Hola, pequeña.
Te he estado buscando.
Durante años te llevé dentro
sin saber cómo hablarte
sin saber si querías escucharme
o si ya te habías ido del todo.
Te escribo desde el lugar al que tanto soñaste llegar.
Donde ya nadie te hace daño.
Donde tu voz ya no tiembla cuando habla.
Donde tu cuerpo es solo tuyo.
Y por fin, por fin,
alguien te mira con ternura: tú misma.
Recuerdo cómo solías dormir con miedo,
cómo te tapabas la cabeza
como si una sábana pudiera protegerte
del mundo.
Recuerdo tus ojos siempre atentos,
por si algo volvía a pasar.
Por si había que esconderse de nuevo.
No sabías por qué te pasaban tantas cosas.
Solo las aguantabas.
Las sobrevivías.
Las escondías debajo de la sonrisa rota
que aprendiste a poner en la cara
para que nadie sospechara.
Pero déjame decirte algo:
lo hiciste increíble.
No te rindas por haber sido tan silenciosa.
No te culpes por haber sido tan fuerte.
No debiste soportarlo todo sola,
pero lo hiciste.
Y por eso…
estoy aquí.
Gracias por no desaparecer.
Gracias por escribir historias en tu cabeza
cuando el mundo dolía demasiado.
Gracias por creer,
aunque fuera poquito.
Aunque fuera en algo invisible.
En la esperanza.
En Dios.
En ti.
Hoy vengo a darte lo que nadie te dio:
un abrazo sin condiciones.
Un “te creo” sin peros.
Una promesa real:
ya estás a salvo.
No todo está curado,
pero ya no estás sola.
Sigo caminando por ti.
Sigo escribiendo por ti.
Sigo soñando…
porque tú soñaste primero.
Con el corazón en la mano,
yo.
La mujer que creció
con tu fuerza.
#1754 en Otros
#363 en Relatos cortos
#345 en Joven Adulto
libertad, amor dolor amor propio superacin, sanación interior
Editado: 17.07.2025