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Capítulo 22 Un día en Thorpe Park

Isabelle:

Me levanté temprano para hacer el desayuno. Antes de despertar a Ethan, le preparé un Cola Cao y unas galletas de chocolate que había hecho mi madre.

Ethan despertó; tuvo que escucharme porque se levantó lleno de energía y muy contento. "Mamá, mamá! "¿Hoy vamos a Thorpe Park?" Estaba emocionado, me recordó cuando yo era pequeña, como pasa el tiempo, lo rápido que estaba creciendo. Yo quería que cuando fuera mayor recordara cada momento juntos con cariño, que fuera inolvidable.

Victoria llegó puntual, como siempre. Su risa es contagiosa y su espíritu aventurero era el complemento perfecto para nuestra pequeña excursión. "¿Lista para una dosis de adrenalina, Isabelle?", bromeó mientras subíamos al coche.

El viaje desde nuestra casa en Surrey hasta Thorpe Park. Ethan no paraba de hablar sobre las atracciones que quería probar, especialmente la famosa montaña rusa "Stealth". Londres siempre había sido mi hogar, pero desde que me mudé a Surrey, cada visita a la ciudad era una mezcla de sentimientos y recuerdos.

Al llegar al parque, la vista de la imponente montaña rusa me hizo sentir como una niña nuevamente. Ethan tiró de mi mano, ansioso por comenzar nuestra aventura.

—¡Vamos, mami! ¡Vamos! —gritó, con entusiasmo.

Decidimos comenzar por las atracciones más pequeñas porque Ethan se quería subir en todas. Subimos a una rueda de la fortuna que ofrecía vistas panorámicas de todo el parque. Mientras ascendíamos, pudimos ver todo Londres en la distancia; se veía pequeñito.

Después de algunas atracciones más, llegó el momento que Ethan había estado esperando ansioso: "Stealth". Había una enorme cola para la atracción, pero la emoción de Ethan hacía que todo valiera la pena. Victoria y yo nos miramos, sonriendo.

—¿Estás segura de que quieres subir? —le pregunté a Victoria.

—¡Por supuesto! —¿Qué sería de nosotras sin un poco de emoción? —contestó riéndose.

La experiencia fue maravillosa. La velocidad, la caída libre, el sentir el viento en mi cara. Al bajar, las piernas me temblaban, pero el ver la sonrisa en la cara de Ethan hacía que todo mereciera la pena.

Al mediodía, nos sentamos en una de las áreas de picnic para descansar y almorzar. Mientras comíamos, miraba a las familias a nuestro alrededor, padres con hijos, parejas de todas las edades.

Después de comer, decidimos explorar una zona temática del parque inspirada en el mundo de Harry Potter. Las réplicas de los edificios, las tiendas y los sonidos nos llevaban a otro mundo; me había leído los libros de Harry Potter. Ethan se emocionó al ver una tienda que vendía varitas mágicas.

—¡Mami, quiero una! —dijo riéndose.

Sonreí y le acaricié el cabello.

—Quizás la próxima vez, cariño. No he traído tanto dinero.

—No pasa nada, yo la compro; total, es del Señor de los Anillos, todos los días no ves algo así. —¿A que sí, Ethan?

—Sí, tía, es una varita mágica —contestó.

—Victoria, mañana te pago la varita mágica; había traído dinero, pero con las atracciones y la comida, me he quedado con poco. Gracias por comprársela, le hacía ilusión a Ethan.

—No me tienes que dar las gracias, Isabelle, soy su tía, es lo menos que podía hacer; además, tener una varita mágica me ayudará a mí también. —Nos empezamos a reír; las dos habíamos pensado en lo mismo.

La tarde pasó rápido entre risas y las atracciones. Antes de irnos, nos dirigimos al lago central del parque. Sentados en un banco, mirando el atardecer. Ethan, agotado por tantas emociones del día, se acurrucó entre Victoria y yo, y se quedó dormido un rato mientras nosotras hablábamos.

—Gracias por este día, amiga. Mira, Ethan se ha quedado dormido. Pobre, está cansado, no ha parado ni un segundo; tiene una energía que no sé de dónde la saca. ¿Te acuerdas cuando nosotras teníamos su edad? ¿Cómo pasa el tiempo, verdad? Victoria me abrazó.

—Parece que fue ayer cuando nosotras estábamos jugando con las muñecas. Vas a hacer que me deprima. No somos tan mayores, Isabelle, aún somos jóvenes para disfrutar. Yo me lo he pasado genial, he disfrutado como una niña; además, siempre es un placer verte sonreír, Isabelle.

Mientras conducía hacia el zoológico que estaba apenas a unos minutos de distancia en coche, cuando llegamos, ver la emoción de Ethan en sus ojos, no se lo esperaba.

—¡Mami, quiero ver a los leones! ¡Y los pingüinos! ¡Y los monos! Mami, todos...

—Uno a uno todos a la vez, no se pueden, pequeño explorador... —dijo Victoria riéndose.

Caminamos por los senderos que estaban rodeados de árboles, y lo primero que hicimos fue ir a la exhibición de los tigres. Ethan los miraba maravillado, mientras uno de ellos se estiraba perezosamente bajo el sol.

—Mami, ¿puedo tener un tigre en casa?

—¡Ni en sueños! —reí—. Son muy grandes y peligrosos, además aquí son felices, y fuera de aquí no podrían sobrevivir, hijo.

—Pero sería genial en mi habitación… —dijo, cruzándose de brazos, enfadado.

Pasamos el rato visitando diferentes zonas del zoológico, y en cada una de ellas, Ethan encontraba algo que lo dejaba fascinado. Cuando llegamos al aviario, se quedó mirando un loro de colores vivos y le dijo algo en bajo.

—¿Qué le dijiste? —pregunté con curiosidad.

—Que si podía hablar, que me lo dijera en secreto...

Sonreí y lo abracé con fuerza. Ver su inocencia y curiosidad era un regalo que atesoraba cada día.

Al final de la visita, nos sentamos en un banco cerca de la zona de los pingüinos, disfrutando del lugar, mientras Ethan comía un bocadillo.

Victoria me miró de reojo.

—Dime la verdad, Isa. ¿Aún piensas en él?

Sabía a quién se refería. Evité su mirada y jugueteé con los bordes de mi chaqueta.

—A veces —admití en voz baja, para que no me escuchara mi hijo—. Pero eso no cambia nada, Victoria.

—¿Estás segura?

Ethan saltó de repente emocionado. Me salvó de contestar.

—¡Mami, mira! ¡Un pingüino saltó al agua!




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