Dios,
¿me escuchaste cuando lloraba?
¿Estabas ahí
cuando mis manos pequeñas
temblaban y nadie preguntaba por qué?
Nunca supe si mirabas
o si te habías dormido esa noche.
Si tus ojos estaban cerrados
o si, simplemente,
no podías hacer nada.
Te hablé bajito muchas veces.
No como los demás lo hacían,
no en iglesias ni rezos aprendidos,
sino con el corazón roto
desde una cama que no era segura.
Solo decía:
“haz que pare”
y a veces también
“haz que alguien me vea”.
Y aunque el ruido seguía,
yo seguía hablándote.
Porque algo en mí,
muy adentro,
aún quería creer que existías.
No te culpo.
Sé que no eres el que daña.
Pero me costó mucho tiempo
volver a confiar en la palabra “protección”
si ni tú parecías haberme protegido.
Sin embargo…
algo dentro de mí nunca se apagó.
Quizás fuiste tú.
En mi imaginación,
en las historias que inventaba
para no quebrarme del todo.
Quizás fuiste ese impulso
que me dijo “escribe”,
“grita con palabras”,
“cúrate con música”.
No sé si eras tú,
pero me hizo bien pensarlo.
Hoy te escribo no con rabia,
ni siquiera con fe ciega,
sino con ese susurro que aún vive en mí:
el de una niña que no entendía nada,
pero seguía hablando contigo en la oscuridad.
No tengo certezas,
pero tengo una voz
que aún se atreve a creer
que nunca estuve sola del todo.
Gracias por quedarte en silencio conmigo.
Gracias, incluso, si fuiste solo un eco
de todo lo que me negaron.
Te sigo hablando,
aunque a veces no sepa por qué.
Con un susurro,
la que aún espera respuestas
y, aun así, sigue creyendo.
#1228 en Otros
#241 en Relatos cortos
#217 en Joven Adulto
libertad, amor dolor amor propio superacin, sanación interior
Editado: 17.07.2025