No sé si vendrán.
No sé si ya están en camino
o si solo existen en mi imaginación,
como un susurro,
como una esperanza dormida.
Pero los siento.
A veces en el pecho,
otras en la forma en que miro el mundo
y deseo que sea más amable.
A ustedes,
mis pequeños posibles,
les hablo desde este lugar
donde aún no hay cuna ni nombre,
pero sí amor.
Un amor que no depende de la sangre,
ni del tiempo,
ni de un calendario.
Solo sé que si un día llegan,
les prometo algo:
no tendrán una madre perfecta,
pero sí una madre consciente.
Una que aprendió a cuidarse
para poder cuidar.
Una que sanó lo que pudo,
para no entregarles lo que dolía.
He caminado por caminos oscuros
y he vuelto con la luz en las manos.
He caído tantas veces
que ya no le temo a los tropiezos.
Y he aprendido a amar
sin perderme.
Quiero contarles cuentos
con mi voz temblorosa.
Quiero enseñarles a llorar sin vergüenza
y a reír sin miedo.
Quiero verlos crecer sin apuros
y con raíces firmes.
Si llegan,
los esperaré con los brazos abiertos.
Y si no,
igual los amo.
Porque amar también es imaginar.
Y hay amor que no necesita presencia
para sentirse real.
Quizás ya existan
en otro plano,
en otro cuerpo,
en algún rincón del tiempo.
O quizás estén dentro de mí,
de otras formas.
Como las historias que escribo.
Como los abrazos que doy.
Como la niña que alguna vez fui
y que aún merece una madre amorosa.
Con ternura infinita,
yo.
La que ya los lleva en el alma.
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Editado: 17.07.2025