Volver a amar

Capítulo once

Capítulo once: No me casaré contigo.

Arrojé el bolso junto a la bata sobre el sofá, sentándome lejos y miré mi alrededor. Las luces blancas iluminaron las paredes celestes que daban más vida a mi departamento. Conservaba restos de platos y vasos esparcidos en la pequeña mesa del centro y los llevé todos al fregadero. Me di cuenta que necesitaba limpiar mi espacio, sin embargo, no tenía ánimos de hacerlo. Intenté despertar y golpeé mis mejillas. No iba a estar deprimida hoy, debía limpiar.

Tras varios minutos de empezar, un mensaje llegó y era quién menos esperaba. Charles proponía invitarme a cenar para pedir disculpas por emborracharse el fin de semana y no ofrecerme nada. Iris tenía razón, estaba muy avergonzado por aquello y no pude evitar reírme. Este hombre me levantaba el ánimo en algunas ocasiones que lo requería y no sabía lo alegre que me colocaba. La felicidad tenía un fin a ver más debajo de sus mensajes, en las notificaciones, aparecían los de Alan exigiendo una reunión y luego de que estaba aquí. Hace unos segundos lo había enviado y corrí para no dejarlo pasar.

Me estrellé contra el filo de la puerta a medio abrir, soltando un grito lleno de dolor. Mi nariz no sangraba, pero dolía un infierno. La voz desesperante de Alan alimentaba mi mal humor y recordando los sucesos, aquello se multiplico. Lo aparté bruscamente al intentar ayudarme, levantándome del piso y sostuve mi nariz con mi mano mientras que con la otra intentaba echarlo de mi departamento. Mi cabeza comenzó a jugar conmigo cuando volvió a acercar su mano a mi cuerpo y lo aparté de un manotazo. Alan retrocedió, con miedo por lo que hacía.

—¡Lía! ¡Por favor, escúchame! -rogó y negué miles de veces, insistiendo en que se fuera. —Por favor. -agarró mi mano y me detuvo. Suspiré, mirándolo por encima de mi mano. Mi ira estaba desbordándose en estos instantes. —¿Podemos hablar? Tú mereces explicaciones.

—¿Sabes? Creo que no los necesito. -acoté de manera sarcástica. —Y, es más, ¿sabes lo que necesito? Que te largues de mi departamento y no me vuelvas a hablar en la vida.

Aflojó el agarre en mi mano, permitiéndome zafarme de él y retrocedí hasta estar a una distancia considerable. —Pero yo te amo, nos vamos casar… No es lo que crees.

—Mira, Alan. -insistí, tragando saliva y bajando mi mano de la nariz. —Lo que vi fue una hermosa pareja, tú amante, disfrutando de un fin de semana juntos, en pijama, riendo por algún programa de televisión cómico y en paz. Yo lo arruiné. -espeté. La adrenalina corría por mis venas. —Esa fue mi perspectiva. Como si yo no valiera nada y sé que ella no es alguien de tu familia. Por Dios, ¡ni se te ocurra negar mis palabras! -amenacé y su rostro decayó. Estaba siendo sincera y él se veía muy preocupado.

El silencio se instaló en mi pequeño hogar, dando paso a mis silenciosas lágrimas. Me dolía estar discutiendo, me dolía que mi relación se echara a perder por un tercero que él dejó entrar teniendo todas las de ley para evitarlo. Me dolía su engaño y, sobre todo, me dolía que no intentara justificarse y aclarando mis dudas de mi mente. Era verdad, lo que vi era la total verdad y no una farsa.

No se inmutó si quiera cuando le propiné una bofetada.

Si me casaba, el matrimonio estaría destinado al fracaso y la única herida aquí sería yo, como lo era ahora. Con toda la pesadez del mundo giré, buscando en mi bata el anillo de compromiso que me dio aquel día en el restaurante. Donde ocurrió nuestra primera cita. Recordar dolía.

Maldita sea, de verdad me estaba lastimando y las lágrimas se unieron con los sollozos. Alan no hizo nada, solo mirarme con pena la cual yo debía sentir por él. Extendí mi mano buscando la suya, apoyando el anillo de oro sobre la palma de su mano.

Este era el fin, el definitivo. Las oportunidades se acabaron. Ya no habría un final feliz para nosotros y cuanto me costaba asumirlo. Aguanté la respiración por unos segundos antes de proseguir.

—Se acabó. No me casaré contigo -murmuré, afligida por mis propias palabras. Su rostro se tornó más pálido y las primeras lágrimas se asomaron por su rostro. —Ya no puedo aguantar más dolor, te di las oportunidades y no las supiste aprovechar. Te burlaste en mi cara y aún así volví a ti. ¿Qué hiciste por mí? Solo decirme cuánto me querías más no lo demostraste. Humillarme.

—Lía… -habló, esperé a que dijera algo y esta vez no lo interrumpiría. —Lo lamento.

¿Eso era todo? ¿No iba a insistir? Sus malditos ojos no me miraban y supe que se estaba guardando algo que no me permitía saber. Aunque no quería ni insistir. Negué con la cabeza, decepcionada.




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