Hay partes de mí que ya no están.
Y no porque hayan muerto de golpe,
sino porque se fueron apagando despacito
mientras yo aprendía a seguir viva.
Hubo una que solo sabía esconderse.
Que se hacía pequeña
cada vez que alguien levantaba la voz.
Que pensaba que callar
era la única manera de estar a salvo.
Otra que sonreía todo el tiempo
aunque por dentro se estuviera rompiendo.
Que decía “estoy bien”
porque decir lo contrario
nunca fue seguro.
Y aquella que entregaba todo el amor
esperando que alguien se quedara.
Que confundía cariño con aceptación,
y compañía con valor.
También hubo una que quiso rendirse.
Esa,
la más frágil,
la que se acostaba con la esperanza
de no despertar.
Y aunque ya no me habitan…
las recuerdo.
Y no con vergüenza.
Con ternura.
Porque todas ellas
hicieron lo mejor que pudieron
con lo poco que tenían.
Porque gracias a ellas
yo estoy aquí.
Distinta,
sí.
Pero aquí.
Así que esta carta
no es para enterrarlas.
Es para honrarlas.
Para abrazarlas,
aunque sea por última vez.
A las versiones de mí que no sobrevivieron:
gracias por resistir.
Gracias por protegerme
como supieron.
Gracias por dejarme continuar.
Yo seguiré el camino por ustedes.
Más firme.
Más libre.
Más mía.
Con respeto profundo,
yo.
La que sobrevivió por todas.
#1211 en Otros
#240 en Relatos cortos
#215 en Joven Adulto
libertad, amor dolor amor propio superacin, sanación interior
Editado: 17.07.2025