Volando al Viento [ Genshin Impact ]

Capítulo 12. Tiene mi palabra

Capítulo 12.
Tiene mi palabra

Al aproximarse a la jefatura de la guardia Tenryou, Ayaka divisó algo que la hizo detenerse, afuera de la barda que rodeaba al edificio. Había un hombre sentado justo a un lado del portón principal, con su espalda contra la barda y la cabeza agachada, con el mentón pegado al pecho. A su lado en el suelo, reposaba una espada guardada en su funda. A simple vista parecería sólo un mendigo, descansando o esperando que alguien tuviera la gentileza de compartirle algunas moras. Sin embargo, no era cualquier persona, y Ayaka logró reconocerlo casi de inmediato.

—Thoma… Ese hombre… —le indicó la joven Kamisato a su acompañante, señalando al hombre sentado. Thoma lo miró, y aunque no lo reconoció tan rápido como lo había hecho Ayaka, al final lo logró.

Era el hombre con la visión Pyro del día anterior, el que se había enfrentado a los guardias Tenryou y había sido abatido por las flechas de la general Kujou. ¿Qué hacía ahí en la calle? Por lo que habían dicho antes de llevárselo, debería estar en una celda.

Mientras Ayaka y Thoma observaban de lejos, dos guardias salieron por el portón principal armados con sus lanzas. Al divisar al hombre sentado a su lado, la mirada de ambos se llenó visiblemente de hastío.  

—¿Sigues aquí? —masculló molesto uno de ellos—. Ya te dijimos que te largues.

El hombre reaccionó escuetamente al ser aludido. Alzó levemente su cabeza, sin centrar su mirada ni en ellos, ni en ningún otro sitio en especial. Sus labios se abrieron, y de estos surgieron algunos murmullos muy bajos.

—¿Qué dices? —musitó uno de los guardias, agachándose a su lado.

El hombre siguió murmurando, pero poco a poco fue elevando el tono hasta que sus palabras lograron ser escuchadas.

—Mi visón… Quiero mi visión…

Los guardias chistaron con molestia.

—Eres un terco, sabes muy bien que no te la regresaremos. Vete ya, antes de que hagamos que te vayas a patadas.

La advertencia no surtió efecto. E incluso aquel hombre se atrevió en ese momento a extender su mano hacia uno de los guardias, tomándolo firmemente de su tobillo con sus dedos.

—Mi… visión… Denme… mi visión…

—¡¿Qué te pasa?!, ¡suéltame! —exclamó el guardia al que había sujetado, y rápidamente lo pateó con su otro pie para apartarlo de él. El cuerpo del samurái fue empujado hacia atrás, cayendo sobre su costado.

—Tú lo pediste… —espetó el otro, alzando su lanza con la clara intención de golpearlo con la punta inferior del arma.

—¡Oigan! —resonó de golpe la voz de Ayaka, que rápidamente comenzó a correr hacia ellos—. ¡Deténgase, por favor!

La repentina presencia de la Princesa Garza jaló la atención de los dos guardias hacia otra dirección. Y al reconocer de quién se trataba, la actitud de ambos cambió, dando un paso hacia atrás y adoptando una posición más firme y segura.

—Ah, Srta. Kamisato —masculló uno de ellos, su voz casi temblando—. Es un honor…

Ayaka los pasó por alto, y en su lugar fue directo al hombre en el suelo, agachándose a su lado para revisarlo. Tenía la marca de la patada plasmada en la cara, pero él no parecía en lo absoluto alterado por ello. De hecho, su mirada estaba ida, fija en algún lugar lejano; ni siquiera parecía percatarse de la presencia de la joven a su lado.

Por debajo de sus ropas gastadas, Ayaka pudo cerciorarse de que su brazo y pierna, que habían sido apuñaladas por las flechas el día anterior, estaban vendadas. Pero había pasado muy poco tiempo, así que de seguro las heridas aún debían seguir abiertas. Necesitaban además estarse limpiando y cambiando los vendajes.

—¿Qué sucede aquí? —cuestionó Ayaka con severidad, virándose hacia los dos guardias—. ¿Este hombre no fue aprehendido ayer?

—Así es, señorita —le respondió uno de los hombres Tenryou, asintiendo—. Pero tras tratar sus heridas, la General Kujou Sara se apiadó de él y decidió liberarlo esta mañana. Pero se ha rehusado a marcharse. Lleva todo el día tirado ahí en la banqueta o deambulando alrededor, sólo repitiendo que le regresen su visión.

—Es obvio que es uno de los que pierden la cabeza cuando se les quita su visión —añadió el otro con claro desdén—. Pobre diablo…

Ayaka guardó silencio. Miró de nuevo al hombre tirado, observando detenidamente su rostro, inexpresivo y perdido. Ya había visto a personas a las que se les arrebataba su visión en estados como ese antes. Algunos lograban recuperarse un poco con el tiempo, y lograban recuperar sus vidas normales. Otros, sin embargo, nunca salían de ese estado casi catatónico. E incluso entre aquellos que presentaban mejoría, había muchos que simplemente no volvían del todo a ser ellos mismos. Simplemente era como si se les arrebatara algo muy dentro de sus pechos, dejando un gran vacío en su lugar.

—Entiendo su frustración, oficiales —murmuró Ayaka con más calma, girándose de nuevo a los dos hombres de armaduras moradas—. Por favor, permítanme encargarme de él.

—Pero, Srta. Kamisato… —mustió uno de ellos, confundido—. Incluso cuando tenía su visión, no era más que un vagabundo que rondaba por la ciudad. No es necesario que alguien como usted se ocupe de… alguien como él.




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