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BELLA

 

Último acto de amor

 

15 de abril 2025

«El dolor te lo estás buscando sola, querida»

Quizás mi subconsciente tenía razón, justo en ese momento estaba viendo una foto suya, había cambiado la de perfil y ahora tenía una en la que sí miraba a la cámara, estaba sin remera, y sonreía.

Estaba sentada en el sillón del hotel con uno de los codos apoyados en el brazo de este y mi cabeza reposaba en mi mano, en la otra tenía el celular, mientras que ponía mi boca de lado, mordiéndome el interior, pensativa.

Era mediodía y todavía no había almorzado, de hecho, no me había movido de ahí desde que llegué de correr a las ocho de la mañana, sí, ahora también corro, necesito no pensar, concentrarme en otra cosa que no sea él, por eso intento correr hasta que me duelan los músculos, de esa forma, me concentro en el dolor de ellos, y no en el dolor que me genera esto. Aunque mucho no me funciona, me hace bien correr, aparte me mantiene en forma.

Pasé casi todo el día así, sentada, acostada, pero sin salirme del sillón.

En la editorial me estaba yendo bien, mi libro publicado en físico fue un éxito, y ya había terminado de hacer la secuela, estaban trabajando en ella, mientras que yo ahora me estaba concentrando en hacer mi libro personal.

Me había mantenido en contacto con mis padres y Vicky, supe que ellos se habían ido a vivir a La Costa, se fueron en noviembre, supieron que yo iba a trabajar más tiempo con Manuel y su equipo y además de alegrarse por mí, tomaron esa decisión.

Llegó la noche y como no había comido nada en todo el día, decidí prepararme unas papas fritas y comer eso, mientras estaba terminando de hacerlas, me suena el teléfono marcando el nombre de mi prima en la pantalla.

—Hola desaparecida. —saluda apenas acepto la llamada.

—Hola, tanto tiempo, prima.—respondí pero en un tono menos alegre que el de ella.

Hemos hablado por llamada una que otra vez, y también por videollamada.

—Esperá.—dice y veo que estaba cambiando de llamada a videollamada, una sonrisa aparece en su cara, apagué la cocina y me senté en la barra con mi papas.

—Ahí está. —dice con una sonrisa—. ¿Ya sabés cuándo volvés?— pregunta después, poniendo toda su atención en mí.

Negué con los labios apretados—. Quizás me quede un año más, o un par de meses, no sé.

Seguimos hablando un rato, estuvimos como media hora, y no lo decía yo, sino los minutos que marcaban en la llamada. Le conté cosas de acá y ella de allá, siempre, claro está, evitándome el tema de Pablo, no dijo nada, y lo más irónico y que además me molestaba, era que cuando tenía que quedarse callada, no lo hacía, y cuando tenía que hablar, se quedaba callada.

En todo el tiempo que estuvimos hablando tuve ganas de preguntarle por él, mordí mi labio inferior, y solté lo que tenía atragantado.

—¿Y Pablo?—se quedó unos segundos callada.

—No, señora—dijo negando—, no voy a abrir mi boca. ¿Te enteraste que estoy viviendo en San Isidro?— negué a su cambio de tema tan abrupto, pero la dejé que siga, sé cómo hacer que me diga algo—, sí, en tu casa, pero ahora estoy por irme a la casa de Pedro a despedir a Pablo ya que mañana a la mañana se va a Boston...

—¿Qué?— le interrumpí. Bueno, sacarle información fue más fácil de lo que pensé, ni me tuve que esforzar.

—¿Qué de qué?— responde de inmediato haciéndose la distraída.

—¿A dónde se va?

—A ningún lado.

—¿Está en San Isidro?—eso tampoco lo sabía—. ¿Y ahora se va a Boston?

Suspira—. Bella, ya está, vos estás allá y él acá, decidió irse porque le seguís doliendo, y si vos querés dejar de sufrir, te recomiendo que se dejen, soltalo, así como él te tiene que soltar. —mis ojos estaban cristalinos.

—¿Cuándo se va?— ella se quedó en silencio, viéndome del otro lado de la pantalla—. Por favor. —le supliqué.

Vuelve a suspirar—. Mañana, sale su vuelo a la mañana.

Agarré el teléfono y me dirigí al cuarto, en mi valija empecé a guardar cosas.

—¿Qué hacés?—pregunta confundida al verme que me movía para todos lados mientras a ella la dejaba viendo el techo.

—Hacer lo que debí de hacer hace mucho tiempo.

—¿Qué cosa?

—Volver.

La veo abrir los ojos sorprendida. La saludé para cortar la llamada y terminé de acomodar las cosas.

Quería volver, tenía que hacerlo, y hacer mi último acto de amor, si funciona y él se queda, habría valido la pena tomar esa decisión demasiado improvisada, terminé de acomodar un par de cosas y lo llamé a Manuel para que me consiga un vuelo improvisado, que era urgente, y por suerte, lo entendió. Esperaba estar allá mañana a la mañana, y si lograba alcanzarlo, sería una bendición, y eso significaría que de verdad tenemos que estar juntos. Nunca creí demasiado en el destino, pero por única vez decidí dejar que me sorprenda.




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