Capítulo # 3
En el departamento de Emir.
Los gemidos se escuchaban en la habitación. Emir no le daba tregua a Charlotte, esa rubia que estaba metiéndosele adentro de su corazón sin él poderlo saber. Solo que no podía dejar crecer ese sentimiento que sentía, porque sería muy duro para él dejarla después.
Charlotte se separó de Emir al terminar de hacerla su mujer; ese hombre sabía lo que hacía. Nunca había sentido tantas sensaciones como las que estaba sintiendo con él.
—Tengo que irme —anunció ella. Levantándose para recoger su ropa y salir de allí.
—¿Por qué no te quedas a dormir? —le preguntó con cierta curiosidad.
—No suelo dormir con lo que me acuesto, no quiero crear vínculo contigo —confesó. Tenía que ser sincera con él—. Podemos mezclar las cosas y eso es lo que no quiero.
—En cierto punto, puedes tener razón y te entiendo —levantándose de la cama y recogiendo la ropa de él—. ¿Te quieres bañar?
—Bien, no estaría mal y así me iría limpia —aceptando su invitación.
Emir sonrió, esa rubia le gustaba y mucho. Pero ya era hora de guardar distancia, pero todavía no sentía el valor de dejarla e irse. Uno de sus hombres se había ido a New York para recuperar lo que le pertenecía. Su familia no sabía de su doble vida y esperaba mantenerlo en secreto. El único que lo había descubierto había sido Joseph y por eso lo ayudó a escapar de Estados Unidos.
—¿Qué tanto piensas? —le preguntó al verlo ausente.
—En lo que haremos —sonrió. Agarrándola de la mano y llevándosela al baño.
Ella solo quedó sonriendo y disfrutando del momento; sabía que en cualquier momento todo se acabaría.
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Al día siguiente.
En la empresa Dupuis.
En la oficina de Anastasia.
—Aquí te traje unos documentos —dijo entrando Charlotte a la oficina. Observó la palidez de la morena—. Oye, ¿estás bien?
—No —respondió, salió corriendo al baño a vomitar.
—No puede estar embarazada —pensó Charlotte con el alma en un hilo.
Ella vomitó toda la comida y regresó a sentarse de nuevo en la silla.
—No estarás embarazada, ¿verdad?
—No es un bebé, es mi periodo —aclaró con el dolor tan intenso que estaba sintiendo.
—Déjame y buscarte una pastilla. A mí me funcionan muy bien —dijo y salió de la oficina para la suya. Al entrar, lo buscó con cuidado en su cartera y al regresar le dio una—. Toma, con una funcionará.
—Gracias —dijo, tomándosela sin dudarlo.
Alain entró a la oficina de su mujer.
—¿Qué tienes? —preguntó alarmado. Su secretaria le había comentado que la señorita Charlotte estaba preocupada y que había salido, y entrado a la oficina de su mujer.
—Acabo de vomitar, debe de ser por mi periodo —le recordó. Su marido se veía angustiado por ella—. No te alarmes.
—¿Estás segura? —preguntó, acercándose a ella y agarrándola de la mano—. Si quieres, te llevo al hospital.
Ella negó con el dedo.
—Eres un dramático —dijo su amiga—. A mí me viene con hemorragia.
—Lo sé y cuántas veces te he llevado al hospital —dijo seriamente.
—No peleen —pidió ella, mirando a la mujer—. Muchas gracias.
—De nada…
Charlotte salió de la oficina con calma.
Alain esperó que su amiga saliera y le preguntó a su mujer.
—¿Estuvo de odiosa?
—Para nada, la veo más tranquila y nada atacadora —respondió con una leve sonrisa—. Veo que está cambiando.
—Es que Charlotte es un amor —aseguró su esposo—. Solo hay que tener paciencia.
—Así es —afirmó. El dolor estaba bajando y las náuseas también.
—Podemos irnos a casa —le propuso, al notarla un poco mal.
—Ya estoy por terminar y nos iremos.
—Bien —dándole un beso en la frente y salió de la oficina de su mujer.
Ella no pudo disimular una sonrisa en sus labios por lo atento que era su esposo.
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Unas horas después.
En la oficina de Charlotte.
Anastasia, por agradecimiento, compró comida para que comieran juntas; el dolor había desaparecido y la verdad se sentía muy bien.
—Vengo a comer contigo —anunció ella. Entró a la oficina con mucho cuidado.
Charlotte se había levantado y la fue ayudar. La comida olía delicioso y tenía hambre.
—¿Qué compraste? —preguntó haciéndose agua a la boca.
—Comida japonesa y árabe. Un pajarito me dijo, que te gustaban mucho y quise comer contigo.
—Ese, Alain —expresó con una sonrisa en los labios.
Tasia acomodó bien la comida. Mientras que Charlotte quitaba los documentos, se sentaron a disfrutar de la comida.
—Tenía tanta hambre —confesó. Comiendo un poco de sushi—. Es que tengo mucho apetito últimamente.
—Debe de ser por el tratamiento —dijo Tasia. Sacando un poco de comida árabe y disfrutándola.
—Puede ser, siempre he sido de mal comer —confesó y se levantó para buscar unos refrescos—. ¿De qué sabor quieres?
—De soda.
—Bien —dijo sacándolos y se aproximó hacia ella—. Odio comer sola, pero. Me trajiste la tentación.
—Es que quiero que nos llevemos bien —confesó un tanto nerviosa.
—Tú me quitaste al hombre de mi vida —expresó con cierta molestia. Pero no quería dejar de comer—. Alain, nunca se había fijado en una morena y míralo. Hasta se casó contigo.
—Algo de que no me siento orgullosa, porque me ama a pesar de todo lo malo que hice —dijo abajando la cabeza.
La rubia se sintió realmente intrigada.
—¿Qué hiciste?
—Te lo contaré, para que sepas que nunca engañe a Alain y mucho menos quiero quedarme con su dinero.
Charlotte la miró confundida y sin dejar de comer.
Tasia le contó todo lo que pasó y vivió con Joseph, cómo llegó a Francia y de los disparos que había recibido. ¡Cómo Alaia había sido tan paciente con ella y cómo la había conquistado!
—¿Estás mintiéndome? —preguntó incrédula.
—No, es mi verdad…
—¡Qué espantoso! —exclamó—. No conozco al malnacido de ese tal Joseph y que mató a su propio hijo. Porque si hubiera dicho algo, ese angelito estuviera con vida.