Volver a mí

Carta 15

Pensé que eras refugio.
Que tus brazos eran fuego,
y no ceniza.

Durante un tiempo,
lo fuiste.
Te sentías como un hogar
al que una vuelve sin miedo,
sin necesidad de permiso,
con el alma descalza.

Pero un día empezó a hacer frío.
No afuera.
Adentro.
En los lugares donde antes me abrigabas.

Y al principio me culpé.
Pensé:
“Tal vez estoy pidiendo demasiado.
Tal vez este amor también necesita espacio.”

Pero el espacio se volvió distancia.
Y la distancia,
silencio.
Y el silencio…
invierno.

No fue de golpe.
Fueron pequeñas cosas.
Tus abrazos más cortos.
Tus ojos más lejos.
Tus palabras medidas,
como si cada una costara algo.

Y yo,
que alguna vez florecí entre tus manos,
empecé a marchitarme sin ruido.

No sé en qué momento dejé de ser tu lugar favorito.
Tal vez nunca lo fui.
Tal vez solo fui una estación pasajera
en medio de tu viaje.

Pero yo te amé con el alma entera.
Con todo lo que tenía,
y con lo que aún me dolía.

Y eso me duele.
Porque cuando volví a temblar,
esperé tus brazos.
Y no estaban.

Y entonces supe:
que el invierno había vuelto.
Y esta vez,
venía desde ti.

Hoy te escribo no para odiarte,
sino para soltar.
Para dejar de esperarte
en cada anochecer frío.

Porque aprendí que el calor
no debe mendigarse.
Y que el amor que hace temblar
no es abrigo,
es tormenta.

Con una mezcla de tristeza y paz,
yo.
La que aprendió a salir del invierno sola.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.