CAPÍTULO 7: Conociéndonos
El resto de la semana transcurrió sin eventos dignos de destacar, salvo, claro está, por la visita diaria de Dorian a la tienda, y las breves charlas que manteníamos a la salida del trabajo.
En una ocasión, él me pidió que lo llamara Do, como lo había llamado cariñosamente su nana desde pequeño. Y yo por mi parte, lo autoricé a llamarme Jo, como lo hace mi madre. Eso se sintió muy íntimo, como un permiso para entrar en la vida privada del otro, como otra forma de reforzar lazos de una amistad que ya prometía ser duradera.
* * *
Annie estaba muy emocionada por mí. Si bien nos conocimos hace unos escasos seis meses, ella era muy amigable y generosa; ya se había encargado de averiguarme toda mi historia y no podía concebir que yo estuviera sola, sin pareja, desde la muerte de mi esposo.
Ese estilo de vida no formaba parte de su naturaleza; ella tenía relaciones casuales con sexo incluido, ya que su filosofía de vida se basaba en el goce del momento, sin compromisos a futuro.
Así era Annie, y yo la respetaba al igual que ella lo hacía conmigo, aunque fuéramos tan distintas.
Es que Annie había tenido novio, y no habían terminado bien. Una infidelidad le rompió el corazón y juró no comprometerse emocionalmente nunca más.
Lo extraño era que quería que yo sí me comprometiera con alguien, y día tras día le caía mejor Dorian. Comenzó a intervenir en nuestras brevísimas conversaciones en la tienda, para luego ir acaparando su atención sólo para hablar maravillas de mí como si yo no estuviera presente.
A casamentera no le ganaba nadie.
* * *
Durante todo el mes de Abril, con la primavera recién llegada y el perfume que ya se sentía en el aire nocturno, Dorian me acompañó a diario hasta la casa de mi madre. Y fui conociendo más detalles sobre él. Su apellido era Allen, era hijo de John Allen, el dueño de la empresa automotriz Allen & Co. Tenía una hermana a la que adoraba, Elizabeth. Los domingos almorzaban todos juntos en casa de sus padres -por el tono que le imprimió al comentario, sonaba más a una obligación que a una grata reunión familiar-, jornada que siempre terminaba con una charla con su padre acerca de proyectos de trabajo para la empresa.
Lo que llamaba la atención era cuánto amaba el arte. Hablaba con pasión de ello: del color, la luz, la forma, de cuánto alimenta el alma tanto del hacedor como del observador… Era cautivante escucharlo.
Una vez que llegábamos a la casa de mi madre nos despedíamos sin más.
* * *
Apenas atravesaba la puerta, Min corría a recibirme y nos fundíamos en un abrazo, me contaba lo que había hecho y me mostraba los dibujos que había pintado mientras su abuela atendía su tienda de hierbas. Luego conversaba con mi madre, si hubiera algo relevante, acerca de lo sucedido en la jornada y yo le contaba sobre mis charlas con Dorian, viendo cómo sus ojos adquirían un brillo de esperanza aunque no pronunciara palabra.
A veces cenábamos juntas.
Al cabo de todo ello, Min y yo nos íbamos a nuestra casa.
Una vez allí, ayudaba a mi niña a ponerse el pijama, controlaba que se cepillara bien los dientes, la acompañaba a la cama para arroparla y le leía alguna historia que ella eligiera.
Cuando Min se dormía, me iba a mi cama y, a pesar del cansancio, tardaba en conciliar el sueño pensando en Dorian, en ¿cómo eran los Allen?, ¿por qué parecía que la relación con sus padres no era afectuosa?, ¿por qué teniendo pasión por el arte había estudiado Contaduría?; evidentemente Dorian era un hombre rico, entonces ¿qué hacía cortejando a una mujer trabajadora como yo que no estaba a su nivel?
…Y así, con ese hombre guapo e intrigante en mi mente, me dormía.