Isabelle:
El taxi se detuvo frente a un edificio en el corazón de la ciudad. Suspiré, pensando en los años que habían pasado. Nueve años lejos, una vida construida desde cero y, sin embargo, en cuanto puse un pie en esta tierra, todos los recuerdos volvieron a mí como si el tiempo no hubiera pasado.
Victoria Harper vivía en el mismo lugar de siempre. Sonreí recordando todas las noches en las que nos habíamos prometido que nuestros sueños no nos alejarían nunca, pero nuestras vidas cambiaron; ya no éramos aquellas crías.
Toqué el timbre de su casa.
—¡Dios mío, Isabelle! —gritó antes de abrazarme como una loca.
—Te extrañé, Vic. No has cambiado nada, amiga.
—¿Extrañarme? —Se separó para mirarme de arriba a abajo. ¡Desapareciste por nueve malditos años! ¿Se puede saber dónde estuviste, Isabelle? En este tiempo, no me llamaste ni una sola vez; le pregunté a tu madre y no me supo decir de ti, no sabía dónde estabas. ¿No te da vergüenza? Ahí te pasaste, amiga.
La miré sonriendo, pero yo sabía que tenía razón.
—Lo sé… Perdóname. Sé que lo hice muy mal... —Que no fue la forma adecuada, desaparecer sin más. —Que te tenía que haber contado todo, pero ya tendremos tiempo para hablar, ahora no es el momento —le contesté. No quería hablar delante de Ethan; mi hijo no sabía muchas cosas, era demasiado pequeño para explicarle.
Victoria me miró, intentando comprenderme. Y luego bajó su mirada.
—¿Y este pequeño, Isabelle? —No será tu yo, ¿no? —preguntó con una sonrisa.
Ethan se escondió tímidamente detrás de mí, agarrándose a mi abrigo.
—Es mi hijo, lo mejor que me ha pasado en la vida, tiene ocho años —se llama Ethan.
Victoria me miró sorprendida, llevándose una mano a la boca. Y sin decirle nada, lo entendió al instante. No me preguntó, no hizo ningún comentario innecesario. Simplemente se agachó para ponerse a la altura de mi hijo y darle un beso.
—Hola, Ethan. Soy una amiga de tu mamá, me llamo Victoria.
Mi pequeño me miró antes de darme la mano.
—Mucho gusto, señora.
Victoria soltó una carcajada.
—Nada de "señora", me hace sentir mayor. Puedes llamarme, Vic.
Entramos y pasamos las siguientes horas poniéndonos al día de todo.
—Voy a ir a casa de mis padres —le comenté.
Victoria dejó su copa en la mesa y me miró.
—Me alegro, Isabelle, se van a poner muy contentos. ¿Saben algo del Ethan? Te tendrás que enfrentar a muchas preguntas. ¿Estás lista para eso?
No, la verdad que no lo estaba; habían pasado demasiadas cosas en mi vida y recuerdos que quería olvidar.
—Sí, lo sé, pero no puedo posponerlo más. Ellos tienen derecho a conocer a su nieto; lo tenía que haber hecho antes, pero por cobarde lo fui dejando. Mi vida no ha sido nada fácil, los errores se pagan, Victoria, y eso lo he aprendido con los años. Creo que nunca es tarde para pedir perdón y reconocer que las cosas no las hice bien.
Me despedí y tomé un taxi. Cuanto más me acercaba, mi corazón latía con más fuerza cuando llegamos a la casa de mi infancia. Nada había cambiado, pero me sentí como una extraña.
Respiré hondo, cogiendo aire, y toqué el timbre.
Después, la puerta se abrió.
Mi madre se llevó una mano al pecho, con los ojos llenos de lágrimas.
—Oh, Isabelle... Hija mía, no puedes ser tú... Pasad, estás guapísima.
Mi madre miró a mi hijo, pero no dijo nada, y mi padre, Richard, sonrió y me dio un abrazo. Él siempre había sido así, cariñoso y comprensivo.
Mi hermano, Christopher, apareció en la puerta.
Su cara estaba algo pálida, se le veía algo más delgado, sus ojos ya no tenían ese brillo que habían tenido años atrás.
—¿Chris? —dije sonriendo, sintiendo un nudo en la garganta, intentando disimular.
Él me sonrió. Luego su mirada bajó y se fijó en el niño que se agarraba a mi mano.
—¿Quién es él, Isabelle?
Tragué saliva y apreté la mano de Ethan.
—Chris… te presento a tu sobrino.