Queridos libros,
ustedes llegaron antes que la voz,
antes que el llanto tuviera nombre,
antes de que alguien dijera “te creo”.
Llegaron en silencio,
apilados en estantes olvidados,
en bibliotecas que olían a polvo y refugio,
y sin saberlo,
me abrieron la puerta
a lugares donde el dolor no era dueño de todo.
Ustedes no me conocían,
pero me hablaban.
Me decían que el mundo era más grande
que mi casa,
que mis heridas,
que los pasillos donde aprendí a callar.
Me enseñaron que las palabras
podían ser espada,
pero también abrigo.
Que una historia podía doler
y al mismo tiempo curar.
En sus páginas encontré niñas que también huían,
chicas que se escondían en su mente,
mujeres que sobrevivían con los ojos llenos de fuego.
Y me vi ahí,
aunque nadie me nombrara directamente.
Cada letra era un gesto.
Cada capítulo,
un “tú puedes”.
Leía por horas.
Leía para no sentir.
Leía para sentirlo todo
en otra piel que no fuera la mía.
Y funcionaba.
Porque ustedes nunca me tocaron sin permiso.
Nunca me juzgaron por estar rota.
Solo me ofrecieron un lugar
donde ser libre,
aunque fuera por un rato.
Hoy, los abrazo con los ojos.
Cada vez que abro un libro,
me vuelvo esa niña otra vez…
pero esta vez sin miedo.
Esta vez con amor.
Gracias por ser el lugar donde no tuve que explicar nada.
Por ser consuelo.
Por ser mi escape,
mi hogar,
mi esperanza.
Con devoción eterna,
yo.
La que se salvó leyendo.
#1761 en Otros
#400 en Relatos cortos
#347 en Joven Adulto
libertad, amor dolor amor propio superacin, sanación interior
Editado: 17.07.2025