CAPÍTULO 11: Interrogantes
—Muchas gracias por todo, Do.
—Te agradezco a ti por permitirme ayudar y pasar tiempo con ustedes… y hacerme sentir bienvenido -dijo, y me regaló esa sonrisa triste tan singular.
Lo estaba despidiendo en la puerta de la casa de mi madre. Ninguno de los tres nos habíamos dado cuenta del paso de las horas, salvo por mi niña que hacía rato había acomodado su cabecita en el regazo de Dorian -después de mostrarle todos sus dibujos y sus libros de cuentos- y se había dormido.
Cuando notamos lo tarde que era, él había sacado la cabecita de Min de su regazo, la había acomodado con mucha delicadeza en el sofá donde estaba sentado, y la había acariciado con ternura.
Creo que ese fue el gesto que definitivamente me enamoró.
Saludó a mi madre pidiéndole que se cuide y no olvide tomar la medicación, y se marchó.
* * *
Min y yo pasamos la noche en casa de mamá. Yo caí a la cama rendida por la gran cantidad de horas que había estado despierta y el estrés que había vivido.
A la mañana siguiente me desperté renovada, comprobé que mi madre estuviera bien -de hecho ya se estaba levantando para abrir su tienda-, organicé a Min y la llevé al jardín. De regreso debía preparar la clase del jueves, limpiar y organizar un poco la casa de mi madre y luego la mía -la idea era que ella hiciera lo menos posible- y preparar el almuerzo antes de buscar a Min del jardín.
A la tarde fui a trabajar a la tienda. Cuando Annie me vio corrió a abrazarme y a preguntarme por mi madre. Le conté lo sucedido y ella con alma generosa me alentó, asegurando que todo iba a estar bien.
Cerca de la hora del cierre, cuando ya la inquietud comenzaba a pellizcarme el estómago, apareció Dorian. Es que si no tenía mi cuota diaria de su presencia empezaba a faltarme algo. Los últimos dos días, con toda la angustia que me produjo la descompensación de mi madre, había tenido como aliciente la cercanía protectora de Dorian, justo cuando más vulnerable me sentía. Por lo que, al caer la tarde y relajar el ritmo de trabajo de la jornada, comenzaba a extrañarlo.
—Hola Jo -sonrió.
—Hola.
—Acabo de ver a tu madre. Pasé por la tienda y le hice una compra.
—Así es ella, imposible convencerla para que descanse.
Me pasó la caja de jugo de frutas y le cobré.
—Si sales pronto te espero.
—Sí, me quedan quince minutos.
Cerré la caja, ayudé a Annie a terminar de ordenar, y salimos. Cuando cerré la tienda, Dorian se cruzó desde el parque. Era una noche fresca y las calles estaban bastante solitarias.
Caminamos los escasos setenta metros que separan la tienda de la casa de mamá.
—¿Qué le compraste a mi madre? -le dije mirando el pequeño paquete que llevaba en la mano.
—No lo sé… Se llama cedrón… creo…
—¿Para qué lo usas?
—No lo uso… En realidad quería saludarla y saber cómo estaba. Es muy amable y cariñosa tu mamá.
Me reí con ganas.
—Sí, lo es.
Llegamos a la casa de mi madre. Antes de despedirnos le pregunté:
—¿Tuviste problemas en el trabajo?
—No mucho. Nada más grave que un padre enojado.
—¡Cuánto lo siento!
—No te preocupes. Él siempre tiene algún motivo para enojarse.
Me quedé observándolo, tratando de dilucidar ese universo familiar oscuro que llevaba sobre sus espaldas.
Cuando más tarde me quedé a solas con mis pensamientos, repasé en detalle nuestras conversaciones, sus expresiones, su sonrisa triste… y definitivamente me obsesioné con averiguar qué sucedía en la intimidad de esa familia. Sólo debía esperar el momento oportuno.