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Capitulo 56 Un domingo crucial

La casa de la hermana de Taylor vive en las afueras de Londres, en una zona tranquila donde residen muchas familias, rodeada de árboles y jardines bien cuidados. Es una vivienda amplia, de dos plantas, con fachada de color verde claro y ladrillo, unos ventanales grandes por donde entra mucha luz. En la entrada hay dos macetones grandes con rosales de color rojo y un pequeño columpio colgado de un árbol en el jardín delantero.

Taylor había ido a primera hora para preparar la barbacoa; unas horas después pasó a buscarnos. Ethan iba emocionado en el coche, con su camiseta nueva y una caja entre sus brazos donde llevaba la famosa tarta de chocolate Fudge Cake que yo misma había preparado con todo el cariño del mundo. Me había pasado desde las ocho de la mañana preparándola; había valido la pena el trabajo, me había quedado bonita y deliciosa. Cuando se levantó mi madre, me vio en la cocina manchada de harina y se asustó. Y me dijo si no sería mejor que la preparara ella; yo le contesté que no, que iba bien. Al cabo de un rato, la cocina olía a bizcocho; la terminé enseguida y la metí en la cámara para enfriarla rápido. Fui a ducharme, pasé por la habitación de Ethan para que se levantara, le puse su ropa encima de la cama. Y me marché para mi habitación a vestirme.

Al cabo de un rato llegó Taylor, tocó la bocina y salimos los dos y Rex, y nos subimos en el coche.

—¿Estás nerviosa? —me preguntó Taylor mientras conducía.

—Un poco. Ya sabes que estas cosas me dan respeto; voy a conocer a tu hermana. —Pero Ethan va más tranquilo que yo —dije riendo mientras lo miraba por el retrovisor.

—Tú vas a caerle bien a mi hermana, no te preocupes. Ya verás. Confía en mí.

Al llegar, Taylor tocó el timbre. Salió una chica de unos treinta y tantos, con el pelo recogido en una coleta alta y una sonrisa como Taylor. Llevaba puestos unos vaqueros y camiseta blanca; se le notaba sencilla. Tenía algo de Taylor en la mirada y siempre la sonrisa.

—¡Tay! —le dio un abrazo. ¡Y tú debes ser la maravillosa Isabelle! Por fin, tenía ganas de conocerte. Soy Amanda. ¡Bienvenida a mi casa!

—¡Gracias! Es un gusto estar aquí, Amanda.

—¿Y tú eres Ethan? —le dijo agachándose un poco. ¡Pero qué guapo eres! Mis hijos están dentro jugando; ya verás qué bien lo vais a pasar.

Los gemelos aparecieron corriendo al segundo, como si al escuchar a su madre los hubiera invocado. Rubios, con los ojos verdes como el tío, uno llevaba una camiseta del Barça y el otro del Chelsea.

—¡Hola! Yo soy Noah, y él es Liam. ¿Quieres venir a jugar con nosotros?

Ethan los miró, dudó un segundo y luego sonrió.

—Vale. ¿Tenéis coches de carreras o balón de fútbol?

—¡Todo! —gritaron los dos a la vez, y se lo llevaron de la mano hacia el jardín trasero, donde había una casita de madera, pelotas, colchonetas y hasta un mini tobogán. Rex fue detrás, moviendo la cola.

Amanda nos hizo pasar al porche cubierto, donde había una mesa grande ya puesta. Había platos con ensalada, patatas, panecillos, y en la barbacoa el aroma de carne asándose se podía oler por todo el jardín.

—Siéntate, Isabelle, estás en tu casa. Taylor ha estado de pinche todo el día, no ha dejado que yo haga nada. Dice que quería mimarme hoy.

—Sí, bueno —respondió él—, por una vez que tienes un sábado libre, quería que no movieras ni un dedo.

—Cosa rara en él —dijo Amanda guiñándome un ojo. Siempre ha sido un mandón. Pero se le nota que está feliz. Y tranquila, Isabelle, que si lo hace es porque te quiere. Ya lo irás conociendo mejor. Es un cachopan mi hermano.

La conversación fluyó sola. Amanda tiene una forma de hablar que te hace sentir cómoda, sin filtros. Me preguntó por mi trabajo, por cómo lo había pasado en Alemania y sobre todo por Ethan.

—Taylor me habla mucho de tu hijo. Dice que es un niño muy bueno, que le gusta construir cosas, jugar al ajedrez y le encantan los coches de carreras.

—Así es. Y le tiene un cariño especial a Taylor; se llevan bien desde el primer día. Para mí eso es importante.

—Lo sé. Te entiendo perfectamente como madre. Taylor siempre ha tenido buen ojo para ver y conocer a la gente. Estoy muy contenta contigo; todo lo que me ha contado mi hermano de ti se ha quedado corto. Me has gustado para mi hermano. Y si Ethan lo quiere, es porque Taylor se lo ha ganado. Ya sabes, a los niños no se les puede engañar.

En ese momento, los tres niños volvieron corriendo a por agua. Ethan traía las mejillas coloradas de tanto correr.

—¡Mamá! —le gritó Noah—, Isabelle hace tartas, ¡ha traído una de chocolate!

—¿Sí? —¡Pues después del asado, nos la comemos todos juntos! —dijo Emma con entusiasmo.

Taylor se acercó a la mesa con un plato lleno de costillas y hamburguesas, me miró con una sonrisa como siempre. Se sentó a mi lado y, al rato, mientras todos comían, me pasó el brazo por detrás de la silla y me acarició suavemente la espalda.

En un momento en que los niños volvían al jardín y Amanda fue a la cocina, Taylor me susurró al oído:

—Gracias por venir. No sabes lo feliz que me has hecho; sabía que le ibas a caer bien a mi hermana. Cada día me cuesta separarme más de ti. Te quiero, princesa.

—Y tú no sabes lo bien que me siento cuando estoy contigo; nunca pensé en conocer a alguien como tú —le respondí bajito, girándome hacia él.

Nos miramos un momento, y me besó justo antes de que Amanda regresara con las bebidas y bromeara:

—A ver si os cortáis un poco, que aquí hay niños, un poquito de... por favor.

Yo me puse colorada como una adolescente que la han pillado haciendo algo malo.

—Es una broma, chicos, podéis hacer lo que queráis; además, ver a mi hermano feliz es lo único que quiero, y ahora que te he conocido, sé que mi hermano no se equivocaba en nada. Eres una chica maja, Isabelle, de las que ya no hay. Créeme, si yo te contara, hija… En mi trabajo tengo que ver tantas cosas.




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