Capítulo # 2
Raffaello la miró con asombro, era una mujer joven y con un cuerpo precioso que no pareciera que hubiera tenido un hijo. ¿Cuándo sucedió? Estuvo casada o fue amante de un hombre casado.
—Estás muy pensativo —dijo ofreciéndole un poco de café.
—¿Cuándo lo tuviste? —preguntó recibiendo el café y sentándose en el sofá—. Claro, si me puedes contar.
—Tuve una relación de infancia, nos enamoramos y quedé embarazada a mis dieciocho años. Al principio estamos muy felices con mi embarazo hasta mis padres lo estaban.
—Mucha armonía —comentó él tomando un sorbo.
—Sí. Mi ex suegros estaban encantados y cuando nació todo fue muy bonito, en cierto punto —dijo con una media sonrisa—. Joseph, el padre de mi hijo, me estaba engañando y nos separamos. Comencé a estudiar y dejar al niño en una guardería. En un descuido, mi hijo le dio meningitis y se complicó.
—Y murió —dijo él con tristeza y asombro—. Lo siento mucho, Lili.
Liliana limpiándose las lágrimas que comenzaron a caer.
—Lo siento, jefe, es que es la primera vez que habló con alguien de esto.
—Ahora entiendo por qué no quieres volver —dijo sacando su pañuelo y entregándoselo—. Te pondrás fea.
—La verdad, no quiero volver por la muerte de mi hijo… Solo que mi ex pareja, su familia y mi familia me culparon por la muerte de mi hijo —soltó sollozando
Él apretó el puño con impotencia, como alguien podía culpar a alguien de la muerte de un niño inocente. Lo que pasó era inevitable y no podía hacer nada, se sentó a su lado y colocó su cabeza en su hombro.
—Llora, desahógate.
—Gracias —dijo entre llanto.
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Media hora después
Lili se quedó dormida de tanto llorar. Raffaello la llevó hacia su habitación y la acostó en la cama para poder investigar más sobre ese hombre llamado Joseph. Su cuñado podía ayudarlo en todo. Lili se había convertido en una gran amiga y empleada confiable, lo había apoyado en sus crisis de fobia, aún recordaba cómo tuvo aquella paciencia cuando quedaron atrapados en el ascensor, lo ayudó a calmarse y desde ese momento se sintió seguro cuando iba a entrar en un ascensor. Era la única que conocía ese secreto, aparte de su familia.
Lili despertó toda desorientada y con un fuerte dolor de cabeza, se dio cuenta de que no se quitó la ropa, caminó hasta el baño y se dio un baño para preparar un poco de comida.
Raffaello preparó un poco de comida, muy poco cocinaba y cocinar, le hacía olvidar un poco. Aún estaba sorprendido de que Lili tuvo un hijo y, más saber que la culparon de su muerte, la ayudaría para que pudiera volver a su país y pudiera visitar la tumba de su hijo.
Liliana salió de la habitación con un short corto y una blusa negra pegada al cuerpo sin brasier olvidándose completamente que su jefe estaba en su departamento.
Raffaello la había visto salir de la habitación y observó que estaba distraída. Estaba muy sorprendido, era increíble que Lili tuviera un cuerpo tan precioso, unas piernas gruesas, unos senos generosos y una cintura pequeña. ¿En dónde escondía ese cuerpo?
—Hola.
Lili dio un brinco y agarró un cojín para taparse.
—¡Jefe!
Él sonrió divertido por su palidez.
—Tienes el cuerpo muy tentador.
—¡Raffaello! —exclamó indignada y veía su sonrisa—. No es divertido.
—Ven, prepararé un poco de cena —anunció él con una sonrisa sexi—. Creo que también habrá postre.
—Voy a cambiarme —anunció, salió corriendo hacia su habitación, sintió mucha vergüenza que su jefe la viera así vestida—. ¡Qué vergüenza!
Raffaello preparó la mesa para que comenzaran a comer y a los pocos minutos se apareció Lili con un pantalón y una blusa un poco suelta.
—Qué aburrida eres.
Ella estaba asombrada.
—Atrevido.
—Come un poco —le ordenó sentándose—. No soy tan buen cocinero.
—Ni yo —confesó ella, comenzando a comer y sonriendo—. Está bueno.
—Gracias, lo hice porque quería disculparme contigo.
—¿Disculparse conmigo? —preguntó confundida.
—Te obligué a que me contaras sobre tu hijo.
—Algún día tendrías que saberlo —dijo disfrutando de la cena—. Ahora entiende por qué no quiero ir a New York.
—El viaje tiene que hacerse en una semana —anunció y notó su desagrado—. Escúchame, Lili, te juro que te voy a proteger. No te dejaré sola.
—No entiende —dijo levantándose y sintió la mano de él agarrando la suya—. Jefe.
—Quiero que visites la tumba de tu hijo —explicó haciendo que se sentara de nuevo—. Sé lo duro que es, saber que tienes un hijo en otro país y que no puedas visitarlo los fines de semana.
—¿Por qué lo haces? —preguntó incrédula.
—A mi madre se le murió su segundo hijo, era mi hermanita y mi madre todos los domingos va a llevarle sus flores favoritas —explicó, medio sonrió—. Comprendo tu dolor y quiero ayudarte…
—Santoro…
—Déjame ayudarte y te juro que no meteré más en tu vida —pidió él y su celular sonó—. Disculpa.
Liliana lo observó como Raffaello se alejó de ella para platicar con tranquilidad y se comió lo que le preparo para después asimilar que volvería de nuevo a su país, un país que le dio felicidad y también mucha tristeza, volver era como recordar lo amargo y eso le daba mucho miedo porque se le hizo difícil volver a sentirse tranquila y cómoda de nuevo.
—Era mi madre —comentó él sentándose y sonriendo—. Te lo comiste todo.
—Estaba bueno, voy a tomarme una pastilla para dolor de cabeza —anunció, levantándose y alejándose de él.
—Ve.
Él la veía partir y quedó mirándola fijamente. Nunca se había fijado en ella detalladamente hasta ahora, siempre le había parecido un poco extravagante por su cabello rojizo y esos ojos azules cielo, en cambio, él era rubio y ojos verdes como lo era su madre.
Lili regresó y se tomó la pastilla para seguir platicando con él.
—New York es muy grande —habló de repente Raffaello—. No podrán verte.