Volver a amar

Capítulo tres

Anillo de compromiso

 

Hace muchos años me vi imposibilitada de siquiera ver sangre sin darme repulsión o ganas de huir, pero menos asco. Enfermería era eso y más, teniendo que acostumbrarme a inyectar, poner puntos a una herida abierta, acompañar a los doctores a lo quirófanos y ser, prácticamente, su mano derecha. Una mano muy trabajadora, por cierto.

Y cada día se presentaba un nuevo desafío, esperaba nunca encontrar uno que me debilitara por completo. Temía que un día alguien cercano llegara grave al hospital, a tal punto de verlo e imposibilitarme por el pánico y desesperación. Mi mayor y peor miedo.

—Hola nena. -saludé, asomando mi cabeza por la puerta y una pequeña de unos once años me recibió, algo sonriente. Ayer por la noche había ingresado por presentar un caso de neumonía, internándola de inmediato para hacer exámenes. Sostenía un peluche de una ovejita en su regazo. Sonreí para no asustarla más de lo que ya estaba. —Venía a ver cómo estabas.

—Estoy bien… puedo respirar ahora y tengo hambre. -asentí, acercando a su cama para registrar en su historial. —¿Mi mami vendrá pronto?

—Si, ella pronto estará aquí y podrás comer. -aseguré y volvió a recostarse. Agarré el termómetro, tomando su temperatura. —Eres una niña muy paciente, se lo comunicaré al doctor para que te dé un premio, ¿vale?

—¿Y qué me dará?

—¿Te gustan los dulces? Quizás puede ser eso. -guiñé un ojo, cómplice y rió emocionada.

—¿Puedo preguntarte algo? -susurró y asentí, quitándole el termómetro y volví a escribir. —¿Qué es esa cosa que brilla en tu mano? -señaló el anillo que llevaba y sonreí.

—Es un anillo, uno de compromiso.

—¿Para qué te lo pones?

Parece ser una niña muy curiosa. —Porque es importante y me lo dio la persona que quiero.

—¡Como mi mami y papi! -exclamó. —Ellos llevan unos así de brillantes, nunca se los sacan y siempre dicen que es una unión muy bonita que algún día experimentaré.

Que padres más amorosos tenía.

—Eso es verdad, es una unión única en tu vida y debes hacerlo con la persona correcta.

Al verla me trasladó en el tiempo que mamá estaba conmigo, a los catorce años cuando sufrí mi primera desilusión amorosa. Me recordó que era necesario caer, llorar, lastimarse para encontrar el camino correcto que llevaría al amor de tu vida, a pesar de todos los obstáculos. Que el corazón debe sentir paz y armonía a su lado; y, sobre todo, debes amarlo como nunca.

Yo… esperaba sentirme así. Siempre fui una persona que tardaba en darse cuenta de sus sentimientos.

La pequeña dejó de preguntar y yo terminé con el chequeo, retirándome para dar pasos a sus padres y me agradecieron con la mirada antes de perderlos detrás de la puerta. Seguramente era mi tiempo para descansar e ir por algo a la cafetería. Regresé al área para registrar lo último que realicé y partí hacia el exterior.

Estando ahí, me acerqué al mostrador y escogí un plato de fideos junto a un vaso de limonada, sirviéndome y festejando por dentro al encontrar algo rico. Pagué y me senté algo alejada del bullicio para disfrutar mi almuerzo. Alguien más hizo su aparición al taparme la luz, alzando mis ojos azules a unos grises muy conocidos. —¿Puedo acompañarte? -preguntó y asentí. Arrastró la silla de alado y depositó su vaso de café.

—Estoy viéndote más por aquí, Charles. -murmuré, bebiendo mientras negaba con la cabeza. Revolvió lentamente con su pajilla el café, perdido en sus pensamientos. —¿Acaso eres doctor y no lo sabía?

—No, yo no puedo estar en pie al ver la sangre, creo que me desmayo en ese mismo instante. -dijo y reí. —Vengo por chequeos generales, ya sabes, saber cómo estoy y eso. -asentí y miré la misma dirección que él. Un par de niños reía junto a sus padres y me estremecí. —¿Y tú?

—Estoy en mi descanso, pasado los veinte minutos regresaré. -asintió, con un toque algo desalentador. Algo le molestaba, su actitud no era tan efusiva como antes. —¿Realmente estás bien?

Un suspiro salió de sus labios. —Podría decirse que sí.

—¿Dudas? ¿Trabajo? O…

—Recuerdos. -terminó, confirmando mi sospecha. —Ya será casi dos años desde que falleció Carmen. -expresó con tristeza. —Supongo que estas fechas siempre me van a afectar.

Llevé mi mano hacia la suya, apretándola suavemente y expresando mi empatía. —Lo será, siempre vivirá si nunca la olvidas.

—Y nunca lo haré, ella siempre será el amor de mi vida. -sentenció y posó su otra mano, aceptando el consuelo. Ambos nos soltamos luego de un tiempo y nos observamos en silencio.




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