Isabelle:
Después de haber pasado esa mañana con tanto… estar allí sentada con los míos me parecía imposible, no me lo podía creer, lo había soñado muchas veces. Le pedí a Taylor que se quedara a comer con nosotros; él al principio me respondió que sería mejor que se marchara, que era un momento familiar y que él sobraba allí. Yo le dije que no, que yo quería que se quedara; al final lo convencí y se quedó.
Mi madre había preparado su famoso estofado, ese que solo hace en ocasiones especiales. Todos estábamos alrededor de la mesa; Ethan no paraba de hablar a su tío.
Christopher lo escuchaba sonriendo; él no decía nada, pero se le nota que está cansado. Mi padre sacó unas botellas de vino caro que tiene guardadas; se le veía relajado por primera vez en mucho tiempo. Y Taylor estaba sentado a mi lado, como siempre últimamente.
—¿Seguro que te sientes bien, Chris? —Estarás cansado del viaje, se te nota en la cara, hermanito —le dije.
—Sí, un poco, Isabelle, también es la emoción de estar aquí. Anoche, cuando estaba en la cama, lo pensé de golpe, el venirme para aquí; os echaba mucho de menos, y al enano este más. Hace una semana que no podía dormir bien. Además, la forma de vivir allí es diferente: los horarios... Compartía habitación con otro compañero, creo que es sevillano, muy majo el tío. Nada que ver con la comida de mamá, es muy diferente todo; supongo que no me he acostumbrado, no sé... No descarto volver, pero no a vivir, sino en plan de vacaciones.
Mi madre le acarició el brazo; nada más mirarle a la cara, se le cae la baba con él.
Ethan se levantó de golpe para traer el oso que Christopher le había traído y lo sentó a su lado en la silla.
—Tío, se llama Capitán Lobo, y va a dormir conmigo hoy —dijo con orgullo.
Todos nos reímos. Yo también.
—¿Le has cambiado de nombre? ¿No te gusta el que le he puesto yo? —le preguntó Taylor, serio.
Ethan se quedó en silencio sin saber qué responder. —No, también me gusta; lo que pasa es que este es más bonito, además es mi oso —le contestó enfadado. Él, pobre, no sabe que el oso lo compró Taylor.
—Así no se contesta a las personas mayores; pide disculpas ahora mismo, Ethan, no quiero que seas un niño malcriado, yo no te he enseñado a que te comportes así.
—Déjalo, no pasa nada, además en algo tiene razón: el oso no es mío, por lo tanto el nombre lo tiene que poner Ethan —contestó Taylor sonriendo.
Lo miré seria; no me gusta que me contradigan con las cosas de mi hijo. Nadie me va a decir cómo criar a mi hijo, y menos a estas alturas, eso lo tenía muy claro, y menos decirlo delante de él. Mi padre se metió entre medio, para mediar, pero esta vez a favor de Taylor.
—Isabelle, cálmate; además, es una tontería, y no es ni el momento ni el lugar para discutir. Además, Taylor no lo hizo con mala intención, es un buen chico, así que... Alegra esa cara. ¿Sabes que el enfadarse hace que envejezcas antes?
Taylor no pudo evitar echarse a reír a carcajadas; yo le miré seria y, entonces, se le borró la sonrisa de golpe.
—¿En serio, Isabelle, te has enfadado? No es mi intención decirte cómo debes criar a tu hijo; creo que ya me conoces muy bien para saber que jamás me metería en eso, bueno... Si me dejas, sí, jaja. —Es broma, no te enfades, mujer. Es un día para que la familia esté contenta, ¿no te parece?
Sí, tiene razón, pero solo en eso. A testaruda no me gana nadie; en eso me parezco a mi madre. Me miraba con cara de corderito; sabía muy bien cómo hacerme sonreír y que se me pasara el enfado. Es como si me conociera de toda la vida. ¿Será verdad eso de que hay almas gemelas? No, todo eso tiene que ser mentira, no creo en eso, solo creo que si una persona te conoce bien, sabe cómo tratarte o hablarte en determinados momentos.
Después de cenar, recogimos la mesa mi madre y yo. Mientras los hombres se fueron al salón. Mi hermano hablaba con Taylor; se me hizo verle más contento. Cuando papá se fue a dormir y mamá subió con Ethan para meterlo en la cama, nos quedamos los tres en el salón. Christopher, en el sofá, se echó una manta sobre los hombros. Taylor en el sillón. Yo me senté en la alfombra con una taza de té.
—¿De verdad piensas que esto puede cambiar? —me preguntó Chris.
—¿El qué? —dije; no entendí la pregunta. ¿De qué verdad hablas?
—La calma. Estar aquí sin miedo. Poder dormir sin pesadillas.
—Sí —respondí. Porque esta vez no estás solo; el pasado lo tienes que apartar de tu vida.
Se hizo un breve silencio. Taylor se levantó y fue a la cocina. Volvió con otra taza de té para él y otra para Chris.
—¿Sabés? —dijo Chris de repente. Cuando estaba allí, en ese lugar, pensaba mucho en esto. En ti. en mamá. Y… aunque no sé cómo, he soñado con este momento muchas veces. Como cuando éramos unos críos. Siempre sabías cómo estaba y dónde. —Y de repente llegasteis, y eso que en un principio pensé que Taylor era policía —dijo sonriendo.
—No estoy tan lejos —respondió Taylor, riéndose.
Chris se echó a reír.
Mi hermano se levantó y dijo que él ya se iba a descansar; Taylor se quedó en el salón conmigo. La chimenea estaba encendida y creaba un ambiente romántico inmejorable.
—Gracias por lo de hoy, no sé cómo voy... Me puso su mano en la boca.
—No tienes que agradecerme nada, olvídalo —contestó él. Haría esto mil veces más, si fuera necesario; me importas y mucho, Isabelle. Esto no ha sido nada, comparado con lo que siento por ti.
Nos miramos. Y otra vez, como aquella tarde, se acercó más a mí y me besó.
Apoyé la frente en su pecho. Sentí el latido de su corazón tranquilo, como él.
—Será mejor que me vaya, Isabelle, si no, no voy a responder de mis actos, y te aseguro que no quiero irme, pero sé que es lo mejor.
—Sí, Taylor, es lo mejor, yo no puedo...
—Suhhh, no digas nada, no hace falta que me acompañes a la puerta, es mejor que nos despidamos aquí. Buenas noches, princesa, que descanses. ¡Te quiero!