BELLA
Lo que sea por ver esa sonrisa
Salí del Playroom porque las ganas de comer algo me invadieron. Eran las once de la noche y la casa estaba desolada, Vicky estaba durmiendo y los chicos supongo que también, así que fui a la cocina. Revisé la heladera y ¡Bingo! Habían unos sándwich de pan lactal que siempre prepara mi abuela y deja hecho. Dejé el plato en la mesada y decidí tomar una copita de vino blanco, no le hacía mal a nadie. Me serví en una copa y me senté en la banqueta.
—¿Estoy invitado a la cena que te hiciste para vos sola?—le hice un ademán con la mano para que se sirva mientras que estaba masticando.
—¿Y tu novia?—pregunté con el sándwich en la mano.
—Terminamos nuestra relación hace un tiempo, ella me fue infiel, y ahora me persigue. Bah, hace mucho no la veía, pero no, no es más mi novia.—me comenta, dentro mío había algo que me hacía ponerme un poco contenta por sus palabras—. Hoy se queda a pasar la noche pero mañana se va.
Tomé un sorbo de vino—. Tadeo me contó. —dije cambiando de tema y extendiéndole la copa para que tome un poco. Él se quedó con su mano tocando la mía mientras que estaba por agarrar la copa, cuando reacciona, toma un poco del líquido y lo deja frente a mí.
Carraspea su garganta—¿Qué cosa te dijo?—parecía nervioso.
Me acerco un poco más a él para que nadie nos escuche—. Su secreto. —le susurro. Él suspira aliviado, no sé bien por qué, y asiente.
—Para él no es fácil.
Asentí—. No, cuando se trata de los sentimientos de una persona, nada es fácil.
Ahora era él quien asentía, nuestros ojos se habían encontrado de nuevo.
—Cuando se trata del amor nada es fácil. —me corrige.
Asentí y volví a perderme en sus ojos—. Tenés unos ojos muy lindo.
Le dije sin siquiera pensar mis palabras, salieron sin mí permiso. Cuando quise retractarme, no podía porque él ya me había escuchado.
—¿Sabés qué es lo especial en tu mirada?—negué a su pregunta—. El brillo que poseen. La belleza, la pasión y las ganas de vivir la vida, de cumplir tus sueños. Eso es lo especial en tu mirada.
Me quedé sin palabras, viendo sus ojos, ellos brillaban de una manera que no pude descifrar. Reconozco que siempre que caí ante su mirada, era imposible de apartar mis ojos de los suyos, esos ojos que te incitan a un montón de cosas.
Sus ojos son especiales, pero no por el color que tienen, sino por su forma de mirar. Parece que quisieran decirme mil cosas, pero se las guarda porque no las quiere dejar ir. Algo que pareciese que lleva guardado hace tiempo. No estaba segura de muchas cosas, pero sí estaba segura de algo: y es que me volví adicta a esos ojos. A los que estaban viéndome justo ahora, adicta a su forma de mirar, estaba perdida.
—¿Querés que hagamos algo?—pregunta haciendo que vuelva al planeta tierra. Sonreí.
—¿”Algo” cómo qué?
—Algo, vos y yo, improvisemos. —me estira la mano para que la agarre y sin dudarlo, o quizás un poquito, la agarré.
Da la vuelta a la mesada para quedar frente a mí, me sonríe todavía con mi mano en la suya y sale corriendo de la cocina conmigo atrás suyo, llegamos al living, esquiva los sillones, solo Dios sabe cómo no se chocó con ninguno y salimos de la casa. Yo reía. Abre el garaje y saca una moto, levanté las cejas con incredulidad y sorpresa y agarra las llaves.
—¿Subís?— pregunta extendiéndome el casco. Una sonrisa todavía más grande se dibujó en mis labios y me puse el casco para después subirme y agarrarme de su abdomen.
—¿A dónde vamos?
—Improvisemos.—vuelve a repetir y arranca la moto para salir de la casa.
La noche estaba estrellada y con un viento increíble. Era de esas típicas noches de verano. y parecía la típica película: noche perfecta, chico perfecto, en moto. Todo era perfecto.
No había nada más perfecto que eso. Sentir el viento en mi cara y mi pelo, el aire que rebote en mis piernas desnudas, gracias al cielo que no estaba tan mal vestida para una salida improvisada.
Traía un short de jean clarito, una pupera negra y unas zapatillas rosadas con la plataforma blanca.
No sé cuánto tiempo estuvimos andando por las calles, pero nos detuvimos en una heladería, entramos a hacer nuestro pedido y una vez nos lo dieron fuimos a sentarnos en una mesa fuera del local. Pablo no me dejó pagar ni siquiera mi helado, él quiso invitarme.
Lo convencí de sacarnos una foto para tener de recuerdo y él accedió. Estábamos uno en frente del otro, donde no podíamos escapar de nuestras miradas, y eso me gustaba, cada vez que l0 veía tenía ganas de sonreír.
Hablamos de muchas cosas: nuestros gustos de helado favorito, película que no nos cansaríamos de ver, al igual que las series.
La noche se detuvo en el momento maravilloso que estábamos pasando, reímos, de vez en cuando me decía cosas lindas, y me gustaba.
«No me canso nunca de ver esos ojos preciosos»
«Tu sonrisa me mueve la estantería completa»
Eran unas de las tantas cosas que me decía, y agradecía que estuviéramos de noche, para que no pudiera ver lo sonrojada que me ponía.
Me había dado cuenta de que la hora pasó cuando vi el reloj de mi teléfono en donde marcaba las doce y media de la noche. Ahí decidimos volver.
Habíamos dejado la moto en un estacionamiento para poder caminar un poco y disfrutar de la noche.
—¿Hacemos el ring raje? —pregunta parado frente a una casa.
—Pablo, no. —dije en tono de advertencia.
Pero ya era tarde porque el timbre de la casa sonó, Pablo me agarró la mano y empezó a correr conmigo.
—¡Te voy a matar! —le grite mientras él seguía corriendo, y lo que me encabronaba más: no paraba de reír, mientras a mí se me salía el corazón, él no paraba de reír.
—¡No voy a ir presa por tu culpa, tarado!—le grité y eso solamente aumentó su risa, llegamos a la puerta del estacionamiento y se detuvo, pero mi mano seguía en la suya.