Volver a amar: Josephine

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 13: Confesiones

El sábado nos preparamos Min y yo como para un evento extraordinario. De hecho lo era, ya que en muy contadas ocasiones hemos salido las tres, con mi madre, a cenar fuera, o al cine para ver alguna película infantil. Eso no formaba parte de nuestra rutina, ya que contábamos con los recursos justos como para llevar una vida holgada pero sin lujos.

A Min le puse un vestido blanco con flores pequeñas -que ella misma eligió-, pantimedias blancas, y le trencé el cabello.

Yo escogí un vestido azul con mangas y corte cintura alta, que había usado sólo una vez en el cuarto cumpleaños de Min -por suerte mi cuerpo no había variado mucho desde entonces, así que me calzaba perfecto-.

Cuando Dorian llamó a la puerta, abrigué a Min, tomé mi abrigo y mi bolso, y salimos.

Él estaba guapísimo, con ese aire de hombre misterioso y fino, y a la vez tierno y simpático. El pantalón gris y la camisa blanca le quedaban espléndidos.

Subimos al Audi y condujo lento, con rumbo seguro, posiblemente ya había elegido restaurante ya que yo desconocía todo al respecto.

El lugar al que llegamos era hermoso y acogedor. A diferencia del anterior, que contaba con show y música romántica, este era familiar y más luminoso. Había muchas parejas con niños y por ende era un poco bullicioso.

—¡Hermoso lugar! ¡Conoces muchos restaurantes y muy variados!

—Éste también me lo recomendó mi hermana, ella suele venir aquí con su esposo y su hijo.

Nos sentamos a la mesa que había reservado, cerca de un rincón destinado a los niños en el que había varias mesitas con juegos didácticos. Min inmediatamente quiso ir allí y cuando la autoricé se sentó a jugar muy entretenida.

Enseguida vino el camarero y tomó la orden. Yo pedí risotto para Min y para mí, y Dorian un filete de pollo con verduras salteadas. A los pocos minutos nos trajo la bebida.

—Cuéntame de tu vida pasada… si no te incomoda. ¿Qué sucedió con el papá de Min?

—Con Michael nos conocimos en la preparatoria y nos pusimos de novios. Cuando terminamos de cursar, prometimos que nos casaríamos cuando yo concluyera la universidad -éramos muy jóvenes entonces, ambos teníamos dieciocho años-; él no siguió estudiando sino que comenzó a trabajar para ahorrar dinero para la boda y comprar una casa. En 2017 nos casamos y al año siguiente nació Min.

—Aún eran muy jóvenes.

—Sí, lo éramos. Fuimos padres a los veintitrés. Sólo que el hombre y la mujer lo viven diferente. Cuando tuve a Min en mis brazos por primera vez, sentí esa fuerte conexión invisible que me dio la certeza de que iba a entregarme en cuerpo y alma a su cuidado. Por el contrario, Michael no quiso hacer grandes cambios en su vida: siguió saliendo con amigos cada semana, conduciendo con imprudencia, regresando tarde, como si no hubiese logrado tomar plena conciencia de la responsabilidad que tenía para con esa pequeña que necesitaba también de sus cuidados. Una noche de mediados de diciembre -Min tenía tres meses entonces-, tuvo un accidente fatal.

—Si no quieres continuar lo comprendo.

—Hace ya cuatro años de eso. Lo extrañé mucho y me sentí enojada y perdida, pero lo superé. Dicen que el dolor que no te mata, te hace más fuerte. Podría decirse que me hice mujer a los veintitrés: cuando nació Min y murió mi esposo. No sé de dónde saqué fuerzas pero lo hice, conseguí un segundo trabajo -yo ya tenía horas en el instituto- y me ocupé exclusivamente de mi hija.

—¿Sin tiempo para darte una segunda oportunidad?

—Por supuesto. Ella necesitaba toda mi dedicación.

El camarero regresó con la cena.

—No puedo dejar de reconocer la ayuda de mi madre, que fue mi apoyo incondicional todos estos años. No hubiera podido hacerlo sin ella -agregué, antes de levantarme para traer a Min para que cenara.

Mi niña estaba obviamente a gusto, disfrutaba de la comida y la compañía.

—¿Te gusta, Min?

—Sí, Dodian, está muy dico. ¿Te gusta tu comida?

—Sí, también está muy rica. Gracias por preguntar -respondió él con una sonrisa.

—De nada.

Luego de terminar su comida y conversar con Dorian con total confianza, se acomodó en mi regazo y se fue quedando dormida.

Entonces, había llegado mi turno de preguntar.




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