Capítulo # 4
En otro lugar.
Charlotte miraba el lugar, era precioso y llamativo.
—Me encanta.
—¿Quieres ir a Italia?
Esa pregunta la tensó.
—No, nunca pisaré ese país.
—¿Por qué?
—Emir, ¿de verdad quieres dañar la noche?
—No, solo que quería llevarte…
—No puedo pisar ese país y no me hagas pasar un mal rato. Puedo irme —le advirtió con una mirada sombría—. Es mejor, pasárnosla bien.
—No quiero ponerte de mal humor —confesó sorprendido, como le cambió la cara a Charlotte—. Sigamos disfrutando.
Charlotte se le quedó mirando, no quería recordar momentos dolorosos y menos cuando estaba pasándosela tan bien.
Emir solo tenía curiosidad para conocer un poco más de ella, pero todo se fue al olvido al mirarla. Tenía que buscar la manera de terminar la relación que estaban teniendo y no regresar nunca más a Francia, porque si seguía viéndola no sería capaz de regresar a Turquía.
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Al día siguiente.
Charlotte despertó, le dolía el cuerpo. Emir había estado muy apasionado la noche anterior y no la dejó dormir de tantas veces que tuvieron sexo.
—Emir —logró decir, tocando la cama—. No está —incorporándose un poco y asombrada de que se había ido—. Ese idiota —soltó con cierto asombro —se acomodó bien en la cama y giró. Veía una hoja blanca que sobresalía de la mesa de noche. Se levantó de la cama y fue hasta ella. Procedió a leerla.
“Querida Charlotte, sé que no es la forma adecuada de despedirnos, pero no tenía el valor de verte a la cara.” Hemos pasado por momentos inolvidables y eres una mujer tan preciosa que se me estaba haciendo difícil dejar de verte.
Pero, tome el coraje para hacerlo. Sé que no era lo correcto. Es mejor terminar con esta locura. Tú perteneces a Francia y yo a Turquía.
Hubiera sido un desastre. Una relación seria entre nosotros, con tu carácter y mi familia que no acepta a ninguna una extranjera, no hubiéramos sido felices. Por favor, no me busques, cuál sea el motivo, no lo hagas porque no pienso regresar a Francia y tampoco quiero que viajes a Turquía.
Te deseo la mayor de la felicidad, Charlotte Morin.
Ella miró la hoja y la apretó en su pecho. Se había ilusionado como una tonta con Emir, aunque no quería aceptarlo, nunca se había sentido tan bien con un hombre que no hubiera sido Alain.
—Seré fuerte y continuaré —se aseguró con una pequeña sonrisa en sus labios.
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En la mansión Morin.
Charlotte se había dado un baño y se colocó un pijama. Necesitaba dormir y olvidarse de la carta de Emir, como ese cobarde se fue sin despedirse de ella… Le dolía tanto el corazón, se sentía tan vacía y molesta consigo misma por creer que podría ser feliz con otro hombre… Pero, ese error lo había aprendido muy caro y volvería a sus andanzas para seguir disfrutando del buen sexo sin mezclar sus sentimientos con nadie más. No podía negar que le había regalado las semanas más maravillosas del mundo, aunque se sintiera vacía, debía de continuar.
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Tiempo después.
En la empresa Dupuis.
En la oficina de Charlotte.
Anastasia estaba platicando con Charlotte sobre su boda, la rubia había dado algunos consejos sobre las decoraciones y estaban riéndose.
—Hay, no —dijo Charlotte, levantándose de la silla y fue corriendo al baño.
Tasia estaba extrañada por la actitud de Charlotte.
A los pocos minutos salió.
—Otra vez, este deseo de vomitar y no vomito —comentó con cierta molestia—. Tengo días con náuseas y mareos extraños.
La morena extrañada.
—¿Será que tienes anemia?
—Puede ser, aunque últimamente me la he pasado comiendo y se me dan unos antojos horribles.
—Espera un momento. ¿Náuseas, antojos y mareos? —preguntó alarmándose.
—Sí, pero no sé si es porque me colocaron unas pastillas para controlar la ansiedad.
—No, ¡para el medicamento! —alarmada Anastasia.
La rubia la miró sin entender mucho.
—Pero, ¿qué te pasa?
—Creo, que estás embarazada, Charlotte.
Ella soltó una carcajada llamativa.
—No, cómo crees si hace poco me bajo —aclaró mirándola.
—¿Y fue abundante o escasa?
—La verdad, fue muy extraño, me duró como dos días y fue raro.
La morena llevando las manos a la boca.
—Creo que es un bebé.
—Me niego —soltó la rubia que estuviera embarazada de ese maldito turco que la utilizó—. No quiero un hijo.
—Déjame buscar mi bolso. La otra vez compré una prueba de embarazo porque me sentía extraña y quería descartar un embarazo.
—Bien, ve —dijo, comenzando a temblar porque le aterraba la idea de ser madre soltera y lo peor, era que nunca le diría nada a Emir porque tenía prohibido buscarlo.
Anastasia fue a su oficina con calma. Si su esposo la veía en un movimiento extraño, se le pegaría atrás y no quería que Charlotte se supiera más ansiosa de lo que estaba. Cuando encontró su bolso, salió con disimulo y volvió a la oficina de la rubia.
—Aquí está —dijo, sacando del bolso la prueba de embarazo—. Solo tienes que leer las instrucciones y hacerlo.
La rubia la miró con terror y decidió irse a hacer la prueba de embarazo. Para su mayor sorpresa era fácil de hacérsela y salió del baño sin la prueba.
—Tenemos que esperar —logró decir con terror en su tono de voz—. No quiero un bebé, no estoy preparada para ser madre.
—Te juro, Charlotte, si es un bebé, tendrás todo mi apoyo. No pienso dejarte sola en esto —acercándose a ella y abrazándola para que sintiera que no estaba sola y que contaba con ella.
—Gracias —dijo, al sentirse un poco aliviada—. Pero, ¿crees que sea un bebé?
—Ya veremos —ayudándola a sentarse e ir por la prueba de embarazo—. Espérame aquí.
La rubia miraba la oficina con un terror. De verdad no quería estar embarazada y mucho menos tener un bebé de Emir, pero, ¿por qué? Se engañaba si en cierto modo quería algo de él y un hijo sería algo muy bonito.