Volando al Viento [ Genshin Impact ]

Capítulo 32. Vagabundo contra Oni

Capítulo 32
Vagabundo contra Oni

Genta y Mamoru no estaban teniendo mucha suerte en los dados esa tarde. Se habían reunido con otros tres de sus usuales compañeros de juego, y los cinco se sentaron en un callejón en Hanamizaka, formando un pequeño círculo con un plato de porcelana entre ellos en donde arrojaban los dados a la vista de todos. Para esas horas, los dos hombres jóvenes ya habían perdido al menos dos tercios de sus escasos sueldos. Pero si había algo que aún no perdían, era la esperanza.

—¿Aún quieren continuar? —les cuestionó uno de los otros hombres con una sonrisa socarrona en los labios. Movía con gusto una de sus manos, agitando los dados entre sus dedos—. Un poco más y terminaremos dejándolos sólo en sus calzones.

—¡Deja de hablar y tira! —exclamó Genta con exasperación—. No seas tan presumido, que no puedes tener tanta suerte seguida.

Pero evidente sí podía. El hombre arrojó los dados en el plato, rebotaron y rodaron, quedando el número justo que el apostador necesitaba para superar a los otros. Genta y Mamoru soltaron un agudo quejido de incredulidad y molestia.

—¡No puede ser! —espetó Mamoru—. ¡Tienes que estar haciéndonos trampa! ¡De seguro son dados cargados!

—¿De qué me estás acusando? —murmuró con frialdad el hombre que acababa de arrojar, parándose rápidamente. Su mirada dura y agresiva se clavó hacia abajo, fija en los dos hombres sentados delante de él, y su mano se aproximó peligrosamente a la espada que portaba en su cintura.

Los dos hombres, identificados claramente como miembros de la Banda Arataki por sus sombreros negros y un kanji rojo adelante, retrocedieron nerviosos en sus lugares.

—Bueno… bueno… —masculló Mamoru tartamudeando—. Sólo decía…

El hombre de la espada definitivamente no se encontraba nada contento con que lo difamaran de tramposo. Sus dedos se oprimieron firmes contra la empuñadura de su arma, más que listo para desenvainarla de un sólo tajo, dependiendo muy seguramente de las siguientes palabras que estuvieran por salir de la boca de aquellos dos.

Para suerte de todos los presentes, antes de que cualquiera pudiera decir nada más, a favor o en contra de la acusación, alguien se apareció repentinamente en la entrada del callejón y saltó al interior de éste con apuro.

—¡Aquí están! —gritó la recién llegada con ímpetu, jalando la atención de todos—. ¿Dónde se han metido? Los he estado buscando por todas partes.

 Los dos miembros de la Banda Arataki se giraron a mirar sobre sus hombros a la joven de cabellos verdes y máscara negra de pie a sus espaldas.

—Ah, hola Shinobu —le saludó Genta con voz vacilante—. ¿Cómo estás? Sólo estábamos pasando… el rato con unos amigos…

Shinobu alzó su mirada, detectando de inmediato la tensión presente en el callejón, preparada para explotar en cualquier momento.

—Vengan conmigo —masculló la Srta. Kuki, extendiendo sus manos hacia los dos miembros de su banda para tomarlos firmemente de los cuellos de sus trajes, y luego jalarlos hacia la salida del callejón.

—Oye, este par de inútiles me deben aún cien moras más —advirtió el hombre de la espada con hosquedad.

—¿De verdad? —masculló Shinobu, girándose a mirarlo con dureza—. Porque no me parece que esto cumpla con la reglamentación oficial que la ley establece para los juegos de azar. ¿Deberíamos involucrar a la Comisión Tenryou en este asunto?

—Oye, no es para tanto, Kuki —añadió otro de los apostadores, alzando una mano hacia ella en señal de calma—. Éste sólo fue un juego amistoso entre colegas…

—Si todo fue amistoso, no les molestará entonces que nos vayamos, ¿o sí? —concluyó Shinobu de forma cortante—. Ya que tenemos un asunto importante que requiere nuestra atención. Comprenden, ¿verdad?

Los tres apostadores se vieron entre ellos, vacilantes, y dicho silencio fue la oportunidad adecuada para continuar con su huida.

—Perfecto —indicó Shinobu, y siguió jalando a sus dos amigos hacia afuera del callejón—. Entonces, si nos disculpan, nos retiramos.

—Lo siento, muchachos —dijo Genta, encogiéndose de hombros.

—Ya oyeron, hay una emergencia —añadió Mamoru, siguiendo a sus dos amigos.

—¡Arreglaremos cuentas mañana!, ¡¿oyeron?! —espetó el hombre de la espada con fuerza para que lo escucharan.

Ya fuera del callejón y andando por la calle, Genta y Mamoru se sintieron mucho más aliviados y a salvo.

—¡Bien hecho, Shinobu! —señaló Mamoru con alegría.

—¡Nos salvaste la vida! —agregó Genta—. Si no fuera por ti, de seguro nos la hubiéramos pasado muy mal.

—Ahora creo que podemos ir a beber algo con el dinero que no le pagamos a ese sujeto —propuso Mamoru y sin espera comenzó a avanzar rápidamente en dirección al bar de la siguiente esquina. Genta no tardó en seguirlo más que de acuerdo con la idea.

—¡Nada de beber! —exclamó Shinobu con voz de mando, tomando de nuevo a los dos de los cuellos de sus trajes para detenerlos—. ¡No estaba inventando cuando dije que teníamos un asunto importante qué atender! ¿Dónde está el jefe?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.