Capítulo # 8
Actualidad.
En la mansión Dupuis Palmer.
En la sala.
Charlotte estaba esperándola.
—Emiliano —habló a su hijo de cinco años. Era un rubio precioso, se parecía mucho a ella cuando era una niña y adoraba lo buen niño que era y como era el mejor amigo de su ahijada, Alaia. De esa pelirroja que se enamoró al momento en que nació.
—Llegaron —dijo Tasia. Bajando las escaleras en compañía de su hija, que tenía un vestido de color morado—. Pensé que llegarían tarde.
—No, claro que no. Quiero dejarlos en el restaurante e irme a una reunión —aclaró ella mirándolos.
—Vamos a hacer algo, puedes dejarme a Emiliano conmigo y después vas al restaurante.
—Eso haremos, nos veremos en una hora —dijo, antes de darle un beso en la mejilla a su hijo y salió de la mansión de sus amigos.
Emiliano miró a Anastasia.
—Tía, tengo hambre.
—Tenemos que esperar un poco al tío Alain —aclaró antes de que los niños comenzaran a portarse mal.
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En otro lugar.
Emir estaba admirando la ciudad. Tenía seis años que no pisaba Francia, desde que había recuperado lo que Joseph le tenía y ver por última vez a Charlotte. Logro establecerse y seguir resguardando su identidad como el faraón para que nadie supiera que era él y su mano derecha apoyándolo en todo momento, no confiaba en nadie.
—Es hermoso el lugar —dijo su hermana con una sonrisa.
—Iremos a un restaurante que cocinan delicioso —dijo, ayudando a su madre a caminar y sonriéndole.
—Espero que la comida sea buena —dijo su padre risueño.
—Ya lo verán.
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Un tiempo después.
En el restaurante.
Alain había llegado con su mujer y con los niños al restaurante, pidieron la comida y esperarían que llegara Charlotte de su reunión.
—Papi —dijo Alaia—. ¿Se tardará mucho, madrina?
—Un poco —respondió él dándole un beso en la mejilla.
Anastasia notó que Emiliano estaba callado.
—¿Pasa algo?
El niño negó con la cabeza.
Ella aprovechó que su esposo estaba cuidando a los niños y fue al baño de damas.
Emir entró al restaurante y se quedó sorprendido, cuando miró a Alain con unos niños.
—¿Alain Dupuis? —preguntó sorprendido.
—¿Emir Yilmaz? —soltó sorprendido, tenía años que no lo veía—. ¡Y ese milagro!
—Vengo por negocios y mírate. Ahora eres un niñero —dijo con cierta burla. Esos pequeños no podían ser de él. De seguro eran los sobrinos de Anastasia Dupuis.
Anastasia había regresado del baño.
—¿Qué pasa?
—Mira a quién tenemos aquí —dijo Alain, al señalar a Emir.
Ella se sorprendió muchísimo, él se había despedido de ella, haciéndole jurar que no le dijera a nadie que era el “Faraón”
—Es un gusto verlo, señor Emir Yilmaz —dijo ella sonriendo.
—Papi —soltó Alaia con hambre—. Corta mi carne, quiero comer.
—Ya voy —dijo Alain. Olvidándose de lo demás y dedicándose a ella.
Emir miró a la pequeña pelirroja.
—¿En serio qué es de ustedes? —preguntó incrédulo.
—Sí, en mi familia siempre nace un pelirrojo y salió ella —explicó con suavidad—. Deberían sentarse, en este restaurante suelen agotarse rápido las mesas —confesó ella.
La madre de Emir estaba fascinada con el pequeño rubio.
—Hola, príncipe. ¿Cómo te llamas? —preguntó acercándose a él y sentándose en la silla que estaba al lado de la del pequeño—. Eres un niño muy hermoso, mira ese cabello rubio.
—Es que me parezco mucho a mi mami —respondió Emiliano risueño.
Emir estaba sorprendido con la actitud de su madre. Muy poco sentía empatía por los niños y estaba fascinada con un desconocido.
—Eres tan dulce —acariciando su cabello que le caían rizos, era demasiado adorable—. Tu mami debe de amarte muchísimo.
—Sí, es muy consentidora —respondió. Mordiendo un poco de su panqueque—. Tía Tasia, ¿me puedes dar un poco de jugo?
Anastasia le sirvió un poco de jugo de naranja.
—Toma, mi amor.
Emir no dejaba de mirar al niño, algo en él se le hacía muy familiar.
—¿Y quién es la madre del pequeño? —preguntó con curiosidad.
Antes de responder, Alain. Llegó el mesero y comenzó a preguntarles para traerles las órdenes a la familia Yilmaz.
Todos comenzaron a comer tranquilamente, se quedaron sorprendidos de que los pequeños eran de buen comer y que estaban disfrutando de su desayuno.
Charlotte había llegado al restaurante, se le había hecho tarde y no pudo desayunar en familia.
Emiliano estaba pendiente de la puerta principal para esperar a su mamá, cuando la había visto entrar. Se levantó y salió corriendo hacia ella.
Ella, sin dudarlo, lo tomó entre sus brazos y lo llenó de besos.
—Perdón, por llegar tarde.
Emir no daba crédito a lo que estaba presenciando, el pequeño era idéntico a Charlotte y era su hijo. Entonces se había casado y tenía una familia. Mientras que él no tenía nada, porque su mujer e hijo murieron en un terrible accidente.
—Su hijo es adorable —habló la madre de Emir. Fascinada con ellos dos—. El pequeño tenía razón; son idénticos.
—Sí —afirmó ella. Su corazón latía fuertemente, que hacía Emir en Francia—. Es un placer verlo, señor Yilmaz.
—Igualmente.
—¿Y por qué llegaste tarde? —preguntó Tasia.
—Todo se complicó, pero lo importante que me llevaré a los niños a dar un paseo —dijo, al mirar la sonrisa de la pequeña—. Vamos, Alaia.
Alaia se levantó de la silla y fue hasta su tía.
—Mami, voy al baño —anunció Emiliano con una sonrisa.
—Ve con cuidado —le pidió ella.
—Voy con él —se ofreció Alain.
—Mami —dijo Alaia mirando a Tasia—. Yo también quiero.
—Está bien —aseguró ella.
Anastasia se alejó con su hija.
Charlotte estaba sintiéndose incómoda.
—Su hijo es precioso, debería sentirse orgullosa —habló la hermana de Emir.
—Sí, desde que nació fue un bebé hermosísimo y llamativo —aclaró orgullosa—. Es mi mundo.