Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 5: Cita

Pasaron los días del mismo modo, entre el trabajo, la familia y el joven misterioso que ya formaba parte de la rutina de mi semana.

Llegado el viernes, cuando se acercó a la caja para pagar su compra, se dirigió a mí con una sonrisa.

—Hola.

—Buenas noches.

—¿Pensaste una respuesta?

—Oh… sí… disculpa. Puede ser mañana sábado. Tú dime la hora y adónde iríamos.

No sé por qué le respondí eso. En realidad no lo había pensado porque estaba segura de que él lo olvidaría. Sin embargo estaba aceptando la invitación de alguien de quien no sabía ni el nombre. Realmente me desconocí a mí misma.

—¿Puede ser a las diecinueve? Hay un lugar agradable a la vera del lago, muy cerca de aquí.

—De acuerdo. ¿Pasas por mí?

—Por supuesto.

—Vivo sobre esta calle en el 4235.

—Sí -sonrió-, somos vecinos… Nos vemos mañana entonces.

Me quedé refunfuñando. Él se iba alegre y yo me sumergía en un estado mental de confusión y desasosiego.

Consideraba que esas situaciones deberían darse de otra forma. No quería que el joven empezara a caerme mal por las presiones externas. En realidad me caía bien, no por su apariencia -ya que era tan extremadamente apuesto que lo veía inalcanzable-, sino que trasuntaba un espíritu de bondad y caballerosidad, a la vez que, por momentos, una indefensión difícil de explicar. Extraña asociación con el hombre misterioso que se sentaba en soledad, en las frías noches de invierno, como al acecho.

Era muy confuso por cierto.

Tanto embrollo estaba ocupando mis pensamientos más de la cuenta, y eso me molestaba.

Y si mi compañera y mi madre seguían presionando, probablemente comenzaría a rechazarlo.

* * *

El sábado fuimos al parque con Min y mi madre, ya que me había propuesto no perderme ese tiempo que tanto venía disfrutando desde hacía años, y no quería tomar demasiado en serio la cita.

Poco antes de las diecinueve regresamos, Min quedó al cuidado de mi madre -que, cabe agregar, no podía más de la felicidad- y yo continué hasta mi casa para cambiarme de ropa. Elegí un jean sencillo, claro, una blusa blanca de broderie y zapatos bajos. Me recogí el cabello en una coleta y no usé maquillaje -no quería parecer desesperada por una conquista-.

A las diecinueve en punto llamaron a la puerta, así que tomé mi bolso y abrí.

Y allí estaba él, todo un modelo, con su acostumbrada ropa clara casual y calzado deportivo, pero no por eso menos fino y elegante. Me arrepentí de no haber usado un poco de maquillaje, aunque fuera para no desentonar con semejante apariencia.

Con una amplia sonrisa y mirada profunda, me saludó y se apartó para darme paso.

Caminamos en silencio, cruzamos la calle hacia el paseo ribereño y bajamos a la vera del lago. Allí estaba emplazado, entre la naturaleza, un pequeño bar de aspecto agradable y sencillo.

Entramos. El ambiente era acogedor, íntimo y refinado, con farolas de luz cálida sujetas con cuerda rústica a troncos con enredaderas que pendían del techo. El decorado era mayormente de madera, lo que definía la calidez del ambiente.

—¿Dónde prefieres? - me preguntó invitándome a elegir la mesa.

Elegí una junto a la ventana, desde la que tenía una vista preferencial del lago.

—¿Y bien? -lo confronté- ¿A qué se debe esto?

—Sólo… es un encuentro para conocernos… -dijo con gesto confuso, como si no comprendiera del todo la pregunta.

—Debes haber observado que soy madre, trabajadora, llevo una vida modesta… No hay mucho más para saber de mí.

—Todo eso lo supuse, sí, aún así creo que hay mucho más en ti que vale la pena conocer.

Esa respuesta me descolocó. Parecía franca, pero sobre todo muy, muy halagadora.

—En cambio tú -continué como si él no hubiera dicho nada-, eres difícil de leer. De pronto eres amable y simpático, después de haber inspirado temor actuando como un acosador.

—Puedo explicarlo todo…

El camarero nos interrumpió para tomar la orden. Pedimos unos jugos de frutas. Yo no quise comer nada y él tampoco pidió.

—Por cierto, mi nombre es Dorian -continuó él-. Lo de amable y simpático me halaga -y sonrió-, muchas gracias. Por lo de acosador me disculpo. Sucedió que, cuando escuché a aquella mujer decirte que tuvieras cuidado por el “acosador nocturno", temí por ti, y me quedé cerca. Luego comprobé que, efectivamente, te ibas sola y eso me incentivó a quedarme cerca todas las noches, hasta que el sujeto fue atrapado. Ahora veo que fui imprudente porque te inspiré temor. Me disculpo de nuevo.

—Disculpado.

Aunque no entendía por qué se sintió en el deber de cuidarme, no quería indagar al respecto.

—Háblame de ti por favor.

—Mi nombre es Josephine, tengo una hija de cuatro años que es todo mi mundo, y una madre amorosa que me ayuda más de lo que debería con el cuidado de mi niña. Tengo dos trabajos… no hay mucho más.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.