Voluntades Robadas

PRÓLOGO

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Agustín Montero Herrero. Copyright © 2018. All Rights Reserved

"Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología en la que nadie sabe nada de estos temas. Esto constituye una fórmula segura para el desastre". 
Carl Sagan: astrónomo, astrofísico y divulgador científico estadounidense.
 

La luz diurna prácticamente desapareció dando sus últimos coletazos, concediendo el paso a la fría noche la cual se presentaba oscura y nublada, desapacible y cerrada, como mi mente en aquellos momentos. El motivo fue ni más ni menos que había quedado con unos amigos de mi antiguo trabajo para tomar una cerveza y charlar sobre nuestros temores, alegrías o incluso intimidades que te brindaba la vida. Pasar un placentero rato en buena compañía, intentando olvidar los problemas del día a día y dejando de lado por un momento el estrés de la profesión. Al final pasó lo que suele ocurrir casi siempre en tales casos, la cerveza se convirtió en bastantes. El lamentable estado de embriaguez propició que los sentidos funcionaran con un nivel de actividad tan básico, que lo único logrado fue no caerme y golpearme de bruces contra el suelo.

Hacía bastante tiempo que había salido del bar y caminaba en busca de mi coche.

─ ¿Dónde diablos he dejado el coche?. Creo que aparcado por allí ─protesté en voz alta, como si un alma piadosa me fuera a escuchar a esas horas de la noche.

Instintivamente crucé la calle por la que caminaba completamente distraído y sin mirar demasiado a los lados. Cuando me di cuenta, un camión pasó rozándome pitando como un loco. El conductor de aquel vehículo abrió la ventanilla y comenzó a insultarme muy aireadamente acompañado de gesticulaciones obscenas, pero yo no me digné a mirar y simplemente me limité a proseguir el viacrucis particular como si no hubiese ocurrido nada.

A medida que andaba a duras penas por la acera de enfrente, sentí como comenzaba a caer agua por mi cuerpo

─ ¡Vaya hombre!. ¡Ahora llueve!. Ya decía yo que ese cielo tenía muy mala pinta.

Intenté acelerar el paso con el propósito de no mojarme demasiado, pero al mismo tiempo extremando al máximo la prudencia, pues mi estado etílico era importante y por tanto hacía que me convirtiera en una persona notablemente torpe en los movimientos. Distinguía la sombra de mi vehículo al fondo de la calle a medida que me iba acercando. La lluvia continuaba manifestándose cada vez con mayor intensidad; entonces, haciendo verdaderos esfuerzos con los ojos, observé que había otra sombra más con forma de humano al lado del coche, como si alguien estuviera esperando sentado en el capó del motor mi llegada.

─ Hola David Colleman ─dijo una voz que provenía de aquel lugar.

─ ¿Quién eres?. ¿Qué quieres?. ¿Por qué me estás esperando ahí sentado bajo la lluvia?.

La sombra se levantó del capó y comenzó a avanzar hacia mí, muy lentamente y con paso constante.

─ ¿No sabes quién soy?. ¿De verdad que no me reconoces?.

Mi coche se encontraba aparcado al lado de una farola encendida que emitía una luz de baja intensidad; suficiente como para que a pesar de la lluvia, pudiera ver con un poco de nitidez la cara de aquella persona que me estaba reclamando.

─ ¿Harry?. ¿Harry Jones?. ¿Eres realmente tú?. ¿Pero qué coño....?. ¿Pero....cómo puedes estar de pie caminando hacia mí si llevas años tetrapléjico en una silla de ruedas?.

Harry Jones y yo nos conocíamos desde hacía mucho tiempo. Nuestra amistad empezó a forjarse con mayor intensidad a partir de una fiesta multitudinaria de fin de curso de la universidad en la que estudiábamos por aquel entonces. Su novia me presentó a una amiga suya que no tenía ningún compromiso sentimental en aquella época. Para que ellos pudieran estar a solas con mayor intimidad, me la colocaron de manera traicionera sin darme tiempo a protestar.

La amiga de su novia se llamaba Annie, o algo así. Recuerdo que se trataba de una mujer de carácter temperamental que te tenía que estar diciendo todo el rato lo que debías hacer y lo que no. Físicamente de estatura baja, pero dotada de bastante atractivo y encanto. Aquella relación no duró mucho tiempo, ya que su intratable genio y mi falta de docilidad generaban gran cantidad de momentos de tensión entre ambos, produciendo infinidad de veces situaciones de conflicto y de estrés.

Lo relevante de la historia era que la pasión de Harry Jones fueron las motos. Más concretamente las motos de motocross. Gran deportista de complexión fuerte, pero por el contrario algo limitado intelectualmente. Por ello le costaba mucho ir superando los cursos académicamente hablando.

Casi aprendió antes a ir en moto que a andar y ya con los seis años recién cumplidos, participaba en campeonatos de ámbito local obteniendo muy buenos resultados.

Su indiscutible y desarrollada habilidad, mezclada con la experiencia adquirida con el paso del tiempo, consiguió que Harry fuera tomando cada vez mayores riesgos. Tal conducta al final resultó ser su total perdición, pero mientras tanto favoreció a que Harry fuera evolucionando y ganando premios hasta conseguir dar el salto definitivo al campeonato mundial de motocross.

Un día, cuando ya su edad se acercaba más a los treinta años que a los veinte, participó en una carrera que se realizaba en un circuito cubierto en Alemania con las gradas abarrotadas de público. Harry se jugaba unos puntos críticos para conseguir ser campeón.

Imagino que jamás se le olvidará aquel salto que se ubicaba justo delante de la línea de meta. Perseguía al segundo clasificado y en esa última vuelta tenía que adelantarlo a toda costa, sin dudas y con total decisión.

Harry no vaciló ni un segundo. El piloto giró su puño de la mano derecha rápidamente con la intención de abrir gas a tope, consiguiendo que la velocidad de la moto se incrementara de tal manera, que cuando llegó a la cúspide del salto humano y máquina salieron volando a una grandísima altura, quedando ambos totalmente a merced de la física.



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En el texto hay: ciencia, amor, ambición

Editado: 21.05.2018

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