Volver a Tí

Capitulo 7 Sonrisas ocultas

Los Whitmore sabíamos cómo fingir bien; me habían enseñado bien desde niño. La vida es así...

El que sabe fingir y mentir bien es alguien en esta vida, no hay duda, lo tengo muy claro...

Las apariencias lo eran todo en mi familia. Desde niño me enseñaron a sonreír cuando no quería, a afirmar cuando no estaba de acuerdo o a comportarme como el heredero de un imperio que nunca pedí ni quise, pero ahora que soy uno de los mejores empresarios, me da igual todo...

Un rato más tarde, Charlotte y yo llegamos a la casa de sus padres para la cena. Ya tenía mi mejor cara puesta, la falsa...

—Querido, qué alegría verte —exclamó su madre, dándome un beso en la mejilla; es una mujer hipócrita, muy parecida a su hija.

—El placer es mío —respondí con una sonrisa.

Su padre me miró de arriba abajo como siempre, moviendo la cabeza, dándome su aprobación, como si me hiciera falta. Nunca me había dicho abiertamente que me consideraba un buen partido para su hija, pero su mirada y la manera de hablarme y de actuar lo decía todo; es un hombre interesado en que su única hija pille a un millonario.

Charlotte puso su mano encima de la mía y sonrió con esa perfección que tenía ensayada. Parecíamos la pareja ideal. Pero bastaba con mirarnos detenidamente para notar que no era así.

—¿Cómo estuvo tu día, querido? —preguntó su madre mientras tomábamos asiento en la mesa.

—Bien. Con mucho trabajo. No me apetecía hablar de trabajo, y menos de mis asuntos con ella; poco le importaban...

—Alexander es un hombre ocupado —intervino Charlotte. Manejar todo su imperio no es cosa fácil.

Solté una risa: “Un imperio”. Como si todo lo que tenía no hubiera sido construido antes de que yo naciera.

El sirviente, porque por supuesto, en casa de los Davenport, tenían como no servicio... La verdad, no sé si se lo podían permitir, pero la apariencia era para ellos importante. — Empezó a servirnos la cena. Todo era perfecto, no le faltaba nada a la mesa, ni a la cena ninguna imperfección; era todo perfecto, su mundo de mentiras.

—Hablando de trabajo —dijo su padre mientras cortaba su carne—, Charlotte me contó que has comprado uno de los hoteles más grandes de Londres y que lo estáis reformando. Supongo que eso será una gran inversión. Veo que tu padre te enseñó muy bien. Así me gusta que seas ambicioso. Quiero para mi hija un hombre que la trate y cuide como una reina. Charlotte me comentó que tenéis planes de boda. Me contento cuando me lo dijo. Ya lleváis tiempo juntos, y de aquí a un año podéis casaros bien. Tenéis tiempo para organizar la boda, que por supuesto tiene que ser todo un acontecimiento, y más siendo tú quien eres.

Levanté la mirada de mi plato.

—¿Perdón? —contesté acojonado.

—Bueno, no exactamente, hemos hablado de ello —dijo Charlotte rápidamente, guiñándome un ojo.

No habíamos hablado de ello para nada...

O al menos, no de una manera en que ella lo veía; igual algún comentario que otro, pero nada más.

—No quiero presionarte, Alexander —intervino su madre con una sonrisa venenosa—, pero lleváis juntos casi tres años, ¿creo que ya es hora, no? En nuestra sociedad, los compromisos demasiado largos comienzan a levantar sospechas y habladurías. Y mi niña no tiene por qué estar en boca de nadie; espero que te portes como un hombre.

—No sabía que el tiempo tenía reglas —repliqué con cortesía. Hombre, soy bastante, igual más que...

Charlotte me tocó la mano por debajo de la mesa. Su sutil manera de decirme que no empeorara la situación.

—Solo queremos lo mejor para vosotros —continuó su madre, ignorando mi comentario. Alexander, querido, cuando dos personas están hechas el uno para el otro, y están tan enamorados como vosotros, sería lo natural. Espero tener nietos pronto.

—La vida cambia, señora, y la forma de pesar también; es muy normal que quiera ver a su hija casada y rodeada de niños. Solo quedaba darle la razón, así que... —Repetí, me estaba quedando alucinado con su madre, me estaba dando clases... Precisamente ella, que tenía por donde callar.

Charlotte sonrió. La perfecta prometida. La mujer que encajaba en la imagen que todos tenían de mí.

Yo debería sentirme afortunado. Era lo que cualquier hombre desearía, pero no era así.

Entonces, ¿por qué lo único que sentía dentro de mí era que cada palabra de esa conversación me encerraba un poco más, como en una jaula?

Respiré hondo, fingí una sonrisa… y levanté mi copa para brindar.

Porque, después de todo... Los Whitmore sabíamos fingir bien... Así me crié.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.