Al día siguiente amaneció lloviendo, uno de esos días grises y tristes. Llovía. Estaba en la oficina, pero mi cabeza estaba muy lejos de allí. Taylor me miró y lo notó.
—¿Estás bien, Isabelle? —me preguntó, mientras organizábamos unos documentos que teníamos que presentar la semana siguiente.
—Es mi hermano. Christopher… se fue a España.
—¿Y eso es algo malo? Porque yo te veo preocupada; tendría que ser al revés, tendrías que estar contenta por él.
—Me preocupa —respondí sin dudar. No creo que se haya ido solo por trabajo. Él… estuvo mal. Cayó en el mundo de las drogas hace unos años. Salió, o eso creímos, pero ahora...
Taylor dejó los papeles a un lado y se giró hacia mí.
—¿Te dijo algo antes de irse?
Negué con la cabeza.
—No a mí. Lo peor de todo es que dejó una carta escondida... La encontré por casualidad, en el baúl de juguetes de Ethan. Era una carta para mí. No puedo quitármela de la cabeza, Taylor. Como si creyera que no merecía estar cerca de nosotros. Eso me rompió el alma, y no sé qué pensar...
—Isabelle, quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que sea; somos amigos para lo bueno y lo malo, ¿vale? No solo en el trabajo, sino fuera de aquí; si te puedo ayudar en algo, cuenta conmigo. Estoy hablando en serio.
—Gracias… Es solo que me siento impotente. No sé a quién acudir. No quiero que mis padres sufran más. Y Ethan pregunta por su tío todo el tiempo, y yo le pongo excusas, porque no sé qué decirle.
—Quizá pueda ayudarte. Conozco a alguien. Se llama Mark, fue compañero mío en la universidad. Estuvo en rehabilitación y, cuando salió, comenzó a trabajar con chicos que han pasado por lo mismo. ¿Puede que se conocieran?
—¿Crees que Mark podría saber algo?
—No lo sé, pero por intentarlo, no se pierde nada. Y si no sabe nada, tal vez pueda ayudarnos; él conocerá gente de ese mundo.
—Gracias, Taylor. De verdad. No sabes lo que significa esto para mí.
Él me sonrió con dulzura, de esa forma que solo él sabía hacer.
—Tú me ayudaste desde el primer día con este proyecto. Sin ti esto no hubiera sido posible, me ayudaste. Ahora me toca a mí.
Salimos del trabajo.
—Venga, te llevo a ver si alegras esa cara, te acerco a la autoescuela. ¿Hoy es tu examen de prácticas, no? No te quiero ver así; tú eres una chica positiva y alegre, así que sonríe.
Lo miré sonriendo. Cuando estoy con él, me siento más contenta. Sí le respondí: —Hoy es el examen, no sé, estoy nerviosa, lo quiero sacar a la primera, me hace mucha falta, además se lo prometí a mi hermano.
—Pues ahí tienes, tu propia respuesta, nada más que por tu hermano. Ve, examínate, tú puedes con eso y más. Créeme, jamás he conocido a una chica como tú, Isabelle, eres una gran mujer.
Por primera vez en mi vida, me puse colorada como un tomate; no sabía dónde meterme...
—¿Te has puesto colorada? Pero sí, tú tienes que estar acostumbrada a que los chicos te digan piropos y alguna que otra payasada, porque los tíos somos así; algunos se pasan de listos y salidos, yo que soy hombre lo reconozco.
Me empecé a reír. —Pues serás el único que lo reconozca, ahora hablando en serio, nunca me habían dicho eso, y aunque parezca que yo me como el mundo, solo he tenido dos relaciones, como te dije, y jamás he tenido ningún rollo; no va conmigo. —Y sabes, Taylor, voy a ir y voy a sacar el carnet a la primera, porque yo lo valgo. Gracias, Taylor.
—Gracias a ti, Isabelle. Se nos hace tarde, guapísima.
Siempre se dice que las mujeres tenemos un sexto sentido; es así, yo... Tuve una con Taylor, me quería decir algo más... Pero tampoco era ni el momento, ni el lugar; es un chico que mide muy bien sus palabras, en eso nos parecemos.
Media hora más tarde, allí estaba yo, sentada delante del volante y con el examinador al lado. Me acordé de las palabras de Taylor, arranqué el motor, cogí el volante, pisé el embrague y el acelerador y metí la primera marcha. El examinador me metió por Islington a Camden; había muchísimo tráfico. Después me dijo que iría a Brent Cross Shopping Centre. Está situado al norte de Londres, es uno de los centros más conocidos. Me dijo que estacionara y aparqué el coche entre dos vehículos. En el coche íbamos yo, dos alumnos más y el examinador. Nos dijo que nos bajáramos del coche.
—Bueno, pues hemos terminado; solo han aprobado dos.
—Yo crucé los dedos, y miré a mis compañeros; parecían seguros de sí mismos. —¿Quiénes hemos aprobado? —pregunté rápidamente.
—Tu Isabelle has...
—Se quedó callado. Dios mío, que apruebe, me dije para mí misma, con los dedos cruzados.
—Estás aprobada, Isabelle, tú y Harry; Megan, tú has suspendido. Espero que para la próxima vez estés más atenta y te mires menos en el espejo.
Estaba supercontenta, ahora solo tenía que esperar una o dos semanas... Mandé un mensaje a Victoria. He aprobado, guapísima; por fin lo tengo, estoy supercontenta. Te mando un besazo, guapísima. Chao.
Llamé a un taxi para ir a casa de mis padres; allí estaba Ethan. Por fin una buena noticia, pensé...