Bella
Él era mi nuevo sueño
23 de septiembre 2028
Apenas subimos al micro, tuve un Dejá Vu. No iba sola, Vicky me acompañaba, decidió venir conmigo ya que en el auto de Pedro iban su hermano, el dueño del carro y la pareja comprometida. Okey, admito que en mi cabeza sonó con más bronca de la que me gustaría.
Cuando llegamos a la casa de La Costa, la alegría y nostalgia llenaron todo mi ser. Otro Dejá Vu me apareció en la cabeza cuando crucé el umbral de la puerta. Dejé el bolso en el suelo y fui a abrazar a mis padres, los abracé con fuerza, los extrañé muchísimo.
—Mi bebé, hermosa.—dice mi mamá llorando.
—Hija, te extrañamos, muchísimo.—mi papá besa mi sien y se separan de mí.
Ambos me miran y mi mamá tenía sus manos en mi cara, yo también estaba llorando.
—Yo también los extrañé.—les confesé.
—Tardaron mil horas en llegar.—se queja mi primo, miré para mi costado y lo veo a él, y a los demás chicos sentados en el sillón. Tragué hondo.
No tenía que preocuparme, yo vine a pasar un fin de semana con mis padres, no a preocuparme ni a estar pendiente de alguien más. Por más egoísta que suene.
—Ustedes salieron antes.—le reprocha mi prima.
—¿Y los tíos?—pregunté viendo de nuevo a mis padres.
—Están afuera con los abuelos. Fermín estaba haciendo un asado para darle la bienvenida a todos ustedes, para festejar sus logros, y lo que está por venir.—dice mi mamá con una sonrisa.
Tadeo y sus amigos aplauden y festejan. Con las chicas no pudimos evitar sonreír.
Con Vicky fuimos a nuestro antiguo cuarto, esta vez dejamos las cosas en las valijas porque solamente serían dos días, y tampoco era mucha ropa. Una vez terminamos de dejar las cosas, bajamos las escaleras y salimos al patio para saludar a los demás. Mi prima enseguida fue corriendo a abrazar a sus padres y yo a mis abuelos.
Los había extrañado a todos, muchísimo. Tenía muchas ganas de llorar.
—Siento lo mismo que vos al estar acá.—dice Pablo sentándose a mi lado.
Ya habíamos saludado a todos y ahora estaban como lo recordaba, los adultos de un lado, hablando mientras mi tío y mi papá hacían la comida, y los chicos del otro. Pablo y yo éramos los únicos apartados. Los únicos hasta que la tóxica de su novia se dé cuenta y venga hacia nosotros.
Fruncí los labios dándole a entender que no estaba de acuerdo con lo que dijo.
—No sabés qué es lo que sentí al llegar.—ninguno miraba al otro, ambos teníamos nuestra mirada en nuestros amigos.
—Sentiste una especie de Dejá Vu, un poco de vacío, de recuerdo.—me mira—. ¿Algo más que hayas sentido?
Bueno, puede ser que no esté tan errado en sus palabras... Okey, no está para nada errado, porque es justo lo que sentí.
—Lo único que sentí es un Dejá Vu, no te lo voy a negar, porque aunque haya sido solo un mes, pasaron muchas cosas, y un poco de recuerdo también, ya que en esta casa pasaron más cosas de las que me acordaba.—y vacío también sentí. Pero claro que no se lo hice saber.
Vacío porque hace cuatro años vine a esta casa con más alegría, vine buscando algo, inspiración. Y ahora volvía, con la sensación de haber perdido algo, y no estaba para nada segura de poder encontrar lo que perdí.
Porque lo perdí a él. Perdí esas tardes en el Playroom, riendo y escuchándolo cantar o tocar algún instrumento. Perdí esa navidad donde nos dimos nuestro primer beso, esos atardeceres en la playa antes de año nuevo, donde ya éramos algo más que desconocidos que querían y ansiaban conocerse. Éramos... dos corazones que encontraron más que inspiración para un nuevo libro o una nueva canción. Encontraron amor. Amor del bueno. Ese que pasa una vez en la vida, que sucede tan de repente, donde comenzás a quererlo sin querer, pero sobre todo, encontraron aquel amor que por más único e irrepetible que sea, también es fugaz.
Lo veo sonreír sarcástico, y sé que no me creyó, ya que le di a entender que el vacío que él sintió, yo no lo sentí.
—Sé que sentiste lo mismo que yo, que aunque te duela, te hacés la fuerte porque sos orgullosa.
Abrí la boca indignada—. Yo no soy orgullosa. Y vos no estás en mi mente como para saber lo que pienso y lo que no. No sabés nada.—intenté levantarme pero me agarra de la mano obligándome a permanecer sentada.
—Tenés razón—susurra—; no estoy en tu mente ni en tu vida porque vos no querés.—mueve la cabeza dudando—, bueno, en tu mente sé que estoy, pero en tu vida no porque vos no lo quisiste, porque yo estaba dispuesto.—se acerca para que nadie escuche nuestra pequeña discusión.
—¿Querés decir que es mi culpa?—pregunté un poco más alto que él, pero todos estaban concentrados en su charla que nadie nos prestó atención a nosotros.
—No, solamente pido que no me mientas. Que por una puta vez desde que nos pasa esto, me seas honesta.
—Pablo, dejá de querer confundirme. Yo no vine acá por vos, vine por mis padres, es más, ni siquiera sabía que ibas a venir.—nos miramos a los ojos, y veo como los suyos se desvían a mis labios. ¿Por qué me hace esto?
—No puedo creer que me mirás y ya no te pasa nada.—confiesa perdiendo su vista en mis ojos, y de vez en cuando en mis labios.
—Claro que me pasa, Pablo, pero tenemos que olvidarnos, porque nos hacemos mal.—no quiero quebrarme ante él, así que me puse firme—. Así —nos señalé con la mirada—, el fin de semana se va a hacer eterno, así que, por lo que más quieras, tengamos la fiesta en paz. ¿Puede ser?—me levanté de mi lugar y recién ahí captamos la mirada de todos.
Fui a la mesa para servirme una copa de vino blanco y tomarla toda de un solo trago, aun así, no se alivió el nudo en mi garganta, es más, ni siquiera se aflojó, pero no tardó más de quince minutos en irse. Era hasta que cambiase de aire. Y eso pasó cuando mi mamá, la tía y mi abuela se acercaron para hablar y reír conmigo.