Volver a amar

Capítulo uno

 

Consuélalo

 

Cinco días antes.

«Zona 5, enfermera Sage, repórtese en la sala de emergencia.»

Hace cinco minutos que requerían mi presencia en la sala de emergencia. La carpeta en mis manos empezó a molestar, sin embargo, tenía que esperar un poco más. Pasado cinco minutos más, Roe me llamó y entré, asegurándome de que no interrumpía algo importante y entregué los documentos.

—Gracias, Lía. -agradeció Ross, asintiendo y me retiré de ahí.

No nos llamábamos de una manera formal. Enfermera y doctor eran necesarios cuando nos necesitaba a jefa, mientras tanto, podíamos llamarnos por nuestro nombre de pila.

Me detuve de golpe al ver la cabellera rubia de alguien que conocía perfectamente. Venía con la nariz metida en un par de carpetas sin fijarse en su camino, en dirección contraria a la que iba. Seguí mi paso sin evitar tocar su hombro y llamar su atención, se detuvo mientras yo continuaba y sonrió.

—¡Enfermera Sage! -exclamó con una sonrisa juguetona en sus labios. Rodé los ojos al obtener ojos puestos en mí y no hice más que acercarme. Parecía adivinar sus pensamientos y agarró una de mis manos, besándola. —¿Dónde te habías metido hoy que no te vi desde el desayuno?

—Sabes que ando de un lado para otro y no me llames así. -murmuré y me solté, peinando su cabellera hacia atrás. —Me voy, tengo otro paciente esperando.

—Hoy nos vemos en la noche, ¿no? -asentí. —¿Cuándo piensas venir a vivir conmigo?

—¿Crees que sea correcto discutir esto aquí? Nos vemos después del trabajo. -besé sus labios, dejándome ir a la fuerza.

Era muy insistente.

Tomé el ascensor para bajar al primer piso y la sala de emergencia se presentó ante a mi con un par de heridos leves, agarré los guantes más cercanos. Me encargué de ellos para llevarlos a una camilla y examinarlos. Sarah llegó a mi lado para ayudarme y agradecí con un gesto.

—Con suerte no sufrieron más que estas heridas, deben tener cuidado. -murmuré y asintieron algo confusos con la situación.

Terminamos de curarlos y advirtiéndoles, una vez más, que no volvieran a lastimarse de esa forma. Ésta sería la tercera vez que visitaban el hospital en el mes. Suspiré desechando los guantes, entrando al área de descanso y me tumbé sobre una silla. Hasta el momento no había mucho movimiento o situaciones donde requería meter nuestras manos.

Revisé las carpetas apiladas sobre la mesa, levantándome de inmediato al recordar que debía revisar a una paciente más y volví a correr, tropezando con varios compañeros en el camino y llegué al ascensor antes de que sus puertas cerraran. Estar así me mantenía en forma, pero el estrés era fatal. No había duda donde no recordase el motivo del por qué estaba aquí, siendo una enfermera y la respuesta era simple: Me encantaba. Adentrarme a esta profesión no fue un error ni una última opción, fue una decisión que no me arrepentía. Cuestioné a muchas personas para prepararme, tomé cursos y felizmente estaba aquí, dando todo de mí en las personas que me necesitaban.

Al llegar, busque un par de guantes y mascarillas, cargando conmigo la carpeta con su nombre para anotar alguna anomalía e información que perjudicara su salud. La observé concentrada escribiendo en una libreta que dejó alado al verme llegar. Sonreí e imitó mi gesto. Carmen seguía siendo fuerte combatiendo el cáncer que la acechaba pese a su corta edad.

Agarré su mano, acariciándola y monitoreé el electrocardiógrafo, el suero suministrado desde la madrugada y el tanque de oxígeno. Registré todo manualmente en la carpeta, dejándola a un lado y me senté en una silla cerca. Tosió, recostándose nuevamente sobre el respaldar y acomodé la cama. Sonrió en cuanto terminé.

—Carmen, voy a preguntarte algunas cositas y me respondes con el movimiento de tu cabeza, ¿sí? -asintió, tal cual le pedí. —¿Te duele el pecho?

Negó, a lo que tomé de nuevo la carpeta y descarté los síntomas de hoy. —¿Has tenido problemas al respirar? -volvió a negar.

Tras realizarle unas tres preguntas más, declaré terminada la sesión. Intenté peinarla al leer su petición, quería estar presentable para su esposo y solo reí. Sus ojos grises me observan con una gran admiración y pensar que era todo lo contrario. Observé la hora en mi reloj, faltaban quince minutos para que las visitas empezaran. —Su esposo pronto estará aquí. -susurré.




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