Alexander:
Charlotte estaba en la cocina, moviéndose de un lado para otro. Su vestido ajustado marcaba su silueta perfecta mientras sacaba la cena del horno. Todo en ella era perfecto; siempre vestía moderna pero elegante.
Y yo debería estar prestándole más atención.
—Te has retrasado hoy —comentó sin mirarme, sirviendo dos copas de vino.
—Reuniones. Ya sabes cómo es esto —mentí, soltando las llaves sobre la mesa.
Charlotte giró y me dedicó una sonrisa. Sabía que no era sincero, pero no preguntó más. Siempre había sido así, entendiendo mis silencios, pretendiendo no notar mis ausencias.
Nos sentamos a la mesa y cenamos en silencio. Charlotte cruzó las piernas, dejando la copa en el aire antes de hablar.
—Alexander, ¿te ha pasado algo? Últimamente te noto… distante. Hablamos poco de nosotros. ¿Tienes algún problema con el nuevo proyecto? Sabes que me puedes contar todo.
Le sostuve la mirada. No le iba a decir la verdad.
No iba a confesar que, desde que vi a Isabelle, yo y mi vida habíamos dado un giro de noventa grados, y ni siquiera pensaba en ella.
—No es nada. Solo el trabajo; el nuevo proyecto nos lleva de cabeza, y ya conoces a Nicholas, siempre despreocupado por todo.
Ella miró, aunque sus ojos azul cielo mostraban dudas. No era tonta, nunca lo había sido.
—Sabes que puedes contarme lo que sea. —Apoyó una mano en la mía, con esa seguridad que tanto la caracterizaba. Pronto nos casaremos, Alex. Y quiero que seamos sinceros el uno con el otro.
"Pronto nos casaremos".
Las palabras se clavaron en mi mente como un recordatorio de la vida que habían construido para mí. La vida perfecta.
Tenía una prometida hermosa, inteligente y sofisticada... Todo lo que cualquier hombre desearía.
Entonces, ¿por qué no era suficiente para mí?
Tomé un sorbo de vino y sonreí.
—Lo sé, Charlotte.
La cena terminó sin más preguntas, pero sabía que algo en Charlotte había cambiado.
Y aunque intentara convencerme de que Isabelle no tenía importancia… ya era tarde.