Los descubrí sin buscar,
como si el universo supiera
que necesitaba algo que me hiciera volver a sentir.
Recuerdo la primera canción…
esa mezcla de melodía dulce
y letras que parecían escritas para mí.
Fue como si, de pronto,
alguien me hablara en un idioma
que no usaba palabras
pero lo decía todo.
One Direction.
Cinco voces,
cinco historias,
cinco luces en medio del túnel
que había aprendido a habitar.
No sabían quién era,
pero me daban algo
que el mundo real no lograba:
esperanza.
Con ustedes, canté.
Y no era una voz fuerte,
ni afinada,
pero era mía.
Y eso bastaba.
Cantaba bajito cuando lloraba.
Cantaba fuerte en mi cuarto cerrado.
Y por primera vez en mucho tiempo,
no me sentía sola.
Cada canción era un puente
entre el dolor y la vida.
Entre lo que fui,
y lo que tal vez podía ser.
Ustedes me recordaban
que estaba bien soñar,
reír,
imaginar historias de amor
que no dolieran.
Y por unos minutos…
yo también me enamoraba.
De lo que cantaban.
De lo que hacían sentir.
No sabían que estaban sanando a alguien
al otro lado del mundo.
No sabían que sus letras
eran curitas en la herida
de una niña que ya no sabía cómo seguir.
Pero lo hicieron.
Y por eso,
les estaré agradecida siempre.
Porque ustedes me hicieron cantar
cuando todo dentro de mí
quería guardar silencio para siempre.
Gracias por ser música,
pero también consuelo.
Por ser sonido,
pero también abrazo.
Con el corazón lleno,
yo.
La que sigue cantando.
#1795 en Otros
#379 en Relatos cortos
#363 en Joven Adulto
libertad, amor dolor amor propio superacin, sanación interior
Editado: 17.07.2025