Volver a mí

Carta 5

Te vi por primera vez
como un papel brillante en sus manos.
Pequeño, sucio, doblado.
Y no entendía por qué lo ofrecía
con esa sonrisa
que no sabía a bondad.

Pensé que era un premio.
Un regalo.
Un “ten, para ti”,
como cuando sacaba buenas notas
o recogía la mesa sin que nadie lo pidiera.

Pero había algo distinto esta vez.
Algo que dolía,
aunque no sabía ponerle nombre.

Me ofrecía monedas
como quien ofrece silencio,
como quien compra el miedo
y lo guarda en un bolsillo.

Y tú, dinero,
te volviste un enemigo invisible.
Una amenaza disfrazada de premio.

Por años creí que mi valor
cabía en tu tamaño.
Que si alguien daba algo a cambio,
yo tenía que aceptar.
Porque así aprendí:
a cambiarme por migajas,
por billetes sucios,
por palabras torcidas.

Y crecí con esa herida,
pensando que recibir algo
era sinónimo de ceder.

Tu forma de entrar en mi vida
me enseñó a desconfiar
de cualquier regalo,
de cualquier gesto amable,
de todo lo que se da “sin esperar nada”.

Pero no fue tu culpa,
papel o metal.
No eras tú el que hería,
sino las manos que te usaban
para justificar lo injustificable.

Hoy, te miro sin rabia.
Eres lo que eres.
Un medio, no un motivo.
No cargas pecado alguno,
aunque te hayan convertido
en la excusa más cobarde del mundo.

Mi inocencia no estaba en venta.
Nunca lo estuvo.
Y aunque me hicieron creer lo contrario,
hoy lo escribo con fuerza:
Nadie puede comprar lo que soy.

Yo valgo sin precio,
sin condiciones,
sin contratos silenciosos.

Y tú, dinero,
ya no decides quién soy.

Con amor,
la niña que aprendió a decir no,
aunque tardara años en hacerlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.