La tarde se teñía de tonos dorados que entraban a través de las cortinas de lino, dibujando sombras suaves sobre el escritorio de Valeria López. Afuera, el murmullo de la ciudad se mezclaba con el canto ocasional de un ave, pero ella apenas lo notaba. Tenía frente a sí una pila de documentos perfectamente alineados, el bolígrafo favorito descansando a un costado, y una taza de café que ya se había enfriado.
Ese día no era uno más. Desde hacía semanas, Valeria había estado preparando una propuesta que, de ser aprobada, marcaría un antes y un después en su carrera. Le gustaba pensar que la vida profesional era como una partida de ajedrez: cada movimiento debía estar calculado, y hoy estaba lista para hacer uno decisivo.
El sonido de la pluma contra el papel le recordó que debía concentrarse, pero su mente volvió, inevitablemente, a la noche anterior. Las luces vibrantes de Las Vegas, la música que parecía latir en sincronía con su corazón, y esa mirada de Matías… intensa, directa, como si la hubiera estado buscando toda su vida. Aún podía sentir el calor de su mano entrelazada con la suya, el impulso de decir sí a algo tan impulsivo como un matrimonio improvisado, y la emoción de creer, por un instante, que quizá la vida estaba dándole un regalo inesperado.
Sonrió con ternura al recordar cómo él le prometió que la contactaría en cuanto volvieran a casa. Habían acordado reírse juntos de su locura y decidir, sin prisas, qué hacer con ese vínculo recién creado. Pero los días habían pasado y el teléfono seguía en silencio. Ni un mensaje, ni una llamada.
Se preguntaba si algo le había pasado o si, simplemente, Matías había decidido olvidar lo ocurrido. La idea de que él pudiera arrepentirse le provocaba un nudo en el estómago. Y, sin embargo, una parte de ella se aferraba a la esperanza, imaginando que cualquier día recibiría esa llamada que confirmaría que lo que sintieron no fue solo un espejismo.
Caía en cuenta de todo el trabajo en el que se había sumergido, quizá como una forma de no pensar en lo ocurrido… en Sebastián… y en las muchas cosas que aún quedaban pendientes con respecto a él. Había pedido a su asistente que resolviera cualquier detalle necesario, pero en realidad no se había detenido ni un segundo a reflexionar sobre lo que había pasado. Solo quería despedirlo, aunque sabía que era un profesional valioso; el hospital no podía quedarse sin jefe de Traumatología. Maldito… pensó para sus adentros, apretando la mandíbula.
Un mensaje en su teléfono interrumpió sus pensamientos:
"Revisa tu correo. Los documentos necesitan tu firma."
Valeria sonrió. Ella no solo los firmaría; también los enviaría de inmediato, impecablemente ordenados, como siempre hacía. Era una mujer de detalles, y sabía que esos detalles podían abrir puertas que otros ni siquiera notaban.
Mientras revisaba las últimas páginas, la luz del atardecer iluminó una fotografía enmarcada sobre su escritorio: una imagen de ella misma años atrás, sonriendo junto a un grupo de colegas en su primer gran proyecto. Le recordó que, más allá de las presiones y los plazos, cada reto era una oportunidad para dejar huella.
Respiró hondo, tomó el bolígrafo y comenzó a firmar. En ese momento, sin saberlo, estaba dando el primer paso hacia un reencuentro que pondría a prueba no solo su profesionalismo, sino también su corazón.
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Editado: 25.08.2025