El coche se detuvo frente a la casa de mis padres. Me temblaban las manos, pensando en cómo reaccionarían mis padres. Taylor me apretó las manos junto a las suyas. Christopher no hablaba. Miraba la fachada como si fuera un recuerdo del pasado. Como si tuviera miedo de entrar. Y yo lo entendía. Yo también había tenido miedo.
—¿Listos? —pregunté.
Christopher respiró hondo. Su voz tembló cuando respondió.
—No sé si estoy listo, pero... lo necesito.
Bajamos del coche. Christopher llevaba la maleta nueva en una mano y, en la otra, el oso que Taylor había comprado para Ethan. Caminaba despacio, no sé, tal vez estaba pensando. No por los golpes que tenía en el cuerpo, sino por los que llevaba en el alma; esos son los peores, lo más duros de llevar.
Mi madre abrió la puerta antes de que pudiéramos llamar; tuvo que ver el coche de Taylor en la puerta.
—¡Christopher!
Grito. Lo abrazó con tanta fuerza que pensé que con los golpes que llevaba le estaría haciendo daño. Mi hermano tuvo que sentir dolor; llevaba el cuerpo lleno de golpes. Papá llegó detrás, sin palabras, con los ojos brillantes llenos de lágrimas, y también lo abrazó.
—¡Mi niño! ¡Pensábamos que te habías olvidado de nosotros! —Te hemos echado mucho de menos, hijo —dice mi madre.
—Lo siento, mamá… papá… yo también os he echado mucho de menos, no sabéis cuánto —respondió Chris, con la voz entrecortada. Nunca lo había visto llorar así. Ni cuando era niño.
Yo me giré para mirar a Taylor, y él me sonrió, discreto, como si supiera que este momento no era suyo. Era nuestro. De mi familia.
Ethan bajó corriendo las escaleras, con su pijama de dinosaurios. Se detuvo en seco al ver a su tío. Parpadeó como si no pudiera creerlo.
—¡Tío Chris!
Christopher se arrodilló en el suelo, abrió los brazos y Ethan se lanzó hacia él, dándole un fuerte abrazo.
—¡Mirá lo que te traje desde España, campeón! —le dio el oso.
Ethan chilló feliz. Christopher le revolvió el pelo, riendo entre lágrimas.
Yo me llevé una mano al pecho. No sabía que se podía llorar tanto; son muchas emociones juntas, en un mismo día, pero estoy muy contenta por mi familia, ahora sí que estamos todos.
Mi madre me abrazó entonces. Me susurró al oído:
—Gracias, hija. No sé cómo… pero gracias.
La miré a los ojos.
—Estamos juntos, mamá. Y eso es lo que importa.
Christopher se levantó, aún abrazando a Ethan.
—No sé si merezco esto —dijo en bajito.
—Sí lo mereces —le respondí sin dudar. Estás aquí. Has vuelto. Y eso basta.
Taylor, que estaba detrás de todos, se mantenía en un segundo plano. Me acerqué a él.
—Gracias por traerlo a casa —le dije. —Sin ti no lo hubiera logrado —le dije en bajo.
Y ahí, delante del cielo que comenzaba a oscurecer, Taylor me besó suavemente en la frente. No necesitábamos más palabras. En su mirada estaba todo.
Su mirada decía más que un millón de palabras y, lo más importante, los hechos me demostraban que podía confiar en él y que era totalmente sincero conmigo. Tal vez todavía necesitaba tiempo para volver a tener un hombre en mi vida, pero tenía claro que Taylor ya era muy importante en la mía. Demasiado importante.