Me levanté temprano, son las 7 de la mañana. Tenía que darme una ducha rapida, preparar el desayuno para Ethan y coger la mochila de mi pequeño para el cole.
Mi hermano Christopher me dijo que él mismo lo llevaría al colegio. Llamé a un taxi para ir al trabajo. Por la tarde había quedado con Taylor para ir a un concesionario, y él se ofreció enseguida a acompañarme. Yo acepté encantada, no entiendo mucho de coches.
Mientras iba en el taxi, me vibró el móvil. Pensé que sería Victoria; lei un mensaje anoche y no le había respondido todavia.
En la pantalla me salio: "Número desconocido". Abrí el WhatsApp y leí:
"Hola, buenos días. Soy Alexander. Me gustaría que habláramos. No te quitaré mucho tiempo. Nos podemos ver donde tú quieras. Detrás de tu trabajo hay un café. Si te parece, nos podemos ver hoy. Dime la hora, Isabelle. Gracias."
Sí, algo me había dicho en Alemania, pero no sé qué quería que hablásemos ahora. El trabajo estába terminando, y nuestras vidas eran diferentes.
Le contesté:
“Tengo media hora en el almuerzo, si te viene bien... Un saludo.”
A los dos segundos me contestó:
"De acuerdo, nos vemos a las 10 en el café. Hasta luego, Isabelle. Y gracias."
Que dijera "gracias" no era muy normal en él. Algo quiere, pensé. Seguro que su madre le ha dicho alguna mentira de las suyas. O él, me quiere pedir algun favor, y desde luego, yo le voy a decir que no.
Quince minutos más tarde llegué a la agencia. Cuando entré, los pasillos estaban vacíos, se me hizo extraño. Solo estaba el portero de seguridad.
Le pregunté dónde se había metido la gente y me dijo que estaban todos en la sala de reuniones. Pensé que algo malo tenía que haber ocurrido.
Cuando abrí la puerta, me llevé una sorpresa: la sala estaba llena de globos en el techo y la mesa llena de botellas de champán, sin alcohol claro. Todos estaban muy contentos por el éxito de la agencia. Amelia estaba junto a Taylor, los dos sonriendo.
—Vamos, Isabelle, eres la última que falta para celebrarlo. Sentémonos todos, chicos, quiero decir unas palabras.—dijo Amelia.
“Gracias a todos por trabajar tan duro. Habéis hecho posible este sueño para mí y, por supuesto, para todos vosotros. Nos esperan nuevos proyectos, y muy buenos, ya os lo adelanto.”
Cogimos nuestras copas y brindamos por el proyecto y por los nuevos, aún mejores, que vendran.
Quise decir unas palabras:
—¿Puedo decir algo? Seré breve, Amelia.
—Claro, adelante — me respondió.
—Como todos sabéis, yo he llegado la última. Para mí este proyecto ha sido muy importante, no solo profesionalmente, sino también personalmente, que es lo más importante.
Quiero daros las gracias por esta oportunidad. Sé que con algunos de vosotros no he tenido la oportunidad de hablar y conocernos mejor, pero quiero aprovechar este momento para cambiar eso. Como suelen decir: nunca es tarde.
Sabrina, me gustaría que nosotras empezáramos de nuevo, porque creo que eres una tía inteligente, sabes hacer muy bien tu trabajo y me gustaría aprender de ti.
Y sobre todo, eres una buena persona, Sabrina, y eso para mí es lo que más cuenta.
Y ahora no os doy más el tostón. De verdad, gracias a tod@s.
A Sabrina, por una vez, la miré y tenía los ojos llorosos, con unas ganas de llorar que no se podía aguantar.
—Bueno chicos, ahora todos a sus puestos —dijo Amelia.
Mientras Taylor y yo íbamos a mi oficina, me dijo:
—Me has sorprendido, amor. Qué palabras más emotivas. Por primera vez en la vida, has sido la única capaz de tocar el corazón a Sabrina.
Yo le contesté:
—Eso es porque lo tiene. Solo tiene puesta una coraza. Supongo que la vida no la habrá tratado muy bien.
Cuando ya estaba sentada en mi mesa y Taylor al lado mío, tocarón la puerta.
—Adelante —contesté. Entró un hombre.
—Les traígo una mesa. ¿Dónde se la puedo colocar?
—Ahí mismo, señor —le contesté.
—Mi compañero trae un equipo de ordenador para instalarlo ahora mismo.—me contestó él hombre.
—Esa debe de ser tu mesa, —le dije a Taylor. Pensé que seguirías trabajando en casa.
—Y yo, princesa. Amelia no me ha preguntado nada, y sabe que trabajar aquí no me gusta. Bueno... solo contigo, amor. Tendré que hablar con ella.
—Pues mirá, creo que te vas a ahorrar el paseo, porque viene hacia aquí.
—Ya te han traído tu mesa. Sé que no te he dicho nada, Taylor, pero necesito que trabajes desde aquí, aunque haya días que no vengas.
Delante de todos no he querido hablar más. Me quedé en Alemania un par de días más, pero fue por negocios. Cerré tres. Uno es bastante más grande y os necesito a los dos.
Los otros más pequeños se los pasaré a vuestros compañeros. Taylor, te he pasado por email la propuesta de nuestro nuevo cliente. Échale un vistazo y me comentáis, ¿vale?
—Por supuesto —dijo Taylor..
No le dijo nada de la mesa, parece que la idea no le habiá parecido tan mál, trabajar en casa sin duda es mucho más comodo.
Llegó la hora del almuerzo. Le dije a Taylor que iba a bajar al café a comer un croissant y tomar un café con leche.
Él me dijo que tenía que hablar con su hermana, que aprovecharia la hora del almuerzo, que después me contaria.
Llegué al café a las diez y cinco. Por la ventana pude ver a Alexander sentado en una de las mesas con un café.
—Hola, buenos días, Alexander. Le dije muy seria ¿De qué quieres que hablemos?
—Siéntate, por favor.—dijo Alexander.
—En primer lugar, quiero pedirte perdón. Mi madre siempre se metió entre tú y yo, y yo, como un cobarde, nunca lo reconocí. Me faltaron pantalones, o lo que es lo mismo huevos.
Y tú te habras preguntado muchas veces, por qué nunca te busqué. Me acerqué a tu casa y les pregunté a tus padres, y ellos me dijeron que no sabían dónde estabas.
En ese tiempo mi padre cayó enfermo. Y yo... bueno, solo podía pensar en él. Como sabes, él era todo para mí. Meses más tarde falleció.
Se me vino todo encima: la empresa, la responsabilidad, tú que ya no estabas... Pensé en mandarlo todo a la mierda, hablando mal. Para mí, en ese momento, nada tenía sentido.
No sabía por qué te habías ido. Se me metieron muchas ideas en la cabeza, como que te habías ido con otro, que no me querías... en fin, tonterías que ahora me doy cuenta.