Había quedado para comer con Charlotte en uno de los restaurantes más exclusivos de Londres.
Charlotte llegó puntual, como siempre. Impecable. Hermosa. Me besó la mejilla y sonrió; aún cree que algún día me enamoraré de ella.
—Estás más callado que de costumbre —dijo mientras hojeaba el menú con delicadeza.
No respondí. Estaba pensando en otra persona...
En Isabelle.
Ni siquiera recordaba bien qué excusa le había dado a mi asistente para justificar la visita a la Organización de Eventos. ¿Supervisión? ¿Curiosidad? Mentiras, todo es mentira. Solo quería verla a ella. Ver con mis propios ojos si seguía tan fuerte, tan malditamente desafiante y hermosa como la recordaba.
Y lo estaba, y de qué manera...
Cuando levantó la vista y me vio en su oficina, noté cómo sus ojos me miraban con rabia. Fue como una bofetada. Esa mujer… no ha cambiado. Y yo tampoco he dejado de pensar en ella ni un solo momento, y ahora que ha vuelto... Creí que la había olvidado después de todos estos años, pero no... Me mentía a mí mismo. ¿Y ahora, qué debo hacer? Dejarla marchar o luchar por ella. Ni siquiera cuando estoy con Charlotte me la puedo quitar de mi mente...
Mi madre llegó minutos después, con su elegancia y su lengua aún más afilada y peligrosa.
—Alexander —dijo—. Charlotte, ¿cómo estás, querida? Siempre tan elegante y tan guapa, quien pudiera tener tus años.
El discurso no tardó en llegar. La familia, la empresa. Siempre lo mismo. Como si el mundo tuviera que girar en torno a las ambiciones de los Whitmore.
Y entonces lo soltó. Sabía que tenía que hablar, decir lo que opinaba como si me importara, y yo paso de esas tonterías totalmente. Mi padre era el único que me entendía, que era igual que yo. Cuánto le echo de menos...
—He oído que estuviste en esa empresa creativa hoy. ¿Algo interesante? He escuchado por ahí que el dueño es un mujeriego, y eso que tiene mujer e hijos. Si levantara tu padre la cabeza... Cómo han cambiado las cosas.
Charlotte me miró con curiosidad. Puso esa voz de niña buena, que pone cuando quiere algo, pero esta vez la tenía cargada de veneno.
—¿Lo conoces? Mi padre me comentó algo también, pero pensé que eran chismes. No me gusta que seas amigo de ese tipo de gente; además de andar con cualquier golfa, seguro que está metido hasta en drogas. Ese tipo de hombres son así, así que ya sabes, no quiero.
—¿Es una orden, Charlotte? Mira, cariño, a mí ni tú ni nadie me da órdenes; soy adulto, no un niño. Yo no te digo lo que tú tienes que hacer o con quién quiero que salgas, así que ya sabes, nena —le contesté mirando fijamente el vino. Sí, de hace años, soy amigo del jefe. Estuvimos charlando un rato de negocios. A mí lo que haga en su vida no me importa; si anda con mujeres, ¿os pensáis que es el único? Pues os quedaríais asustadas las dos si veríais dónde van, con cuántas van y lo mejor, quiénes son... En este país todos los hombres, entre comillas "señores", son mujeriegos, y no voy a hablar más, por si se me suelta la lengua...
—¿Se puede saber qué estás insinuando? No lo estarás diciendo por mi padre, ¿verdad? Ni se te ocurra; mi padre es un hombre de los pies a la cabeza, y ha respetado a mi madre toda la vida.
—Mira, nena, tu padre es como todos, va a los club de lujo, y allí... Pase lo que pase y punto, pero que a mí me da igual lo que hagan con su vida; yo bastante tengo con la mía, como para preocuparme de los demás.
—Será mejor que los dejemos, Charlotte, querida, tu padre es un buen hombre, yo lo conozco de toda la vida, no debes preocuparte por eso. Además, Alexander, esa no era la pregunta. ¿Tienes negocios con ese hombre? Me he enterado por ahí que Isabelle está trabajando en una organización de eventos. ¿Sabes algo de eso, Alexander?
—Mamá, por Dios, a mí qué me importa dónde está trabajando; déjala que haga su vida, tendrá que comer de algo; a mí me da igual, no es mi problema.
Me daba rabia, siempre se ha metido en mi vida y pretende seguir metiéndose, pero ahora ya no se lo permito; había perdido todo lo que amaba por ella. Porque un Whitmore no podía mezclarse con una don nadie. Porque yo no podía amar a alguien así, sin fortuna, sin su maldito y bendito consentimiento.
Aún recuerdo las discusiones con Isabelle. Sus lágrimas. Y yo, el maldito cobarde, incapaz de defenderla como debía, me arrepiento de cada momento, de cada palabra, porque reconozco que fue mi culpa, si no, tal vez ahora...
Me tomé una copa detrás de otra de vino de golpe; necesitaba olvidar por unas horas.
—¿Pedimos ya? —cambié de tema, cansado de fingir interés y harto de las tonterías de mi madre.
Charlotte empezó a hablar de un evento de caridad; les gusta ir y aparentar, y eso no va conmigo para nada. No me importa nada de eso. Tengo a Isabelle dentro de mi cabeza. Su cara, su voz, esa forma suya de no dejarse intimidar por nadie, eso me gustaba y mucho; sentía como me excitaba nada más de pensarlo.
—¿Te encuentras bien, hijo? Tienes mala cara, ¿quieres agua?
Miré a mi madre y a Charlotte.
—Mamá, estoy cansado, ¿cuántas veces he de decirte que no me llames niño en público, como si fuera un crío? Estoy bien, solo me tenéis aburrido con vuestras cosas, siempre igual, solo sabéis hablar de lo mismo.
—Estás muy borde, Alexander, ¿cómo puedes hablar así a tu madre? Desde que has llegado estás imposible, no se te puede hablar de nada. Si has tenido un mal día, no lo pagues con nosotras y compórtate. Deja de beber, estamos en un restaurante; vas a terminar borracho si sigues bebiendo tanto.
Me levanté de la mesa; no podía aguantarlas más.
—Señoras, me voy, ya nos veremos...
—¡Cómo que te vas! ¿Nos has invitado para ahora irte? Te has vuelto loco, Alexander. ¡Siéntate inmediatamente!
—Mamá, no soy un niño para que me des órdenes, y hago lo que me da la gana; si quiero me voy y precisamente es lo que voy a hacer.