PABLO
Una noche de películas y un amor a primera vista
No puedo creer que sea ella, la chica que no paro de ver por alguna extraña razón en mis sueños, la chica de pelo negro que me hipnotizó desde el minuto cero.
Tenía que calmar mis pensamientos, me estaba confundiendo y la verdad es que no quería eso.
—Así que te enamoraste de mi prima. —dice mi amigo de manera burlona. Le pego en el hombro.
Estábamos en el cuarto, tenía la espalda apoyada en la pared y en mis piernas estaba mi guitarra—. No digas estupideces. «Enamorado» es una palabra demasiado fuerte para haberla conocido hace dos minutos. Sí... Me gusta, y no te voy a mentir porque te lo dije antes de saber que era tu prima.
—Sí que es chiquito el mundo. —dice todavía sorprendido por lo que pasó hoy al mediodía—. Che, gordo, ¿hacemos algo a la noche?
Giré mi cabeza hacía él —. ¿Querés que tengamos una cita?—dije gracioso y él me pega con la misma diversión—. Está bien que no sos de mi tipo pero podemos hacer una excepción. —seguí.
—Callate. —dijo con advertencia pero con esa pizca de diversión.
Hace mucho que no hablábamos de ese tema, y a él no le molesta que lo hablemos, o que haga chistes, al menos eso es lo que me dice.
—Nadie lo sabe ¿no?—niega resignado y con un suspiro, pero en ese momento había abandonado el contacto visual.
—Extrañaba hablar con vos, sos el único que lo sabe, además de Pedro, pero... Bueno, no nos vemos hace mucho tiempo, además vos sos más comprensivo y das mejores consejos que él. —me confía con la voz apagada—. No se lo digas, se pone celoso sino. —una pizca muy diminuta de diversión había aparecido en sus ojos, pero fue tan diminuta que pude haberlo imaginado.
—¿Ni siquiera Vick lo sabe?— niega. Me sorprendió ya que ellos compartían todo, o casi todo.
Tiene veintitrés años y tiene que esconderse por el miedo al qué dirán, y me parecía demasiado injusto, porque él no le hacía mal a nadie.
—Vos y Pedro son los únicos dos seres de este mundo que lo saben. —sonreí y asentí.
—Y va a seguir así hasta que vos lo quieras compartir con alguien más.
—Y... ¿Con qué planes nos quedamos para hoy?—pregunta cambiando radicalmente de tema.
—¿Pelis? Invitamos a las chicas y compramos helado.
Asiente y aprieto su hombro en señal de apoyo para después levantarme de la cama.
Salimos del cuarto y bajamos al comedor para avisar que íbamos a ir a ver películas al Playroom, yo fui a dicho lugar para buscar en Netflix mientras Tadeo iba a preguntarle a las chicas si se querían sumar.
Cuando todos aparecieron nos decidimos por una serie después de todo, «La casa de papel» fue la serie ganadora para esa noche, aunque claro estaba que no íbamos a terminarnos todas las temporadas esa noche.
Isa y yo nos sentamos en el sillón y los chicos en el suelo. Habían dos potes de helado, uno lo teníamos la pelinegra y yo, y otro los hermanos.
El primer capítulo empezó a reproducirse e hicimos silencio, de vez en cuando miraba de reojo a la chica que tenía sentada al lado, y una pregunta se hizo en mi cabeza: ¿De verdad fue amor a primera vista?
Nunca sentí algo parecido al amor a primera vista, ni siquiera sabía que podía existir, digo, uno no puede enamorarse a primera vista de una persona. No la conoce, y yo ni su nombre sabía.
Ya íbamos por el cuarto capítulo de esa noche.
—¿Te aburre?—me pregunta Isa en un susurro. Me acerqué un poco más a ella sin despegar mis ojos de la tele.
—No, está entretenido, tanto que me estoy durmiendo.
Ríe de manera susurrante, y yo me uno—. Al menos el helado está rico. —comenta comiendo un bocado de menta granizada.
—Te apoyo en eso.
Ambos miramos a los dos individuos que estaban frente a nosotros en el suelo y estaban dormidos.
—¿Querés ir a tomar una copa de algo?—pregunta con el mismo tono de voz.
Asentí y puse en pausa la serie ya que nadie iba a seguir mirando. Nos escabullimos para que ellos no se despierten y subimos hasta llegar al living, entramos en la cocina y vimos el estante donde estaban todas las bebidas alcohólicas. Habían tres millones, mientras ella agarraba dos copas, yo estaba viendo qué podíamos tomar.
—¿Querés licor?—pregunté dándome la vuelta para verla, ella sonríe y guarda esas copas para agarrar los vasos que son especialmente para esa bebida—. ¿De qué preferís? Hay de... Chocolate, dulce de leche, café... ¿Naranja?—esa última sonó más a pregunta que afirmación ya que nunca había escuchado que existía el licor de naranja.
—Café. —la escucho decir.
—Sus deseos son ordenes. —dije agarrando la botella, la sentí reír.
Destapé el licor y serví en los dos vasos que había entre medio de nosotros, yo restaba frente a ella en la mesada.
—¿Cuántos años tenés?—pregunté para después tomar un trago de la bebida que tenía en mis manos.
—Soy mayor de edad, no te preocupes. —dice con una sonrisa de suficiencia. Asentí con una sonrisa —. Tengo veinte, ¿y vos?—agrega.
—Veintidós. —respondí dejando el vaso en la mesada y relamí mis labios.
—Tocás muy bien, por cierto. —dice después de unos segundos en que dejamos de hablar para vernos a los ojos.
Le sonreí en respuesta—. ¿Y vos qué estudiás?—toma un poco y relame sus labios, sin poder evitarlo me quede viendo esa acción.
—No estudio, quiero ser escritora. —su respuesta me sorprendió. Abrí los ojos pero los normalicé enseguida—. Es mi sueño desde muy chica.
—Y no tengo dudas de que lo vas a cumplir. —me salió decirle eso sin conocerla, pero podía ver el talento que tenía, no era necesario ver una de sus obras, si es que tenía, simplemente la veía a los ojos y podía ver muchas cosas en ellos—. Contame más. —dije atento.