Taylor aparcó justo enfrente de aquel antro de mala muerte; el cartel de The Basement apenas se sostenía en la pared. El sitio olía a alcohol, estaba oscuro; la barra es lo único que está iluminada. Me agarré al brazo de Taylor; estaba asustada. Se podía decir que aquí estaba lo mejor de Londres.
Nos sentamos en una esquina. No podía hablar con Taylor; la música estaba muy alta, y las luces de colores no dejaban de moverse sin parar, y las caras de estos hombres que preferiría no volver a ver jamás en mi vida. Un hombre alto, con barba poco aseada, se acercó al que supuestamente es Alam. —Viene hacia nosotros. —¿Cómo sabrá que lo estamos buscando, Taylor? —le pregunté. Me sorprendió. ¿Quién podía haber sido? Allí nadie nos conocía o eso creía yo.
—Nena, te sorprenderías los chibatazos que les dan. Aparte, este es su mundo, pero estate tranquila, yo haré las preguntas, no me fío de este tipo, y si ves algo raro, sal de aquí. Toma, coge las llaves de mi coche y no mires hacia atrás. Esta gente es peligrosa, no se andan con tonterías; si les parecemos una amenaza, no saldremos de aquí.
—¡Me estás asustando! Taylor, solo hemos venido para saber dónde está mi hermano; no quiero saber nada más. Si venden droga o hacen chanchullos, no me interesa para nada.
Se acercó; es un tío alto y fuerte, tiene que ir al gym porque está cuadrado, con los brazos llenos de tatuajes, un pendiente en la oreja con una carabera, cadenas de oro por el cuello y las muñecas.
—Así que tú eres la hermanita del famosillo modelo —dijo sin siquiera saludar, mirándome a los ojos; nada más mirarlo, se me puso la piel de gallina.
—¿Sabes dónde está, mi hermano Christopher? ¿O dónde puede estar? Solo quiero saber eso, nada más.
Se sentó frente a nosotros. Levanto el brazo y le acercan una botella. Dio un trago de whisky antes de responder, con una sonrisa desagradable. Yo estaba de los nervios, allí enfrente de este tipo sin saber lo que pretendía...
—Ese modelo de pacotilla me debía dinero. Bastante. Y no me vengas con que estaba “limpio” o “en recuperación”. No me interesa. Yo no soy una ONG. Si alguien se mete conmigo, lo paga; no aguanto tonterías ni payasadas de yonquis, ¿te enteras...?
—¿Qué le hiciste? —Si te debe dinero, yo te lo puedo dar a cambio de que mi hermano vuelva a casa —le contesté sin pensar lo que estaba diciendo.
—Lo usé, como él quiso usarme a mí. Vendió algo que no era de él. Quiso jugar a lo grande y le salió mal. Así que me cobré.
—¿A qué te refieres con eso? —Tío, ¿dónde está? —Si es por pasta, no hay problema —dijo Taylor.
Alam se empezó a reír.
—Vamos, niñito bonito, no me mires así. ¿No conoces a tu amiguito el modelito? No soy el malo de la película. Christopher vino solito a meterse en la mierda, en la boca del lobo. Lo obligué a hacer trabajos, a moverse para mí —le dije—. ¿Quieres pagar tu deuda? Pues trabaja. Pero un día desapareció. Y créeme, si alguien se lo cargó, no fui yo. Aunque no me habría importado demasiado.
No podía seguir viendo su cara, de la rabia que me daba. Alam no tiene alma, ni corazón. No le importaba nada ni nadie; Christopher estaba solo, pero donde...
—¿Dónde tenía que ir, y con quién? —¿Qué tipo de trabajo le mandaste hacer? —volvió a preguntar Taylor.
—Niñito, ese trabajo lo termino; me dio la pasta y se fue. Pero hay tipos que se enteraron de lo que me debía, y tampoco sé si debe más pasta por ahí. Pero lo que sí te puedo decir, niñito, es que a ellos no les tiembla el pulso. Si me preguntás a mí... si está muerto o escondido. En Londres no está. Eso te lo aseguro yo, me hubiera enterado.
Se levantó sin más.
—Ya os di la información. Si lo encontráis, decidle que aún me debe una última parte. Y que no me gusta quedar con cuentas pendientes. Lo estoy esperando; la paciencia tiene un límite y se me está agotando.
Se marchó riéndose.
—Vámonos, Isabelle, aquí ya no hacemos nada; o no quiere hablar, o no sabe nada; estos tíos son así.
—Tengo que hacer algo, hemos perdido tiempo y no hemos sacado nada. La deuda, ya lo sabíamos. ¿Qué hacemos ahora, con quién hablamos? Tantas preguntas sin respuestas... Nos levantamos para irnos y salimos fuera del antro.
¿Dónde está mi hermano? ¿Cómo ha desaparecido así? Por mucho que me digan, no lo llego a entender, un hombre no puede desaparecer así, sin más...