dudas, los anhelos y los recuerdos que cruzaban por su cabeza cuando se encontraba sola…

Mientras aguardaba el regreso de Thoma, Ayaka estaba en uno de los cuartos de Komore, precisamente trabajando en los últimos añadidos al reporte que le presentaría a su hermano. Tenía la ventana abierta que daba hacia el risco y el mar a lo lejos, y por el que entraba una agradable brisa. Y, en especial, tenía una vista maravillosa de los hermosos cerezos que crecían justo detrás de la casa de té.

Se sentó en el suelo a un lado de la ventana con un pequeño atril de madera para apoyar su cuaderno y escribir en éste el detalle de lo que se había realizado y acordado esos días. Tenía que ser meticulosa, porque su hermano lo era incluso más. Las encargadas de la Casa de Té le habían dejado unos panecillos dulces, así como su mejor té de matcha, de los cuales había comido y bebido la mitad respectivamente.

Todo el sitio estaba sumido en un profundo silencio en esos momentos. No estaba precisamente sola, pero se sentía casi como si lo estuviera. Komore siempre había tenido esa peculiar cualidad. Era ideal para trabajar, en efecto; pero a veces esa soledad y ese silencio podían volverse algo asfixiante.

Llevaba ya unos quince o veinte minutos ininterrumpidos escribiendo, cuando se tuvo que tomar un descanso, dejando el pincel a un lado. Pasó su mano por su cuello, un poco adolorido por el largo rato ahí sentada, y se viró a contemplar un poco la maravillosa vista de la ventana a su lado. 

Los cerezos acababan de florecer y estaban en su auge; lo triste era que no solían durar mucho.

—Llévate mi tristeza contigo, flor en el viento… —murmuró despacio de pronto, sobresaltándose un poco al instante en el que se dio cuenta de lo que había dicho. 

Esas palabras habían salido solas de sus labios, sin que identificara de momento de dónde habían surgido exactamente. Y justamente hizo su arribo uno de esos recuerdos lejanos que a veces la invadían cuando no se daba cuenta, aunque éste no vino del todo completo.

Aquel haiku que compuso de pequeña junto aquel niño que, en aquel entonces, era un completo extraño, era uno de esos detalles que solían sentirse un poco difuminados. Sabía que había existido, y recordaba el momento en el que éste había nacido, e incluso en qué parte de su patio estaba parada cuando ocurrió. Aun así, el contenido final de sus versos no le había venido tan claro a su cabeza en mucho tiempo; hasta ese momento…




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