Mamá,
esto no es un reclamo…
es una despedida del silencio.
No sé cuántas veces
quise decirte que algo no estaba bien.
Que no me gustaban sus visitas,
sus miradas, sus juegos que no eran juegos.
Pero tú estabas ocupada,
o quizás, simplemente,
no sabías mirar.
Yo era pequeña,
y tú eras mi todo.
Te creía capaz de salvarme del mundo,
de los hombres que no sabían querer,
de los ruidos que se escondían
en las paredes de casa.
Una vez te lo dije,
¿recuerdas?
No con palabras claras,
porque no las tenía.
Solo te señalé algo raro,
esperando que me abrazaras,
que me creyeras,
que me protegieras como hacen las madres en los cuentos.
Pero tú solo me escondiste.
Me llevaste al cuarto más lejano,
cerraste la puerta
y me dijiste:
“no le digas a nadie”.
Mamá…
ese día no solo cerraste una puerta,
cerraste mi voz.
Cerraste mi confianza.
Y sin darte cuenta,
dejaste que aprendiera a sobrevivir
sin ti.
No te culpo.
Sé que tú también venías rota.
Sé que a veces el miedo a que todo se derrumbe
es más fuerte que el amor.
Y quizás tú hiciste lo único que supiste hacer.
Pero yo necesitaba más.
Necesitaba tus brazos,
tus palabras,
tu mirada firme diciendo:
“eso no estuvo bien y no te dejaré sola”.
Hoy, desde esta versión adulta de mí,
te miro con compasión,
pero también con distancia.
Porque para sanar,
tuve que convertirme en mi propia madre.
Tuve que abrazar a esa niña
que tú no supiste ver.
A veces aún me duele.
A veces me encuentro en el espejo
y me pregunto por qué no basté
para que me defendieras.
Pero luego respiro,
y me recuerdo
que basto.
Que basté.
Que bastaré siempre.
Te perdono, mamá…
pero no olvido.
Con amor,
la hija que aprendió a sostenerse sola.
#2184 en Otros
#539 en Relatos cortos
#482 en Joven Adulto
libertad, amor dolor amor propio superacin, sanación interior
Editado: 17.07.2025