Desde que me levanté sentí un vacío dentro de mí. Hoy era el día. Christopher se iba. Parecía que él no tenía la intención de echar marcha atrás, de arrepentirse, y la verdad, tenía la esperanza.
En la casa de mis padres había un ambiente tenso. Mamá no había dormido bien en toda la noche. Papá hablaba poco y estaba muy serio. Cuando mi hermano le dijo que quería ser modelo, mi padre se lo tomó a mal; esperaba que Christopher hubiera ido a la universidad. Pero al final respetó su decisión, cuando vio que tenía pasión por ser modelo, pero no perdía la esperanza de que algún día sacara una carrera, pero a mi hermano le gustaba demasiado la moda. Se presentó a muchos castings; al final tuvo suerte relativamente: una agencia de modelos lo contrató. Siempre estaba fuera del país; apenas venía dos semanas en el verano para vernos. Hizo nuevas amistades, algunas buenas y otras malas... Noches de juerga, bebida y, cómo no, drogas; eso fue lo que acabó con su carrera, que según le dijo a mi padre la agencia: "Tu hijo podía haber sido uno de los mejores modelos del mundo". Mis padres lo dieron todo por él y ahora... parecía que lo había olvidado todo. Y yo... Yo temía que se marchara; además, había algo, no sé... No me terminaba de convencer.
Christopher había bajado la maleta muy temprano. La tenía en el pasillo; daba la sensación de que la hubiera hecho unos días antes. ¿Qué está realmente pasando? —me pregunté para mí misma. Por más que le daba vueltas a la cabeza, no podía entender.
—¿Ya estás preparado, tan pronto? —pregunté al entrar al salón.
—Sí… más o menos —me contestó, evitando mirarme a los ojos.
Se sentó en el sofá, junto a mi hijo, y le acarició el pelo a Ethan, que estaba con la tablet. Mi hijo lo adoraba. Siempre dice que el “tío Chris” es más divertido que yo. Me dolía pensar que le faltaría esa figura, su único tío.
—¿Tienes dónde quedarte, allí? ¿Estás seguro...? España es diferente; si no conoces a nadie, será duro para ti, lo digo por experiencia, y yo tuve muchísima suerte y conocí a gente maravillosa, pero no es así siempre. Le hablé, y ni siquiera me miró a los ojos; es como si estuviera hablando con una pared, me ignoró por completo.
—Sí. Un amigo me espera. Conozco a unos chicos que trabajan en construcción; tal vez me meta ahí. Algo saldrá.
—Vaya, contestación, pensé. ¿Y vas a seguir con lo de tatuar? —Siempre fuiste bueno —le dije, intentando que la conversación no pareciera una despedida.
—Sí, quizás. Pero ahora necesito alejarme un poco de todo. De mí, sobre todo.
No respondí. ¿Cómo se contesta algo así? Él dice, como si marcharse a otro país cambiara algo, además a la construcción, como si aquí no hubiera obras.
Mamá entró con una taza de café y la dejó en la mesa sin decir nada. Tenía los ojos rojos de tanto llorar, pero fingía, por mi padre; sabía que mi padre no la podía ver sufrir.
—Voy contigo hasta el aeropuerto, no tengo nada que hacer ahora, y eres mi hermanito —le dije.
—No. Viene Henry por mí. Me llamó anoche y quedamos en eso; además, será mejor despedirme aquí.
Ahí lo supe... Henry. Su amigo de toda la vida, el que siempre aparecía cuando pasaba algo. Si él estaba metido… algo más había detrás de ese maldito viaje.
—¿Henry? —me atreví a preguntarle—, dime la verdad. ¿Cuál es la verdadera razón? Henry no es que digamos la perfección en persona; tiene pocas virtudes, es más bien un desgraciado, un aprovechado y un viva la vida. Tú sabes que es una mala influencia para ti. Me estaba empezando a enfadar; mi padre me miraba y movía la cabeza. No sé cómo podía quedarse callado; a mí me hervía la sangre...
Me miró, serio. Se quedó callado durante unos segundos, no sabía ni lo que decir; estaba claro que no tenía palabras, no había palabras que pudiera decir, sin meter más la pata.
—No… no exactamente —dijo al fin. Pero es mejor que me vaya ahora; está siendo bastante duro, como para posponerlo más.
Tragué saliva. Esa respuesta no sonaba bien. Sonaba a medias verdades, a un cuento que no se lo creía ni él.
—¿Has vuelto a meterte en eso? —¿En lo de antes? —me atreví a preguntar. Es duro preguntarlo, pero no podía quedarme con la duda. También sabía que lo más posible es que no me diría la verdad...
Me miró. No negó. No afirmó. Solo me miró, como diciendo “no preguntes más”. Y cállate ya, de una vez.
—Lo prometiste… Juraste que jamás lo volverías a hacer, "por Dios". Ahora tienes una poderosa razón para no volver más: Ethan te admira. No dejes nunca que cambien sus sentimientos de amor por olvido o por odio.
—Y te juro que lo intento. Pero no es tan fácil como tú crees. Me contestó; sus lágrimas cayeron por sus mejillas.
Se levantó y me abrazó fuerte. Note el abrazo distinto, como jamás había notado. De esos que das, cuando sabes que algo importante va a cambiar en tu vida.
—Cuida a mamá y a Ethan. No dejes que papá se encierre en sí mismo. Y tú… vive, Isabelle. Deja de exigirte tanto a ti misma; eres una buena madre y mejor hermana. Te quiero, no lo olvides nunca.
Cuando me solté del abrazo, sentí un nudo en la garganta; el abrazo, la manera de despedirse, me dio muchísimo miedo.
—¿Volverás? —le pregunté llorando.
—No lo sé. Pero no me olvides jamás, hermanita.
Escuchamos la bocina de un coche fuera. Era Henry.
Christopher se despidió de todos. Mi padre lo abrazó, pero ni siquiera le habló; mi madre lo abrazó con fuerza, aferrándose a él. Sus lágrimas no dejaban de caer en el jersey de mi hermano. Ethan lo abrazó; mi pobre hijo no sabía que a su tío igual no lo volvería a ver más. Le dibujó algo y se lo dio en una hoja doblada. Él lo guardó como si fuera un tesoro dentro de su bolsillo del pantalón; yo lo abracé llorando, pude sentir cómo mi corazón se rompía a trozos. "Te quiero, Christopher". Aquí estaré, siempre para lo que necesites, cuando quieras, a cualquier hora, en cualquier momento, estaré aquí siempre. Te amo muchísimo, Christopher.