Volver a mí

Carta 7

Ya no era una niña del todo,
pero aún no sabía cómo defenderme.
Tenía doce años
y seguía creyendo que el peligro
solo venía de afuera,
no de alguien que compartía mi sangre.

Nunca pensé que la herida
volvería a abrirse
desde tan cerca.

Tu voz no era extraña.
Tus bromas eran familiares.
Y quizás por eso fue más difícil entender
que algo estaba mal.

No me empujaste.
No gritaste.
Solo cruzaste una línea
que yo no supe cómo nombrar.
Y otra vez,
me quedé quieta.

No dije nada.
Porque ya sabía que hablar
no garantizaba protección.
Porque en algún rincón de mi alma
empezaba a preguntarme
si el problema era yo.

Y cuando terminó,
me miré las manos,
como buscando pruebas
de lo que no podía decir.
Y no había sangre,
pero había grietas.
Pequeñas, silenciosas, profundas.

Fuiste el eco de un daño antiguo.
La repetición de algo
que yo pensaba ya había pasado.

Después de ti,
me encerré más.
Hablaba menos.
Confiaba menos.
Sonreía solo por fuera.

Pero aprendí a escribir.
A sacar con palabras lo que no podía gritar.
A llorar entre letras
hasta que el pecho se vaciara un poco.

Hoy no te escribo por ti.
Te escribo por mí.
Para soltar esta piedra
que no quiero seguir cargando.

No busco justicia,
ni explicaciones.
Solo quiero dejar de llevarte conmigo
como un fantasma de esos días.

No me rompiste para siempre.
Quizás sí por un tiempo.
Pero encontré formas de volver
a juntar mis partes,
aunque no encajen del todo igual.

Y eso es lo que me hace fuerte.
No que sobreviví,
sino que sigo aquí,
escribiendo.

Con distancia…
pero con paz,
yo.
La que sigue recomponiéndose.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.